LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -De acuerdo con la costumbre de Hugo Chávez de sobreactuar en cada una de sus apariciones mediáticas, la escena de su cadáver y de su Ascensión a la Eternidad ha sido exagerada hasta el delirio. Peor que en una apoteosis norcoreana. Y sin el menor pudor.
El viernes 15 de marzo, finalmente, los restos mortales del fallecido presidente de Venezuela han sido llevados desde la capilla ardiente en la Academia Militar hasta el Cuartel de la Montaña, pero la estadía allí será provisional, mientras se gestiona situarlos de manera definitiva en el Panteón Nacional. Es posible que ningún sarcófago haya estado tanto tiempo seguido en la televisión como este; ante él han desfilado multitudes, incluyendo militares de todas las armas y colores y altos mandatarios del mundo, además de músicos y cantantes de moda que han entonado sus elegías.
No podía faltar una delegación cultural cubana y allá fue una, encabezada por Miguel Barnet y Abel Prieto, con Amaury Pérez y el dúo Buena Fe para poner cantos, todos asegurando que no te dejaremos ir, que tu nombre es pueblo, que hasta siempre, que etcétera.
Ni gota de descanso se le ha dado al cuerpo de este incansable agitador, víctima de un cáncer muy agresivo del que las autoridades no han informado casi nada (excepto que probablemente tiene la etiqueta made in USA). Chávez decía que uno no desaparece simplemente, sino que se queda “circundando por ahí”. Si ese es su caso, debe estar más que complacido con el modo alucinante en que su deceso y su póstuma gloria han saturado los medios, sobre todo la televisión, tan de su gusto cuando a su gusto se ajustaba y lo exhibía como benefactor mesiánico, salvador de pobres, Presidente Comandante Supremo, cantante, pintor, devoto cristiano, bailador, con variados y coloridos atuendos, según por lo que le diera.
Una etiqueta pareciera más adecuada para todo este aparatoso espectáculo y sería quizás la de made in Cuba. En definitiva, la idea de que la enfermedad podía haberle sido provocada por sus sofisticadísimos y sañudos enemigos imperiales le fue sugerida por el decano de los atentados fallidos, su demonio personal, Fidel Castro. La enfermedad fue diagnosticada, tratada, operada y manejada como información secreta en Cuba. La estrategia y las tácticas de todo el proceso político chavista fueron incubadas paso a paso, llevadas a vías de hecho y supervisadas desde este país, además de ser implementadas por personal cubano en la misma Venezuela. Varios jerarcas del chavismo han recibido adoctrinamiento intensivo aquí, como es el caso de Maduro, que fue adiestrado desde muy joven, en la prehistoria del chavismo, y que resultó designado como sucesor encargado a la medida de La Habana.
Tan faraónico ceremonial por puro milagro no terminó en un embalsamamiento estilo Lenin, Stalin o Mao, ya que no se planificó a tiempo porque los vivos estaban muy ocupados con el pollo. Como en las multitudinarias concentraciones que se organizaban en la capital cubana durante el fidelismo esperpéntico de temporada alta, son traídas ante las cámaras cientos de miles de personas desde todos los puntos del país. Baños de pueblo en vida, baños de pueblo en muerte, Baños de Pueblo para Siempre.
Por otra parte, lo del líder bolivariano no será un entierro, sino la “siembra definitiva”. No habrá momia, pero todos los días sonará un cañonazo para que la hora de su muerte se torne Inolvidable. Sin noción alguna del pudor.
En fin, se supone que, inspirada en la Revolución Cubana, la Revolución Bolivariana es el primer capítulo de la Revolución Latinoamericana en su segunda temporada. Pero algunos venezolanos que no querían dejarse confundir, ironizaban escribiendo en los muros de Caracas, con motivo de una visita de Ramiro Valdés: “Bienvenidos a Cubazuela”.
Aunque la oratoria de Chávez venía de la más rancia estirpe politiquera latinoamericana, le llegó sin duda alguna por vía directa de su admirado Comandante en Jefe cubano. Esa oratoria que quería hacerse sublime e incontestable con el argumento del aullido, pasando por abundantes alusiones a las ridículas marionetas pagadas por el yanqui opresor y por constantes letanías de devoción por el pueblo abusado que ya no lo será nunca más.
Sin embargo, ni siquiera a su maestro se le ocurrió un despilfarro económico del lenguaje como el que —a manera del derroche de petrodólares— perpetró el discípulo con su manía de imponerle la variante femenina a esos sustantivos generalizadores que casi nunca la requieren: si “venezolanos” y “venezolanas” era pasable, ya lo de “presidenta” y “soldada” caía en el disparate. Pero su autoritarismo lingüístico no paraba y a veces, por mezclar pujos ideológicos con ignorancia, se le botaban las cabras, como cuando quiso endilgarnos la denominación de América India por América Latina.
Tampoco el viejo caudillo se permitió autocomplacencias como esa que Telesur repite cien veces al día: “Yo ya no soy yo. Soy todo un pueblo”. Y que, para colmo, es completada con ese mantra de la uniformidad más anodina: “Chávez somos todos”. Bueno, por algo Maduro y sus colorados lo invocan como Comandante Presidente: primero Comandante que Presidente, Comandante por sobre todo, el que ordena y dispone de los demás como tropas, no como ciudadanos. No obstante, a imagen y semejanza del cubano, lo llaman Comandante Presidente invicto, sin tener en cuenta que “invicto” significa “nunca vencido” y que Chávez resultó vencido en las urnas cuando intentó implantar su reelección por los siglos de los siglos. Pero la verdad es que, en cuanto a la interpretación de esa palabra, Fidel Castro ha sido muchísimo más libre, libérrimo, pues fue vencido más de una vez (y de elecciones, él mismo lo dejó bien claro: “¿Elecciones para qué?”).
Ahora, el presidente encargado de Venezuela se lanza a conservar el poder para su grupo mediante las urnas, con mucha bullanga que recuerda el peor cubaneo, con una parafernalia incesante, con la agitación permanente y a todo trapo. Bien enseñado por sus asesores expertos en polvareda y algarabía, el clan chavista no quieren dar ni un segundo para que el ciudadano pueda pensar. La histeria no como estado de ánimo, sino como estado de sitio. Y ni gota de pudor. Hasta la náusea.