LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Es linda, casi tan linda y rubia como Marilyn Monroe, que ya es mucho decir. Viste como una newyorkina, calza zapatos europeos, que no se venden en las tiendas de aquí, y luce cadena, aretes y anillo de oro.
En pocas palabras, Lily no parece cubana. Sin embargo nació en el campo, de donde vino a La Habana con sus padres cuando estos se divorciaron; aquí estudió hasta el preuniversitario.
A sus 22 años ya ha recorrido Cuba entera, los mejores hoteles, los más sofisticados centros turísticos. Cayo Coco, Cayo Largo. “Soy jinetera –me dice-, pero muy diferente a esas que andan por la calle”. Habla por su móvil, mientras conversa sobre su vida, sentadas las dos en un banco de la 5ta Avenida de Miramar. Confiesa que ya no tiene necesidad de “jinetear”, porque del cielo le cayeron los milagrosos yumas, tal como Dios le procuró el maná a los hebreos en el desierto.
Hace cuatro años comenzó la historia.
No caminó por ninguna avenida habanera y mucho menos se sentó en el muro del Malecón. Tampoco quiso amigos o amigas para “ayudar”, como ocurre a muchas. Simplemente iba a comer en los restaurantes caros de Miramar, el mejor barrio de La Habana, donde antes vivían los más ricos y hoy viven los extranjeros y líderes políticos: Café Do Porto, Casa Española, el Shanghai de las calles 3ª y70…
También, a veces, se iba a Las Bulerías, al Polinesio, del Vedado, y al restaurante Don Giovanni, de la calle Tacón. Nunca pagaba.
-Hoy soy un amor de lejos de un francés, un español y un cubano de Miami, que vienen a verme con los bolsillos llenos, hombres maduros, entre 50 y 60 años, nada vulgares, que me aman y me lo proporcionan todo.
-¿No piensas irte del país?
-No, no lo he pensado. No nací para el matrimonio. Me gusta ser libre. Eso me hace feliz. Si me fuera con alguno de ellos mi vida perdería su encanto.