LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Debido a los altos niveles de corrupción y hechos delictivos que tienen lugar en las empresas y entidades cubanas, desde hace años se ha aprobado en la plantilla de la mayoría de ellas la plaza de auditor interno. Esta figura, al menos en teoría, es la encargada de coordinar las acciones con vistas al establecimiento del control interno; un mecanismo que, como su nombre indica, debe velar por el buen funcionamiento de las distintas áreas de una entidad, al tiempo que corrige las desviaciones que se vayan presentando. Y todo lo anterior sin que medie la participación de controladores o auditores externos.
Ahora bien, en todas las resoluciones emitidas con el objetivo de definir las labores del control interno, ha quedado establecido que, aun antes de la confiabilidad de la información o el adecuado desempeño de los indicadores económico-productivos, es imprescindible que exista un ambiente o cultura de control. ¿Y qué significa que en una empresa o entidad haya un ambiente o cultura de control? Pues, sencillamente, que todo el colectivo laboral, empezando por su máximo dirigente, esté imbuido de la necesidad de ese control. No en balde se ha refrendado que el auditor interno se subordine directamente al director de la entidad. Con eso se pretende que ningún otro jefe de área interfiera en su accionar.
Sin embargo, no son pocas las empresas y entidades en las que parece no existir el ambiente de control. Eso se infiere de las declaraciones de la señora Gladys Bejerano Portela, contralora general de la República, y recién confirmada como vicepresidenta del Consejo de Estado. En estos días la señora Bejerano está efectuando un recorrido por distintas provincias del país para evaluar el trabajo de las Contralorías Provinciales, y también observar cómo se está comportando el delito en las empresas y entidades de los territorios.
A su paso por la provincia de Villa Clara, la Contralora General, en declaraciones formuladas al periódico Juventud Rebelde (edición del miércoles 20 de febrero), después de afirmar que se han constatado ciertos progresos en la aplicación del control interno, se lamentó de que “hay veces que los directores ponen a los auditores internos a realizar cualquier función, menos aquella para la que está concebido”. En estos casos, evidentemente, se trata de que el auditor interno no esté fisgoneando todo lo que sucede en la entidad, y así los jefes puedan hacer y deshacer a su antojo con los recursos materiales y financieros, las cuentas por pagar y cobrar, y hasta con las nóminas para el pago a los trabajadores.
Semejante actitud de no pocos directores y administradores es la respuesta cabal a aquellos que se preguntan el porqué de tanto delito y corrupción en las empresas y entidades cubanas. Claro, si los jefes son los primeros que roban y malversan, es lógico suponer que no exista una cultura o ambiente de control, y mucho menos el control interno en la realidad. Cuando eso sucede, las deficiencias son detectadas si actúan los auditores o controladores externos, bien sea de los distintos ministerios o la Controlaría General de la República.
Y a propósito de su estancia en Villa Clara, la Contralora General dio a conocer que, durante el pasado año, la Contraloría de esa provincia realizó 30 auditorías, y en 14 de ellas se detectaron hechos delictivos y de corrupción, lo que reportó considerables daños económicos. Esas estadísticas son alarmantes. Además, no se dijo lo que pasó con la otra mitad de las auditorías, que bien pudieran presentar deficiencias metodológicas, las cuales, de no ser corregidas, con el tiempo podrían agregarse a la lista del vandalismo.
Al parecer, no ha bastado con elevar el rango político de la señora Gladys Bejerano Portela para detener la espiral delictiva que afecta a las empresas y entidades cubanas.