LA HABANA, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 –Prohibir la realización del Foro Raza y Ciudadanía en La Habana, no es sólo otro acto de soberbia dictatorial por parte del régimen de Cuba. No es sólo un burdo papelazo que no podrían justificar siquiera ante sus propios acólitos con sentido común o con un mínimo de honradez, en especial aquellos que se presentan como antirracistas. Es, por sobre todo lo demás, una prueba rotunda de lo inseguros que se sienten en el poder y del miedo que le tienen a la opinión pública, cuando es vertida diáfanamente, es decir, al margen de su control.
Tampoco debe ser vista la prohibición como otra de sus habituales barrabasadas, una más. Pues tiene lugar justo en momentos en que se observa aquí una tendencia si bien no oficial, al menos oficialista (entre ciertas publicaciones y analistas del tema) hacia el análisis e incluso hacia el debate de asuntos relacionados con el racismo que afecta a los cubanos afrodescendientes.
¿Se trata entonces de una decisión contradictoria?. Difícilmente. Las dictaduras no suelen contradecirse en lo esencial. De lo que se trata es de la confirmación de un fundamento. El más inamovible entre los fundamentos del totalitarismo, el cual establece que ninguna idea, ningún asunto de básica incidencia social puede ser ventilado públicamente si no es bajo la tutoría abierta o disfrazada de su poder.
Mal se la verán en lo adelante esos medios y analistas vinculados al régimen que aspiran a profundizar con seriedad en torno al dilema del racismo entre nosotros.
¿A qué deben atenerse, luego de esta cañonera interdicción, mediante la cual el régimen ha marcado su coto, como el lobo, haciendo aguas menores sobre el tema?.
¿De qué modo asumirán el absurdo privilegio que se les concede al permitirles analizar el fenómeno de la raza y la ciudadanía en la Isla, mientras se les prohíbe a otros conciudadanos igual de capacitados para hacerlo, y que exactamente igual que ellos responden al imperativo de la sangre como deber y derecho?.
El pasado viernes 26 de noviembre, cuando fuerzas de la Seguridad del Estado impidieron que fuese celebrada la segunda jornada del Foro Raza y Ciudadanía en La Habana, lo que tuvo lugar realmente allí fue la develación de una farsa.
Pero lamentablemente no es una farsa nueva, sino tan vieja como la indolencia del régimen ante la más dolorosa y vergonzante de nuestras deudas históricas: el racismo.
Agotada, luego de medio siglo de uso y abuso, aquella coartada de que todos los cubanos debemos sentirnos igualados, sin especificaciones, por los lazos de una misma historia. Y hecha trizas por la concreta del día a día la falacia de que todos hemos disfrutado de la misma igualdad de condiciones a la hora de sacar la cabeza, al régimen no le queda más que el ardid y la simulación como disyuntivas.
Y ya que no puede continuar simulando que no ve lo que está delante de sus ojos, simula estar dispuesto a permitir una determinada revisión del asunto. Ahora, eso sí, tiene que ser hecha bajo sus dictatoriales condiciones. Lo que equivale a decir que el hacedor de la farsa es el único autorizado para deshacerla.
Pero como dirían las sabias abuelas, es como nombrar a un chivo para que cuide el jardín.
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