LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Bailar en Cuba es algo más que un rasgo de identidad nacional o una forma de recreación. Es parte del temperamento de los cubanos. Desde los acordes del primer danzón (1879), hasta el último ritmo de moda, son pocos los cubanos que no han puesto a contonear el cuerpo y mover los pies. Los salones de bailes se contaban por miles en el país. Ya fuera en sociedades filarmónicas, liceos, o áreas al aire libre, los cubanos tenían espacios suficientes donde bailar. Ahora no.
La falta de lugares para bailar, el cobro en divisas, los elevados precios en moneda nacional, y los problemas con la transportación, son algunas de las razones que limitan al cubano a la hora de bailar.
Según el Instituto Cubano de la Música (ICM), el organismo no puede satisfacer la demanda. Los músicos alegan que tienen que vivir, y las empresas les piden que toquen sin cobrar. En el centro de las dificultades se encuentra el bailador. Generalmente, el que asiste al Salón Rosado de La Tropical, La Piragua o La Pérgola, se queda vestido y sin bailar.
Hay otros sitios donde se puede bailar, como El Sauce, el Club Chan Chan, y el Son de la madrugada, pero sólo están al alcance de proxenetas y jineteras, o hijos de generales y gerentes. Los trabajadores no van allí.
No obstante, estos contratiempos no matan los deseos de un auténtico bailador cubano. A falta de música en un escenario con orquesta, están las grabadoras en medio de la calle. Disco-timbiriches para jóvenes en el Tikoa, y disco-tembas para mayores en El Karabalí. La cuestión es bailar. “Se sufre, pero se goza”, coinciden Yumilka y Luis entre tragos de Cuba Libre y sangría, en medio de la multitud que pugna por entrar al Cabaret Nacional, en Prado y San Rafael.
Casados hace 10 años, y con un siglo de ganas de bailar con una orquesta en vivo, algo que está a su alcance solamente si están dispuestos a gastarse el salario de un mes, la pareja está lista para corear el estribillo “Mami, dame tu cosita, mami”, que con picardía entona la orquesta Estrellas de Chocolate. Si logran entrar, hoy votarán la puerta por la ventana y romperán la suela de los zapatos entre mojitos con más yerbas que ron, y pasillos y piruetas que les saquen el estrés.
“Es duro tener un falso Cuba Libre en la mano y que te hagan una sangría al cobrarte la entrada a 76 pesos por persona, que para los dos, suman 152 toletones”, dice Luis.
“Pero como la vida es un carnaval, y hay que gozar” -agrega Yumilka, lo arrastra hacia la puerta para conseguir la entrada al espectáculo Noche Cubana, del cabaret Nacional.
No hay espacio, dinero, ni calidad en lo que se ofrece. Pero en la casa del trompo nadie se queda sin bailar, aunque sea con el último suspiro del bolsillo.