LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Aunque Cuba ha perdido el liderazgo en el béisbol mundial, en Jaimanitas un grupo de veteranos se ha tomado en serio la pelota y, al estilo de las grandes ligas, mantienen vivo un campeonato donde se enfrentan una docena de equipos en representación de barrios, empresas y corporaciones.
Los fines de semana los equipos se trasladan hasta el terreno de pelota del Círculo Social Obrero Los Marinos, en ómnibus y vehículos particulares, acompañados por familiares y amigos. La población de Jaimanitas se suma a la actividad deportiva, el estadio se llena y el círculo social cobra nueva vida.
Además de los servicios del restaurante y el bar, se venden allí, entre bolas, strikes y batazos, cervezas, ron y comida; y también se apuesta. Todo furtivamente. Cada jugador abona una cuota para integrar el equipo. Dinero que se duplica en caso de victoria. Además, se estimulan a los jugadores cuando conectan un jonrón, o deciden un partido.
Los equipos lucen bien con sus vistosos uniformes, que llevan bordados en las camisas el nombre del barrio o la firma que representan. Los conjuntos de bajos recursos visten viejos trajes de los equipos nacionales: Industriales, Villa Clara, Pinar del Río. Cada director refuerza su nómina con residentes del pueblo, que juegan bien, como Yuri el buzo, Joaquinito “Calandraca”, o Walter, matador de cerdos.
A la hora del juego Walter le pide al Ronco que le cuide la carne, se viste de pelotero y se posesiona del jardín derecho. A través de El Nuevo Herald, que circula clandestino por Jaimanitas, Walter sigue a Alex Rodríguez, de los Yankees de New York, y a Ichiro Susuki, de los Marineros de Seattle. Hace unos días, pasado de tragos, dijo que iba a declararse agente libre para ganar más plata, como hacen en las ligas mayores, y el director del equipo lo suspendió dos partidos para que no anduviera jugando con cosas de la pelota yuma.
La ausencia de una malla detrás del home que resguarde de los fouls al vecindario, provoca que las pelotas rompan tejas y cristales, y que los niños estén expuestos a recibir un bolazo. La falta de entrenamiento de los jugadores es la causa principal de que se pierdan tantas pelotas, que van a la cuenta de las empresas.
Un vecino que vive justo detrás del home, luego que le rompieran varias tejas de su vivienda, y de quejarse al Poder Popular, optó por resignarse, pero no devuelve las pelotas que caen en su patio, y las vende a cinco pesos convertibles cada una, en el reparto 10 de octubre.