LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Los pájaros del campo cubano están emigrando hacia la capital. Su comportamiento es coincidente con el de nuestros jóvenes de provincias, que hoy parecen hallar la salvación, o lo que ellos entienden como tal, metiéndose a policías en La Habana. Claro, el caso de los pájaros es mucho más sorprendente, y hasta podría resultar más trágico, no porque se les niegue ser policías (que aquí para eso cualquiera aplica), sino porque augura peligro de extinción.
Deben sumar miles los habaneros adultos que en estos días, por vez primera en sus vidas, han logrado ver en vivo y de cerca a un zunzún, un tomeguín, una bijirita, o un zorzal, entre otros pájaros que aunque son propios de nuestros campos, a la ciudad sólo habían llegado en imágenes fotográficas y fílmicas, pues durante muy largas décadas no sobrevolaron jamás los límites de la periferia.
¿Conocerán ya los estudiosos de nuestra fauna los motivos por los que han sentido el apremio de abandonar su hábitat natural? ¿Acaso tales motivos estarán destinados a convertirse en un nuevo secreto de Estado? Sabe Dios, o el diablo.
Por lo menos en algunos barrios capitalinos, comienza a ser frecuente ver a un sinsonte cantando libremente sobre los techos. Este espectáculo, inaudito hasta hace poco, va constituyendo ya parte del paisaje. Y es una experiencia sublime, pero a la vez aterradora, en una ciudad en la que no conocíamos el privilegio de ver a los sinsontes (ni a los artistas de nómina oficial) cantando fuera de sus jaulas.
Doy fe de que en días recientes, durante una larga caminata que realizara, desde el Vedado hasta el Cerro, atravesando una gran porción de Nuevo Vedado, vi y oí cantar a 18 sinsontes libres, ¿libres?, sobre las azoteas y entre los árboles.
En días atrás, hemos perdido de vista a El Benny, un sinsonte cantor que cada mañana, puntualmente, venía a brindarnos su amplio y rico repertorio, posado en las antenas de televisión de la azotea del edificio vecino. En mi casa lo bautizamos con ese nombre porque, desde luego, entonaba cualquier melodía, todas con el mismo singular dominio. Le situábamos en el balcón plátanos maduros, pelados. El Benny se habituó a ellos. Y nosotros nos habituamos al placer inigualable de escucharlo y verlo cantar libremente sobre la azotea vecina.
A diferencia del mítico Benny Moré (El Benny), aquel sinsonte siempre era puntual, mañana tras mañana, a la misma hora. Aunque, como siempre hizo nuestra gente con El Benny, le hubiéramos disculpado cualquier impuntualidad, pues su canto nos alegraba la vida, por encima de los males menores y hasta de los mayores.
Pero una mala mañana El Benny no vino a posarse en la azotea. Y ya que era tan puntual, eso nos bastó para comprender, al instante, que no volveríamos a verlo.
¿Habrá muerto? ¿Lo habrá cazado algún imbécil con la pretensión de hacerlo cantar únicamente para él? ¿Acaso alguien desconoce todavía, en La Habana, que (al contrario de nuestros artistas de nómina oficial) los sinsontes, si se apresan adultos, no vuelven a cantar jamás, enmudecen rotundos, y terminan muriendo? De modo que para que canten enjaulados, hay que criarlos dentro de la jaula, desde pichones, algo también parecido a lo que ocurre aquí con los artistas.
En cualquier caso, si bien nos entristece suponer las posibles causas de la ausencia de El Benny, más que entristecernos, nos vira al revés de la angustia pensar en la enorme cantidad de sinsontes, zunzunes, tomeguines, zorzales, negritos y otros muchos pájaros de los montes cubanos que hoy están arribando a La Habana, destinados a una existencia efímera bajo el casquete de humo y entre los muy altos decibeles de contaminación acústica que sufre esta ciudad, arruinada por un régimen al que, para colmo, le ha dado por posar de ecologista.
Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en la siguiente dirección: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0