LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Mientras Silvio Rodríguez incurre otra vez en el ridículo, usando su privilegiada conexión para exigirle a Obama Internet gratuita para el tercer mundo; y mientras Fidel Castro alucina, a su siniestra manera, de cara al aluvión de rebeldía popular que está arrasando con las dictaduras en el mundo árabe; la gente de a pie en La Habana se limita a sonreír por lo bajito, a la espera de su día. Y entre col y col, hace mofa estrenando un nuevo nombrete para el régimen.
“Calambre”, le llaman ahora, porque el único bien que puede hacer es quitarse, desaparecer, para que con él desaparezcan los temblores que impone a sus sufrientes.
A primera vista, parecería que nada ha cambiado en Cuba. Los caciques levitando y el pueblo en vilo, al tiempo que del Morro hacia fuera la civilización sigue su curso.
Pero tal vez pequen de ingenuidad política y (aun peor) de estulticia ante la historia, quienes creen que la onda expansiva de la globalización no nos alcanzará.
Por más que nos dificulten el acceso a Facebook y, en general, a todos los medios de comunicación; por mucho que nos asusten, aíslen y desinformen, la apuesta está hecha, para ellos y nosotros. Por un sencillísimo motivo: el progreso es un tren que suele parar y demorarse en alguna que otra estación, pero cuando arranca de nuevo, no hay quién lo pare. Pues va con Dios al volante.
Algo se mueve hoy en el interior de los cubanos, como nunca antes a lo largo de cincuenta años. Y para comprender lo qué es, no hace falta siquiera que salgan a gritarlo a la calle. Basta con ejercer nuestra ya vieja ocupación de leer entre líneas.
Ahora mismo, el pintoresco destape del agente Emilio, alias Carlos Serpa, personaje de San Nicolás del Peladero donde los haya, está mostrando, como nunca, un abismo entre lo que piensa la gente y lo que la televisión oficial dice que piensa.
Incluso, ya no son únicamente los jóvenes quienes se burlan con desdén del pretendido heroísmo de esos arlequines de cuerda como el agente Emilio, o como el agente Vladimir. Hasta los más viejos -que no en balde han estado renovando oxígeno en sus viajes al exterior para reencontrarse con hijos y nietos- demuestran percibir fácilmente la impostura, aplicándole sentencia guasona.
Por cierto, justamente en boca de un anciano acabo de escuchar una valoración de insuperable certeza acerca de “Los peones del Imperio”, el último capítulo de la serie televisiva Las razones de Cuba. Dijo el anciano que se divirtió con su emisión, porque le parecía estar viendo una película de El Gordo y el Flaco.
Santa palabra. Los agentes Emilio y Vladimir parecen haber sido seleccionados en un paciente casting para reencarnar a esos famosos cómicos, Stan Laurel y Oliver Hardy.
Cualquiera diría que al régimen se les han agotado los pies de cría para engendrar héroes. Porque cada vez que sacan uno nuevo, es menos creíble. ¿No será otra prueba, también entre líneas, de que en el propio mal radica su remedio?.
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