LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – Las shoppings estatales tienen ahora competidores en los amplios portales de las calles habaneras. Luego de la autorización a particulares para la venta de artículos y confecciones por cuenta propia, fuera de las cadenas de tiendas del Estado, han proliferado como esporas numerosas “boutiques caseras”.
En un portal o a través de una ventana de la sala de una casa, la venta de ropas, DVDs de audio y películas, bisutería y mercadería variada florece, lo mismo en las calles más céntricas que en los más apartados repartos capitalinos.
La furia de la venta por cuenta propia no es algo nuevo. Hace unos años, en ciertos espacios en las calles principales, usted podía encontrar personas que vendían mercadería y comestibles de todo tipo. Lo diferente es que ahora lo hacen con un permiso oficial y deben pagar un impuesto al Estado.
En esta competencia comercial, al menos en el renglón de las confecciones, parecen ir ganando hasta ahora los vendedores caseros, que ofrecen ropas importadas acordes al gusto de los clientes y hasta están imponiendo un estilo a la clientela.
Las importaciones provienen mayormente de Ecuador y Perú. Un buen número de cubanos se mueven entre Quito y La Habana y traen como equipaje calzado y ropa deportiva, comprados allá en mercados callejeros, que luego distribuyen a vendedores en La Habana.
Mientras las shoppings estatales de las cadenas TRD y CIMEX ofrecen confecciones que los jóvenes consideran pasadas de moda, en las boutiques privadas el cliente joven, encuentra ropa más en sintonía con lo que concibe como la moda actual.
No es tanto cuestión de diferencia en los precios, porque los precios de los vendedores privados tampoco son tan bajos; por ejemplo, los jeans de hombre llenos de zippers, remaches y una gama de colores amarillos, rojos, azules, verdes, que gustan mucho a los jóvenes, se venden a un precio de 30 a 40 dólares; aunque “de primera mano”, como se dice por aquí, hay quien los vende a 25.
Otra ventaja de comprar en estas “tiendas” privadas es que se puede regatear; algo habitual en otros países, pero no aquí en Cuba, donde la práctica del regateo desapareció, junto con los negocios privados, en los años 60, y donde los precios en las tiendas estatales tienen más de un 200 por ciento por encima del valor real de la mercancía.
En el departamento de electrodomésticos de la Galería Plaza Carlos III, escuché a dos mujeres comentar sobre el elevado precio de un televisor de pantalla plana de 40 pulgadas, que costaba 960 dólares. Una de ellas decía que su hijo le había traído de Perú un televisor similar, que le había costado allá sólo 300 dólares. Finalmente, las mujeres concluyeron que, con esos precios, los televisores no tendrían salida y se quedarían en los almacenes.
La arrogante y anquilosada burocracia gubernamental que controla las importaciones y la venta minorista, a pesar de los reclamos de las máximas autoridades del país, no está preparada ni interesada en funcionar de acuerdo a más elementales reglas del marketing y la competencia capitalistas, y es esa la principal ventaja que llevan los improvisados negociantes cubanos, sin muchos conocimientos ni experiencia, pero con intuición, vocación emprendedora y deseos de prosperar con sus negocios privados.
Muchos opinan que la economía de un país no puede desarrollarse con estos pequeños revendedores de artículos de poca calidad, importados a través de mulas y equipajes personales, más parecidos a vendedores de pulgueros o rastros dominicales que a empresarios; pero en un país donde el salario promedio mensual es de 17 dólares, ¿qué otro tipo de comercio, que no sea el de baratijas y en pequeña escala, podría subsistir?
Por ahora es el momento de vender “pacotilla” en las casas, y quizás, con el tiempo, se puedan montar verdaderas boutiques y tiendas particulares. De cualquier modo, hay que recordar que el comercio ha sido siempre una gran palanca para la transformación y el progreso sociales.