LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Una nota curiosa hoy en La Habana son los vendedores de objetos religiosos que ya pululan en todos los barrios populosos de la urbe. Se pueden observar entre los pequeños comercios privados abiertos en La Habana después de la autorización estatal que incrementó las licencias a nacionales para realizar actividades económicas privadas.
Entre las nuevas iniciativas emprendidas por los cubanos que se han arriesgado a establecerse “por cuenta propia”, están las pequeñas tiendas de venta de objetos religiosos ligados a los rituales de santería, como es conocida la Regla de Ocha, una religión sincrética fundamentada en tradiciones religiosas africanas. Estos nuevos negocitos habaneros son, de hecho, la versión nacional de las llamadas “botánicas” que desde hace mucho tiempo abundan en Miami, “la otra capital de los cubanos”.
Es notoria la aparición de anuncios para atraer a los clientes que buscan collares, trajes, velas, recipientes que sirven de receptáculos del orisha, muñecas, vestimentas, y otros objetos necesarios empleados en los rituales de esa religión.
Vale aclarar que siempre existieron algunos lugares en la ciudad donde discretamente se vendían estos objetos. De cierta manera este comercio era ya tolerado, pero no permitido oficialmente, solo que ahora tienen la autorización debida. Ahora, al ser abiertos y permitidos, estos negocios añaden su particular connotación religiosa al perfil citadino.
Unos son dedicados a orishas como Elegguá, que abre los caminos, otros a Oyá, la dueña del cementerio, mientras abundan los dedicados a Yemayá, diosa del mar, algo lógico en una urbe marina como La Habana. Como ejemplo está, en la Calzada de 10 de octubre, El Templo de Yemayá, donde venden “ornamentos y artículos religiosos desde las 10 am hasta las 8pm de lunes a domingo”, según dice el anuncio.
Estos negocios se surten de una industria de característica doméstica y muchas veces familiar, porque toda la mercancía que en ellos se vende se fabrica en pequeños talleres particulares, generalmente por personas con los conocimientos religiosos para confeccionarlos. Así se ha creado una cadena de sostenimiento, independiente del burocratismo estatal.
Los precios de los objetos rituales no son bajos. Por ejemplo, una batea de Changó, orisha que se sincretiza con la Santa Bárbara católica, cuesta entre $ 400 y $ 500 pesos, según la talla y la madera preciosa utilizada, precios que equivalen al sueldo mensual de cualquier profesional cubano. Lógicamente, al no ser los fabricantes los productores directos, el producto se encarece al pasar por los intermediarios.
Estos nuevos negocios religiosos enriquecen el entorno de la ciudad y diversifican la actividad económica privada, a la vez que hacen a sus propietarios más dueños de sus vidas, al no tener que depender del empleo estatal para vivir.