LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Uno de los objetivos manifiestos de los noticiarios en Cuba es dar a conocer lo mal que les va a los pobres en el mundo y las leyes que se disponen contra ellos, en especial por parte de gobiernos que aquí son considerados no afines o enemigos.
Y en contraste, las medidas abiertamente anti-populares que dictan nuestros caciques se presentan disfrazadas de lo contrario. A tal punto cocinan el embaucamiento que gran parte del pueblo ni siquiera percibe el carácter pernicioso de esas medidas, pues, para colmo, casi nadie conoce cuáles son sus derechos.
En una reciente comparecencia televisiva de dos ministras para informar detalles sobre los nuevos planes de ampliación del trabajo por cuenta propia, escuchamos, boquiabiertos, que quienes regenten un restaurante u otro tipo de negocio privado no podrán contratar a todos los trabajadores que quieran, pues a partir de una cierta plantilla de empleados –cuyo tope determina el Estado-, los impuestos se les van a incrementar al contratante en forma tal que él mismo optará por la utilización de la cifra mínima de contrataciones, para no arruinarse.
Sorprende una regulación como esa, justo en vísperas de la cesantía de más de un millón de trabajadores en la esfera estatal. Se supone que el interés del Estado fuese conseguir que los particulares acogieran al mayor número posible de empleados, ayudando a amortiguar así la ola de desempleo que nos viene arriba.
Si los que cortan aquí el bacalao pensaran con la cabeza, esos dueños de pequeños negocios, en vez de chocar de entrada con regulaciones que les dificulten la contratación de empleados, serían estimulados precisamente para que empleen a todos los que en realidad necesiten. Y la vía de ese estímulo debiera ser justo la que hoy utilizan para desestimularlos: el sistema de impuestos.
Todavía más que sorprendernos, nos ha dejado perplejos escuchar en labios de una de las ministras la confesión de que el motivo de esa medida indolente y absurda es impedir que el dueño o regente del negocio particular se enriquezca, pues, según ella, a mayor cantidad de empleados, mayores serán sus ganancias.
Claro, siempre supimos que una de las razones por las que nuestros caciques le tienen tirria al trabajo particular es la posibilidad de que quienes lo ejercen ganen lo suficiente para adquirir independencia económica, con lo cual se libran de su tutela, aunque sea en parte. Pero nos habían dicho que estaban cambiando de mentalidad. Y no, nada de eso. El mono, aunque se vista de seda, mono queda.
Con tal de forzar a los cuentapropistas para que ganen menos, no les importa impedir que un buen número de trabajadores sin empleo sean contratados por ellos.
Por semejante disparate anti-popular, cientos de miles de personas en cualquier país del mundo real se irían a la huelga. Pero desde luego que no es una huelga lo que estamos proponiendo. Nada nos afectaría más que un batallón de tanques aplastando a pacíficos huelguistas en las calles de La Habana.
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