LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Cuando Edgar F. G. llegó de la zona oriental a La Habana no imaginó que, una vez establecido y con empleo, tendría que activar la imaginación y asumir desafíos que lo implicarían en litigios legales. Tomó en serio sus deberes como funcionario de la Dirección Municipal de Vivienda del Cotorro, pero el puestecito casi lo lleva a la cárcel.
En un juicio reciente, Edgar asistió como acusado por abuso de autoridad, aunque su defensora demostró que él no perjudicó a la víctima ni perseguía beneficios personales al desalojarla del inmueble, al que la mujer entró indebidamente en unión de su hijo pequeño y de su anciana madre.
Como en Cuba el fondo habitacional depende del despojo de quienes levantan velas por concepto de “salida definitiva del país”, a Edgar, en su condición de funcionario de la citada D.M.V, le encargaron la custodia de una “casa abandonada”, es decir, impedir que alguien rompiera el sello oficial y la ocupara antes de ser reasignada a otra familia.
En el juicio se supo que el celoso guardián llegó al extremo de dormir en el inmueble para que ningún astuto le diera la mala. No imaginó que una mujer sin techo aprovecharía un desliz suyo para colarse con el hijo y la madre. Al enterarse, Edgar la visitó y le exigió que abandonara la casa.
Pero la dama no entró en razones, alegando que no tenía lugar de retorno. Edgar lo comunicó a sus superiores, quienes lo inculparon a él. Visitó por segunda vez a los ocupantes y le dijeron lo mismo. Fue entonces a la estación de policía, donde le advirtieron que era “un problema de vivienda”.
Ante la encrucijada, Edgar adoptó una solución insólita: entró por una de las ventanas de la vivienda invadida en compañía de su mascota, un perro pastor belga. Coaccionadas por la fiera y su guardián, las mujeres y el niño salieron echando.
Tan peculiar solución tuvo sus pros y sus contras. La casa quedó libre, al funcionario lo acusaron por presunto abuso de autoridad y a la mujer le abrieron un expediente como caso social, y la enviaron a un albergue colectivo, en espera de que algún día le hagan un trasplante de casa, que ocupará si antes otra familia no le usurpa el lugar.
Para Edgar, la historia también terminó de manera feliz: fue absuelto del delito de abuso de poder y reubicado como custodio en la Dirección Municipal de Vivienda, donde le esperan otros desafíos nocturnos.