LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -Al igual que en Venezuela y Estados Unidos, el régimen cubano efectuará comicios generales próximamente. En octubre, el mandatario bolivariano Hugo Chávez pugnará con Henrique Capriles para saber si los venezolanos desean la continuidad del socialismo del siglo XXI, o prefieren apostar por el raciocinio.
En noviembre, el presidente Barack Obama y el candidato Mitt Ronney competirán para proponer a los estadounidenses sendas estrategias que los liberen de la crisis económica, el déficit presupuestario y el desempleo.
Pero en Cuba, el dictador Raúl Castro -único candidato a las elecciones- no está presionado, pues no tiene que competir con otro aspirante por el cargo y, como es tradicional, ofrecerá al pueblo el mismo “jarabe de componte” de siempre: Represión, derrumbes, picadillo de soya, croquetas de claria, café mezclado con cualquier tipo de semilla, baches, dengue hemorrágico, cólera, derrames albañales, peste, suciedad, robos, corrupción, salarios miserables, pérdida de valores morales, diferencias sociales, menos transporte público, menos leche para los niños, menos respeto a los derechos humanos…
Y para reforzar la función circense, el presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo Alarcón de Quesada, no cesará de tararear su estribillo, donde dice que van a votar más de 8,5 millones y que la participación de los cubanos a las urnas será casi total. De hecho, los sondeos oficiales (no hay otros) estiman una asistencia superior a 95%, abrumadora mayoría que legitimará, a la vista de los incautos, una dictadura que desde hace más de medio siglo mantiene el poder a la brava.
En Cuba, “el voto es un derecho y no una obligación”, según pregonan ahora los voceros oficiales. Mientras, entre telones, hay quienes afirman que los cubanos tendrían la oportunidad de someter al régimen a un virtual “referéndum revocatorio moral”, si todos los que rechazan su política no asistieran a los colegios electorales. Pero tal posibilidad causa pavor, incluso entre acérrimos críticos de la dictadura.
Ustedes, los periodistas independientes, no resolverán el problema, me espetó alguien que se identificaba con el seudónimo de Ricardo. Era un trabajador de una tienda de recaudación de divisas, “shopping”, a quien, tras oírle criticar duramente al régimen, le pregunté: ¿Entonces tú no vas a votar?
Se enfureció. Dijo que el periodismo no tumba ningún gobierno, y que él es capaz de salir a la calle esgrimiendo palos y piedras para batirse contra tanques, cañones y hasta cohetes intercontinentales, pero que votará, porque si no lo hace, le expulsan del trabajo, y entonces su familia sufriría las consecuencias. Incluso, llegó a aconsejarme que hiciera lo mismo: “Compadre, tú debes pensar más en tú familia. Le estás haciendo tremendo daño”.
Rolando Hernández, un jubilado de 76 años, quisiera un cambio de gobierno, pero también votará en noviembre, por miedo a que le cancelen el contrato para barrer calles, y aunque sus rodillas no aguantan más, día a día se levanta por la madrugada para barrer su norma: “No es un sueldo extraordinario -alega- pero al menos, me alcanza para darme algún trago de hueso de tigre” (ron barato).” Hernández también piensa que: “A la dictadura hay que tumbarla saliendo pa’ la calle, no dejando de votar”.
Otros, como Felipe Echevarría, un desempleado de 53 años, alega que un líder opositor dijo por Radio Martí que lo más efectivo es anular la boleta. Y él está de acuerdo, pues considera que de esta forma patentiza su inconformidad con el régimen más inteligentemente y corriendo menos riesgos.
La oposición cubana no ha trazado ninguna estrategia contra la farsa electoral del próximo noviembre. Ni siquiera ha llamado a los electores para que concurran o no a las urnas. En las calles, los criterios son polémicos. De 50 personas consultadas, 49 me confirmaron que votarán, porque comen, visten y subsisten gracias a actividades que realizan ilícitamente, sea apuntando bolita (juego prohibido), robando, o ejerciendo distintos tipos de corrupción en los centros de trabajo… Entonces temen que los señalen como disidentes, que es el nivel más grave en la escala oficial de actos delictivos.
Así, pues, el próximo noviembre, “Ricardo” votará para no señalarse, a fin de poder seguir llevando dinero sucio a su casa. Rolando hará lo mismo, para después pescar tremenda borrachera con su ron “hueso de tigre”, y Felipe anulará la boleta en forma anónima.
De cualquier modo, ninguno de los tres podría elegir al presidente de su país, porque ya fue elegido de antemano -él mismo se eligió-, y porque los nominados en sus boletas serán gentes que ni siquiera conocen. Ello, claro está, no impide que estos pobres diablos se conviertan en cómplices de la dictadura que tanto aborrecen.