LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Los funcionarios del régimen de Ben Ali tratan de recomponer un nuevo gobierno. El pueblo en las calles parece dispuesto a no permitir que le den gato por liebre. Los fusiles de los militares han vuelto a disparar contra los manifestantes en Trípoli. Al menos por ahora, dispararon al aire.
Para los que detestamos las tiranías de todo tipo, las noticias que llegan de Túnez por estos días son alentadoras. Máxime si tenemos en cuenta que los tunecinos pasaron de la dictadura de Habib Borguiba, que se decía socialista, pretendió gobernar de modo vitalicio y hubo que sacarlo enloquecido del poder, a la dictadura marrullera y ganadora de las farsas electorales de Al-Abdine Ben Ali. Entre las dos, 54 años. No sé si la historia les suene familiar. Sobre todo eso: familiar.
Mi amigo Jorge Luis Morales, un compatriota que vive en Francia, me comentaba en un mensaje detalles que no conocía de la rebelión del bravo pueblo tunecino. Se lo agradezco, porque en Cuba los medios, que son propiedad del Estado, han informado poco sobre Túnez. Tampoco han hablado mucho de la marcha atrás que tuvo que dar el Presidente boliviano, Evo Morales, ante “el gasolinazo”. Aprensivos que son nuestros mandarines. Con el caso tunecino a la vista, parece que tienen miedo que los cubanos tomemos ejemplo y acabemos de sacar la conclusión de que el mejor modo de salir de los dictadores es echarlos a patadas.
Por suerte, los cubanos hemos podido seguir el desarrollo de los acontecimientos en Túnez gracias a Telesur. Mejor dicho, a la selección de Telesur cuidadosamente revisada que nos permiten ver por el Canal Educativo 2, casualmente a la misma hora de la telenovela. Así y todo, no vacilo en afirmar que Telesur, con Walter Martínez y todo, comparado con el inefable Noticiero de la Televisión Cubana, es algo así como CNN.
A propósito, el programa Agenda Abierta de Telesur, que es conducido por una bella periodista, apoya sus informaciones sobre la situación en Túnez en los contactos telefónicos desde Trípoli con el escritor español Santiago Alba Rico.
Alba Rico, que gusta definirse como “un agitador político literario”, escribe obsesivos ensayos contra la sociedad de consumo, a la que considera, en todos los sentidos –y a veces hasta con razón-, insostenible, autodestructiva y suicida.
Hace casi 20 años, se mudó de Madrid a Egipto y luego a Túnez, donde reside. Se siente muy cómodo en el mundo islámico, que considera “amistoso y acogedor”. Hastiado de Occidente, Mediterráneo por medio y más de 20 años después de la caída del Muro de Berlín, se arrulla con el canto de los almuecines y considera que Europa es “un continente muerto” y que “la supervivencia política de la humanidad se decide en América Latina”.
Para Alba Rico, la monarquía castrista es la vanguardia política del mundo. El escritor madrileño, castrista incondicional, viaja a Cuba con frecuencia. Necesita el bastón de palo de caguairán para cojear gustoso del pie izquierdo. El problema es que en cada viaje, al observar el desgaste y los retrocesos de dicha revolución, regresa bastante deprimido a su balcón árabe.
Pero si se habla del socialismo verde olivo, Alba Rico, que es colaborador habitual de las publicaciones cubanas La Calle del Medio y La Jiribilla, rechaza las críticas que se refieren a un modelo obsoleto y caduco. Considera conveniente advertir a malagradecidos y desaprensivos, la inmensa fortuna de tener un abuelo sabio que diserte sobre el calentamiento global, la crisis financiera, los bombillos ahorradores y los secretos de ablandar frijoles (si los hay y alcanza el dinero para comprarlos) en una olla de presión china.
Sería más útil que en vez de tratar de convencernos a los cubanos de que “reprimirse es no sólo bueno, sino además hermoso” y otras sandeces, aconseje a sus idolatrados camaradas cubanos, ya que es testigo privilegiado de lo ocurrido en Túnez, de los peligros de llevar a un pueblo durante demasiado tiempo a los límites de la desesperación. Ojala, por el bien de todos, que le hagan caso.