LA HABANA, Cuba.- Para algunos es una especie de parque de diversiones pero, para otros, es un excelente pretexto para el enmascaramiento ya sea del tedio o de lo ilícito. Hay pocos lugares a dónde ir y allí no solo va la gente a navegar por la red de redes.
Se pueden hacer muchas otras cosas además de hablar por IMO o chatear con los amigos de Facebook. La zona wifi se ha convertido en el lugar perfecto para matar varias presas con un mismo disparo.
Compras un refresco, te sientas, te conectas y pasas un buen rato. A veces conoces a una chica, a un chico. También haces amistades por Facebook, es lo que me contestan algunos cuando les pregunto si no les molesta tener que ir hasta un parque para acceder a Internet o pasar horas bajo el sol, sentado en el piso y rodeado de una multitud.
Las respuestas me desconciertan. Esperaba escuchar hablar de intimidad, de las necesidades de contar con una conexión privada en el hogar, de altos precios o de malos servicios, sin embargo, aunque encontré algo de eso, ha llamado más mi atención la complacencia de aquellos para los que las zonas wifi son mucho más que un punto de acceso a la Internet.
Además de vendedores y revendedores clandestinos (de tarjetas de ETECSA, de celulares y accesorios, de medicamentos y un largo etcétera) que aprovechan el camuflaje contra inspectores proporcionado por las zonas wifi, estas son el mejor lugar para simular que se ocupa el tiempo en algo “permitido”, más en una ciudad que se empeña en limpiar esa imagen de “coto de caza” que adquirieron sus calles y parques cuando el principal atractivo para buena parte del turismo extranjero comenzó a ser el sexo barato.
Aún continúa siendo este un poderoso imán para los forasteros, sin embargo, a juzgar por el vacío que se advierte en aquellos lugares tradicionalmente frecuentados por jineteros y jineteras, el delito llamado “acoso” o “asedio al turismo” ha menguado.
Ya no se ven extensas filas de “pingueros” luciendo sus cuerpos en las aceras y portales de ese tramo que algunos llegaron a nombrar la “vitrina” del Payret.
Los bancos del Parque Central han dejado de ser el punto de reunión preferido por “luchadoras” y “luchadores” de “bajo costo” cuando hace apenas un año atrás funcionara como un verdadero “centro comercial” para los asuntos de la carne. Pocos iban ya al parque a tomar el fresco o el sol. Permanecer allí más de quince minutos era señal de andar de “safari sexual”.
La reconstrucción del Capitolio como sede de la Asamblea Nacional más los proyectos hoteleros en la zona han reforzado la vigilancia policial, con lo cual ha variado un tanto el mapa “ardiente” de La Habana y se han desplazado las áreas de prostitución hacia los sitios donde se puede sacar un celular del bolsillo y simular que se es un inocente internauta.
Lo complicado que resulta para algunos extranjeros familiarizarse con las instrucciones de conexión de una cuenta Nauta, vuelve propicio el inicio de una conversación que puede terminar en amistad pasajera y, algunas veces, en franca conquista.
“¿Necesita ayuda?” es la pregunta con que Omar, un joven de apenas 20 años, suele romper el hielo y simular su asedio a los “yumas”. Ha montado el numerito, tal como ha visto hacer a otros jineteros, y a veces le es efectivo.
Si aceptaran su auxilio, ya estaría dado el primer paso para comenzar el “coqueteo” sin llamar la atención de los policías, que ya están al tanto del nuevo “truquito”. Pero, a la vista de cualquiera, Omar solo está siendo amable, y la generosidad no es un delito.
“Les explico cómo conectarse y con eso les saco conversación. Si están para algo, entonces me doy cuenta enseguida”, me dice Omar haciendo gala de su habilidad.
Él casi siempre se hace acompañar de una amiga que finge ser su novia y que, como se dice en la jerga de su ambiente, “también anda en las tandas”, es decir, se prostituye.
Niurka afirma ser más hábil que Omar aunque fue este quien le descubrió ese nuevo mundo, mucho menos expuesto, de las zonas wifi. El pretexto de buscar conectividad, incluso, les permite merodear por hoteles y centros turísticos donde antes era muy difícil permanecer durante horas sin llamar la atención de policías y agentes de seguridad.
“Si ahora me preguntan, no pasa nada, estoy conectándome. ¿Es que no tengo derecho?”, dice Niurka. Además me cuenta cómo en algunos hoteles como el Colina, frente a la Universidad de La Habana, o en el Telégrafo, al principio del Paseo del Prado, le han prohibido conectarse a Internet.
“Parece que se han dado cuenta y entonces ya no me dejan entrar. Hay un mesero en el Colina que dice que es una orientación de la gerencia, que la gente no se puede conectar dentro del hotel (…) en el Telégrafo es la misma historia; sin embargo, en el Inglaterra no me dicen nada, ni en el Nacional”, comenta Niurka.
Sus historias no son excepcionales. En la zona wifi de la calle 23, en el Vedado, es fácil encontrar a decenas de astutos con la misma estrategia de Omar y Niurka.
Los servidores y las servidoras sexuales ya no necesitan frecuentar el Bim Bom, una cafetería muy popular en la intersección de las calles Infanta y 23, para llamar la atención de los clientes. La mayoría se ha transformado en “internauta” y, celular en mano, suben y bajan de Coppelia a Malecón sin llamar la atención de los policías.
“Cuando no existían las wifi era evidente que si te sentabas en el (cine) Yara o allá en las aerolíneas (edificio frente al Ministerio de Comercio Exterior) estabas fleteando”, dice Amparo, un travesti que vive de prostituirse. Para ella, las zonas wifi le han “salvado la vida” a muchos.
“Antes no había justificación. Si alguien del barrio decía que te vieron sentada en 23, a las 11 de la noche, no había cuento que meter. Oye, que vi a tu marido sentado en el Bim Bom. No importa, es que él fue a conectarse. Bueno, ya sabes tú qué clase de conexión vino a hacer. (…) Bueno, sí, las wifi han acabado con los prejuicios y le han salvado la vida a unos cuantos descarados”, dice Amparo mientras se ríe con cierta picardía.
Aunque la hora de conexión cuesta casi el salario de dos jornadas de trabajo para un obrero y hasta para un profesional, a pesar de que la Internet se demorará algunos años —quizás décadas, a este paso— en llegar a los hogares cubanos, habrá personas para las que una zona wifi en medio de una ciudad aburrida y donde hay que salir todos los días “a lucharla” serán siempre el mejor coto de caza.