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Comer o morir de frio

LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Aquel miércoles primero de diciembre, como de costumbre, Nelson llegó temprano a la bodega donde trabaja, y se encontró con la cola de ancianos que, en silencio, esperaban por él para comprar el arroz, los frijoles, el café, el azúcar y el aceite de la libreta de racionamiento. De vez en cuando miraba a Felo, uno de los ancianos, que llevaba rato delante del mostrador, y quería decir algo. A Nelson la situación empezó a incomodarlo. Así que le preguntó:

-Felo, ¿cuándo te toca comprar?

El anciano le respondió:

-Estaba esperando un chance para ver si me puedes resolver dos sacos de yute.

Nelson le dijo en voz alta:

-No sé por qué en estos días la gente está detrás de los sacos de yute. Chico, tengo la orden de devolverlos, tienes que venir por la tarde a ver qué te puedo resolver.

Cuando Felo regresó por la tarde, el bodeguero le vendió los dos sacos en veinte pesos, y le dijo:

-Ya tienes los dos sacos para tu pantalón.

Felo ripostó.

-No los quiero para hacerme un pantalón, sino una colcha. Se los voy a coser a una sábana y me tapo con ellos, porque las frazadas las están vendiendo a doscientos ochenta pesos, y no son muy buenas. Las mejorcitas cuestan veinte “chavitos” en las tiendas de divisas. Figúrate, yo cobro doscientos cuarenta pesos de pensión.

Felo le comentó a Nelson que se vio en un dilema: comprar la colcha o comer ese día. De hambre, no se podía morir, pero de frío tampoco, así que no le quedó más remedio que decidirse por los sacos de yute. Además, recordó que en su infancia, allá en el central Merceditas, les regalaban los sacos. Luego su mamá los forraba con sábanas y no había mejor colcha que esa.