LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Existe un fenómeno que ha proliferado vertiginosamente en Cuba en los últimos años y que me ha interesado investigar, por sus serias connotaciones. Me refiero a la prostitución, un tema cuyos debates teóricos y políticos parten de la controversia sobre si las personas que la practican (tanto hombres como mujeres) lo hacen por libre elección o por la fuerza de la necesidad.
El tema es bien complicado para mí, por lo que no pretendo agotar su análisis a profundidad, pero quisiera compartir aquí algunas de las conclusiones a las que he llegado, luego de varias conversaciones con personas que se dedican a lo que llaman “el oficio más antiguo del mundo”.
Por un lado, existe la creencia de que las mujeres (aunque últimamente vemos también a muchos hombres) se prostituyen porque viven en condiciones sociales y económicas pésimas, así que unos chulos o proxenetas les inducen, cuando no las obligan, a vender sus cuerpos. Visto así, no hay manera de que a alguien sensato le resulte tolerable esta actividad que “degrada y humilla”.
Pero en mis investigaciones he encontrado a quienes, aunque no niegan la existencia de prostitutas que han llegado a esa condición de manera forzada u obligada por las necesidades económicas, también afirman que el trabajo sexual no es necesariamente un acto de degradación. Sostienen que en Cuba debía ayudarse a las prostitutas que quieran abandoner el oficio, pero igualmente deberían brindarse facilidades y condiciones laborales a las que decidan continuar prostituyéndose. Estas segundas son precisamente las que afirman que trabajan en forma autónoma, sin proxenetas y chulos que las exploten.
Conozco desde hace más de diez años a Martha (ese es su verdadero nombre), y según lo que me cuenta, siempre ha sido prostituta. Ella me dice a menudo: “He sido puta desde jovencita, pero porque he querido, porque es una manera de vivir mejor. Es verdad que tengo que oír a diario insultos y humillaciones. Muchos clientes son groseros y desagradables, pero ya no me importa, he aprendido a vivir con eso. Además, yo me prostituyo para mi propio beneficio y para ayudar a mi familia. No tengo chulo ni nada, y conozco a otras igual que yo”.
Algo interesante en lo que coinciden las prostitutas que, como Martha, defienden su profesión, es en que hay que denunciar las leyes y regulaciones nacionales que persiguen y sancionan la prostitución al tiempo que les dan un poder desmedido a funcionarios y miembros de la policía para acosarlas y extorsionarlas: “Ellos deberían ser los sancionados, junto con los proxenetas que abusan de muchas muchachas indefensas”, puntualiza Martha.
Escuchándola a ella y a otras trabajadoras sexuales, y prestando atención a otros diversos criterios acerca del tema, me resulta complicado determinar si en Cuba este fenómeno es realmente fruto de “elección o explotación”.
Algunas psicólogas y trabajadoras sociales a las que he entrevistado coinciden en que la mayoría de las prostitutas a las que conocen han elegido el oficio porque no tienen otra opción. Viven en pésimas condiciones y muchas de ellas provienen de provincias orientales y llegan a la capital en busca de mejoras económicas.
Particularmente sostengo que el análisis sobre la prostitución en Cuba, y el debate sociopolítico en torno a este fenómeno, deben tener en cuenta la variedad y diferencias de motivos e intereses dentro de este colectivo. El Estado debe mostrar un interés sincero, ocuparse del bienestar de las personas necesitadas que han escogido esta forma de vida como última opción y que son explotadas, maltratadas y vejadas por proxenetas despreciables, cuando no por unos policías corruptos y otros funcionarios con poder.
Igualmente hay que escuchar y tener en cuenta a aquellas prostitutas que defienden el sentido dignificante que dan a este trabajo y reclaman ejercerlo en condiciones laborales que garanticen sus derechos. Mi sugerencia es que no continuemos abordando el tema de la prostitución desde el abolicionismo o el victimismo, sino que las escuchemos a ellas y a ellos. El debate saturado de mitos, miedos y estereotipos acerca de la prostitución debería incluir como principales exponentes a las propias trabajadoras sexuales.