LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Mientras que Fidel Castro se distrae, en su especioso retiro, disparando deyecciones contra el ala riflera de los republicanos estadounidenses, en La Habana, su engendro de sistema inútil y apaleador pareciera estar empeñado en conseguir lo imposible: que la gente se lance a las calles en conato de sublevación.
La dramática escasez de agua, unida a la ineptitud y la indolencia con que actúan los dirigentes al respecto, amenaza con sacar de quicio a los habaneros.
De hecho, se registran ya manifestaciones en más de una zona donde la población parece haber llegado al tope de su aguante, que no ha sido poco, sin que surja, no digamos una mera promesa de solución o de remedio, ni siquiera una explicación más creíble que el cuento chino de que no hay agua porque no llueve.
La acostumbrada soberbia de nuestros caciques, seguros de que la gente tiene que aceptar dócilmente (ellos prefieren decir con orden y disciplina) todas sus deficiencias, los está arrastrando a un estatus de irresponsabilidad debido al cual, ahora mismo, no resulta improbable la explosión social que durante tanto tiempo descartamos y que, Dios no lo quiera, vendría a ser el colmo de nuestra desgracia.
No sería extraño, puesto que se ha repetido innumerables veces en la historia del mundo, que un hecho común, al menos en apariencia, se convierta en detonador de sublevación popular, aun bajo un régimen que siempre se las arregló para incurrir impunemente en las más escandalosas violaciones y tropelías.
Esta problemática de la escasez de agua, que no es nueva ni ha sido exclusiva de la capital, se está mostrando hoy como una suerte de resumen comprimido de la incapacidad general del régimen, dada no sólo por su atroz manera de administrar y por su histórica imprevisión ante las perspectivas del desarrollo, sino también por su talante tiránico, que no ha previsto (porque no concibe) la posibilidad de que el pueblo pueda llegar a un límite en el que se lance a la rebelión, convencido de que lo único que le queda ya por perder son sus cadenas.
Se comprende que a muchos paisanos, sobre todo a los que no tienen que poner el muerto, les entusiasme esta posibilidad, ansiosos como están (todos lo estamos) de ver el final de la vieja dictadura. La mala noticia es que el único fin que con seguridad arrojaría una sublevación popular en este momento es el de miles de vidas de inocentes, sin que ello conduzca necesariamente al fin del sistema.
Pero aún cuando así fuera, estaría por ver hasta qué punto la violencia iba a resultar garante de la paz, armonía y prosperidad que tanto nos urge a los cubanos.
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