LA HABANA, Cuba, noviembre de 2013, www.cubanet.org.- Cuando Carlos terminó de espabilarse, la mañana del pasado 2 de noviembre, su primer pensamiento fue que se habían burlado de él. Su hija lo había despertado a las 7, con una llamada telefónica de larga distancia, para darle la noticia del cierre inmediato de los teatros caseros de películas en tercera dimensión (3D).
Cinco meses atrás -en junio-, había concebido la idea de montar en su casa un “pequeño cine de barrio”, como a él le gusta llamarlo. Fue cauteloso al considerar las posibilidades de que le otorgaran la licencia, la legalidad del trabajo y la garantía de obtener ganancias que le permitieran recuperar la inversión y poder vivir confortablemente.
Una vez tomada la decisión, lo primero fue dirigirse al Departamento de Cuentapropismo del Ministerio del Trabajo, para entregar una carta solicitando la licencia, donde tuvo que explicar en detalle para qué la quería. De serle otorgada, dicha licencia implicaba la exhibición de películas en formato 3D, para niños y adultos.
Presentada y aprobada toda la documentación, que incluía la propiedad actualizada de la casa, puso manos a la obra. En total, la inversión superó los 3 mil CUC (moneda nacional equivalente al dólar). La mayor parte de ese dinero le fue prestada por un amigo, que fijó un plazo para pagar la deuda en cuotas mensuales con un bajo por ciento de interés.
Cuando terminó de armar su salita de cine, volvió a presentarse ante dicho Departamento, esta vez cumpliendo con el requisito de la presentación de fotos, que incluían: la sala oscura climatizada con sus bancos diseñados para la comodidad de los asistentes, todos los equipos: un televisor 3D de 47 pulgadas, un “Teatro en Casa” (home cinema), las películas y la gafas.
Carlos obtuvo su licencia de “Operador de Equipos de Recreación” y el cine quedó oficialmente inaugurado en el mes de agosto, con una programación por edades y géneros cinematográficos.
En los primeros 18 días, concurrieron más de 300 personas, de todas las edades. Ver una película costaba 1 CUC, e incluía una ración sencilla de palomitas de maíz. La oferta especial incluía, además, un refresco y doble ración de palomitas, por 2 CUC.
Las gafas para la ilusión del 3D llegaron a tener los nombres de los niños en cada proyección. Un matrimonio declaró en una oportunidad estar celebrando sus bodas de plata con el regalo de una película. Y no faltaron los que de esa manera también festejaron cumpleaños.
90 días de prueba
Estaba todavía en el plazo de los 90 días de prueba -que según la ley queda exento de pagar el impuesto correspondiente-, cuando empezó a propagarse el rumor de que el gobierno cerraría los teatros caseros de 3D. Se presentó otra vez en el Departamento de Cuentapropismo, para que le ratificaran que podía seguir adelante con toda seguridad, o en caso contrario entregar la licencia.
-En aquel momento todavía estaba en auge el 3D. Hubiera perdido el trabajo, el esfuerzo y algún dinero; pero en todo caso, mucho menos dinero que ahora-, dice Carlos.
-¡Tú no me digas que vienes a entregar tu licencia!-, espetó la funcionaria que lo recibió. Para tranquilizarlo, le informó que lo único que iba a pasar era que ya no se otorgarían nuevas licencias y -¡enhorabuena!- se reduciría la competencia.
Ya sabemos cómo sigue esta historia. En menos de un mes salió el edicto oficial ordenando el cierre inmediato de negocios como el suyo. Ahora no tiene medios con qué pagar la deuda contraída y tampoco vislumbra cual será el porvenir. Carlos expresa, en el colmo del desconcierto:
-Yo no podía imaginar que la licencia, que con conocimiento de causa me estaban entregando, no tenía valor alguno para ejercer la actividad, como dicen. ¡Qué chasco!
La nota publicada en Granma subraya en negritas que las exhibiciones cinematográficas en 3D “nunca han sido autorizadas”.
Pero él puede objetar:
-Las fotos, conjuntamente con la carta, son la prueba de que ellos estaban totalmente conscientes de la actividad que yo iba a hacer y de que esa licencia amparaba mi propósito. Todo estaba dentro de la legalidad.
Como esta historia habrá muchas en el país que terminaron como el rosario de la Aurora. Lo peor no ha sido la estafa –que pone al perjudicado en una situación desesperante-, sino que el timo va a acompañado del terror a expresar libremente lo sucedido. Carlos es un nombre ficticio tras el que se esconde un hombre que solicitó esconder su verdadera identidad.