MIAMI, Florida, Redacción.- Lo que narraremos a continuación no está basado en hechos reales, sino es un hecho real. Por mucho que parezca antiguo, ha ocurrido en días recientes, en uno de esos trenes destartalados que circulan por Cuba con el hampa metido dentro.
Fernando Vázquez escribe para la Red Cubana de Comunicadores Comunitarios. En Cubanet ha publicado informaciones sobre lo que en la isla se conoce como “Casos Sociales”, y que no es más que la situación miserable de personas desahuciadas, a las que generalmente rondan enfermedades. O el caso de la niña apedreada en pleno rostro por un policía, un uniformado que no cumplió condena severa por ello.
Fernando acaba de realizar dos viajes seguidos a la capital cubana, desde Camagüey, importante ciudad situada al este La Habana. Como en el primero fue deportado en autobús -luego de estar en el calabozo de un centro de investigaciones para la disidencia y las migraciones internas “no autorizadas”-, regresó para realizar su trabajo, y fue prendido otra vez por la policía política, en plena vía pública, exactamente en las calles Águila y Corrales, según dijo a este redactor, vía telefónica, luego de intentar comunicarnos varias veces pues “se caía la llamada”.
Oficiales de la Seguridad del Estado le confesaron estar “muy aburridos de él”, de sus informaciones a la prensa independiente y de su persistencia en los viajes a la capital. Le pusieron la ley en las narices, esa interpretación fascista que hay en la isla y según la cual los de otras provincias no pueden pernoctar en la capital, si no están previamente “autorizados”.
Racismo, xenofia, vejación, todo un rosario de violaciones de los derechos humanos universales que, desde Hitler, no se veían sumados en un tren. El tren de la muerte: sin agua unas 12 horas, ni derecho a estirar las piernas. “Un tren cargado de policías para mí y para 39 deportados desde La Habana hasta Santiago de Cuba”, recuerda Fernando con impotencia.
En el trayecto, un policía intentó golpearlo: “Ellos están autorizados a hacer cualquier cosa conmigo, incluso a matarme”, redondea Fernando.
En Camagüey lo esperaban agentes locales de la policía política. De nuevo al calabozo, más amenazas y una multa de veinte pesos que ni él mismo sabe a qué se debe. Puro trámite para marcar terror, debemos suponer.
Esos trenes circulan cada día con deportados, gente sencilla y muy pobre que intenta buscarse la vida en la capital. Nadie en un país normal se explicaría la deportación entre provincias por solo querer progresar. Encima, si uno es disidente viaja en ese tren como los reos enviados a Siberia por Stalin, o a los campos de concentración y trabajos forzosos de los nazis.
Fernando está vigilado todo el tiempo. “Estoy dispuesto a enfrentar lo peor, estamos luchando contra una maquinaria asesina”, dijo al teléfono sin pensarlo cuando peguntamos, por humanidad, ¿qué vas a hacer ahora?
Como continuará reportando, no sería difícil imaginarlo otra vez en ese tren, porque las reuniones de su equipo ocurren en La Habana. Todo por hacer periodismo ciudadano en un mapa en el que Cuba no parece pertenecer a la aldea global.