LA HABANA, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 -El 9 de noviembre ha sido llamado por la historiografía germana como “el día del destino” (Schicksalstag, en alemán), porque en esa fecha ocurrieron hechos trascendentales que decidieron el curso de la historia alemana, sobre todo en el siglo XX, y fueron bisagras que abrieron nuevos períodos de su historia política. Ese día, de 1918, la revolución de marineros, soldados y obreros alemanes –que había comenzado con un motín de la flota de guerra en Kiel, por oponerse a luchar contra la armada británica, cuando la guerra estaba ya perdida–, llegó a las calles de Berlín; el Káiser Guillermo II abdicó a su trono de emperador, disolviéndose así la monarquía; y se proclamaron casi simultáneamente dos repúblicas: Philipp Scheidemann anunció la creación de una república, y Karl Liebknecht proclamó una república libre y socialista. A partir de entonces comenzó una pugna entre los partidos y movimientos sociales por una nueva estructura del Estado, la cual sería reformada a través de la Constitución que dio nacimiento a la República de Weimar, que duró hasta 1933, con el ascenso del partido nazi al poder.
También ese día, en 1923, ocurrió en una plaza de Múnich el enfrentamiento decisivo entre los seguidores de Hitler a favor de un golpe de Estado para derrocar la República de Weimar, y la policía. Y aunque fracasó el intento de crear un gobierno paralelo y rebelde en Baviera, desde el cual expandir la “revolución nacional” hacia Berlín, ésta fue la primera acción militar de alcance político organizada por los nacionalsocialistas, que ya contaban con la fuerza de una milicia privada, las SA (Sturmabteilung, o sección de asalto).Tras el fracaso del putsch, Hitler sería juzgado, estaría nueve meses en prisión, donde escribiría su libro Mi lucha, y se volcaría luego hacia el fortalecimiento del partidonazi como forma de ganar el gobierno.
Quince años después, el 9 de noviembre de 1938, comenzó la “noche del pogromo en el reino” (Reichspogromnacht) o “la noche de los cristales rotos”, que fue una oleada de represión, secuestros, y actos vandálicos contra la población judía de Alemania y Austria. Durante esa noche y el día siguiente, fueron dañadas o destruidas totalmente más de 1500 sinagogas, más de 7 mil tiendas judías, cuyas vitrinas fueron apedreadas –de ahí el origen del nombre–, además de ser arruinados muchos almacenes y cementerios judíos. Más de 30 mil personas fueron detenidas y trasladadas a campos de concentración, iniciándose así la política directa de persecución y exterminio masivo que sería conocida como el Holocausto. Aunque esta revuelta fue organizada por los nazis, y ejecutada por las SS, quisieron aparentar que los disturbios habían sido actos espontáneos de la población alemana, indignada contra esa comunidad por el reciente asesinato en París de un joven diplomático, quien fue baleado por un judío que pretendía usarlo para salvar a su familia de la extradición forzosa de judíos hacia Polonia, que se había iniciado el 28 de octubre.
Y también un 9 de noviembre, pero de 1989, comenzaría a caer el símbolo más famoso de la Guerra Fría: el Muro de Berlín. Esa noche, el miembro del Politburó Günter Schabowski anunció en una rueda de presa, trasmitida en vivo por la televisión, que los ciudadanos de la RDA podrían viajar al Oeste sin visado ni pasaporte, y que los permisos serían entregados de inmediato, y a la pregunta de cuándo entraría en vigor esa medida, declaró por error que “enseguida”. En pocas horas, miles de berlineses se congregaron en los puestos fronterizos, demandando pasar al otro lado. Y aunque no estaban informadas las tropas del Muro sobre la nueva orden, algunos puntos de control decidieron abrir el paso ante la presión de la gente. Con esta acción popular, comenzaría la añorada reunificación alemana, que culminaría oficialmente con la aplicación del Tratado de Unificación, el 3 de octubre de 1990. Desde entonces, el 3 de Octubre se celebra como el Día de la Unidad Alemana, y es la fiesta nacional más importante.
En el siglo XX, Alemania conoció dos regímenes totalitarios, primero el nacionalsocialista, y luego el comunista. Que el nazismo haya sido el paradigma internacional de la deshumanización, el racismo y la crueldad, no significa que en el comunismo se hayan reconocido las libertades y los derechos individuales. Y mucho menos, el comunismo intentó llamarse a sí mismo “democrático”, o venderse como“el sistema más democrático del mundo”, como sucede en Cuba cada vez que hay “elecciones”. Al parecer, el Estado cubano quiere presentar el “comunismo democrático” como una fórmula viable, aunque suene un poco extraña, y parezca un contradicción aparente–como si se hablasede una monarquía parlamentaria–, cuando en realidad es un absurdo neto. El nazismo y el comunismo tienen más semejanzas que diferencias. Por eso, cuando un comunista afirma (denigrando las tradiciones democráticas) que un demócrata es igual a un republicano, o que un liberal es lo mismo que un conservador, está olvidando un pequeño detalle: y es que no hay nada más parecido a un fascista que un comunista. Sino, que lo digan las víctimas de Stalin.
Después de más de dos décadas de la caída del Muro de Berlín, esta isla sigue siendo el último bastión de la Guerra Fría en Occidente. Todavía le rinde homenaje a la Revolución de Octubre, y “se olvida” de celebrar la nueva era que nació en Europa en 1989.
Cuba no tuvo un Guillermo II, un Hitler o un Erich Honecker, pero tiene a los Castro. Aquí no se asaltó una cervecería, con la intención de promover una insurrección, pero se asaltó el cuartel Moncada. Aquí no hubo campos de exterminio, pero hubo la reconcentración de Weyler, y durante la Revolución han funcionado campos de trabajo forzoso, como las UMAP –y de eso no se habla–, o las granjas a donde fueron a parar las jineteras (prostitutas) en los años 90. Ahora, miremos hacia el futuro. Cuba no tiene un día de la reunificación, pero quizás llegue a tener un año del reencuentro, como un año jubilar en el que puedan confluir libremente en la Isla, todos los cubanos del mundo.