LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Orlando Rosales encaminó sus pasos a la Plaza Carlos III, la mayor tienda recaudadora de divisas del país. Confiaba encontrar las conexiones hidráulicas que necesitaba para reparar su vivienda.
-No, señor, no tenemos –le comunico el empleado de ferretería.
-¿Habrá en el almacén, para próxima venta?
-¡Ni en el almacén! Lo que había se acabó hace rato.
-¿En qué otra tienda puedo encontrar lo que necesito?
-¡En ninguna!
Se acercó a Rosales, y en tono confidencial le dijo:
-Busque a los nuevos vendedores por cuenta propia. Esa gente lo ha acaparado de todo. ¡Arrasaron con las tiendas!
El empleado no se equivocaba. Los cuentapropistas fabrican y venden productos industriales, incluidos algunos de importación, de absoluto control estatal, a precios elevados.
Fernando tiene una quincalla ambulante, legalmente establecida en el bulevar San Rafael. Ante las quejas de un posible cliente responde:
-Tengo que vender caro porque el Estado todo lo controla y sus precios están por las nubes. Vendo más caro para sacar el precio de la inversión y los impuestos. Al final me queda algo para la comida de la familia, y otras cosas, pero no mucho. ¿Me comprende, mi amigo?
Lo único que comprendo es que con esta falsa apertura el gobierno sube los precios, y aprieta a los cuentapropistas, a los revendedores y, al final, todos aprietan al pueblo, que está al borde de la asfixia. ¿Hasta cuándo, Señor?