LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 –Las áreas tocadas por los amagos de cambios estrenados por las autoridades cubanas en este año a punto de concluir, no incluyen los rígidos espacios en los que dormita la prensa nacional.
Pese a los llamados a la objetividad, la diversificación de opiniones, y al empleo de un estilo alejado del tono panfletario prevaleciente en los medios del país desde hace medio siglo, la imposición del concepto “dentro de la revolución todo, fuera de la revolución, nada”, impuesto por el Comandante en Jefe desde el principio casi de su revolución, impide que los periodistas se atrevan a cambiar.
A lo largo de estos años son muchos los que por escribir a contracorriente de una orientación o un esquema establecido, se han visto separados de la redacción de un periódico, una emisora radial o de la televisión.
No existe periodista ni órgano de prensa en el país que no haya pagado con la expulsión o el cierre, respectivamente, el haberse atrevido a sobrepasar los límites de la denominada libertad de prensa revolucionaria.
Desde la denominada Operación Verdad, desatada en enero de 1959 contra agencias cablegráficas extranjeras y nacionales que cuestionaban las medidas radicales de la revolución, la libertad de expresión, en su acepción internacional, dejó de existir.
El temprano cierre de emisoras radiales como Circuito Nacional Cubano, Cadena Oriental de Radio, Unión Radio y Radio Reloj de Cuba, y de los periódicos Ataja, Mañana y Alerta, entre otros medios, así lo atestiguó.
La implementación a partir del 27 de diciembre de 1959 de la “Coletilla”, especie de nota aclaratoria impuesta en las informaciones que expresaran datos “falsos o insidiosos”, dañinos para el prestigio de la revolución, fue el tiro de gracia a la prensa libre en el país.
En el transcurso de 1960, los restantes periódicos comenzaron a caer uno tras otro. El 19 de enero, el periódico Avance; 24 de febrero, El País; el 9 de marzo, El Mundo; el 11 de mayo, El Diario de la Marina; 16 de mayo, Prensa Libre, y el 18 de julio, las revistas Bohemia, Carteles y Vanidades.
Además, con la creación del Frente Independiente de Emisoras Libres (FIEL), bajo el lema: “Fiel a Cuba, Fiel a la Revolución”, se intervinieron y quedaron fusionadas en este engendro informativo todas las emisoras de radio y televisión del país.
Clausuradas las puertas a las opiniones adversas a la revolución, el camino quedó listo para que los periodistas cubanos apoyaran a coro a quién los censuraba. Pero no todos lo hicieron. Numerosos profesionales de la información prefirieron el exilio antes de claudicar.
En más de medio siglo de censura en los estatalizados medios informativos del país, las voces disonantes han sufrido la expulsión siempre que han osado disentir. Y han sido muchas.
Proyectos y creadores de medios oficiales que sacaron un chiste o un criterio que no cabía en el estricto corralito “dentro de la revolución, todo, fuera de la revolución, nada”, impuesto por el Comandante en Jefe casi al principio de su revolución, fueron censurados y no pudieron seguir.
Con ese historial represivo a la libertad de expresión, pocos se atreven a discrepar. Los periodistas oficialistas esperan órdenes. Aguardan frente a la pantalla su oportunidad.
Mientras tanto, manipulan la información y cumplen cuando les dicen a quién tienen que distinguir o atacar, cómo lo deben hacer, qué deben o no decir, dónde y cuándo es mejor publicar, siempre sin indagar razones, ni pedir explicaciones, por temor a la expulsión o a algo aun peor.
Amordazados como han estado por tanto tiempo, es difícil que se atrevan a cambiar, aunque nada es imposible.