LA HABANA.- “Hoy hay que votar”, dice una señora conectada en la zona wifi del parque El Cristo en La Habana Vieja, y parece que del lado de allá, en Facebook o IMO, alguien le preguntó a quién había dado su voto.
“¿Qué se yo?”, respondió. “Por cualquiera. Por todos. Me dieron dos boletas y yo puse una cruz en el medio. Una pila de gente que uno no conoce y total, ¿para qué?”
Sigue contando cómo se levantó temprano a votar y hacer la cola de las papas en el agro de la calle Amargura, donde los bodegueros parecían que llevaban una mesa electoral de fango y agua sucia: sentados con pluma en mano tachaban uno a uno los núcleos a medida que iban despachando las libras que tocan a la gente que se aglomeraba en medio de la calle, buscando el tubérculo.
En el mismo parque, en La Habana Vieja, los vendedores de tarjetas no han podido hacer mucho.
“Imagínate, hoy es día de votaciones y nos están abriendo tremendo fuego”, contó uno. Hay que tener el ojo entrenado para identificar a la policía, que está en todas partes. Aun si hoy no se vieran, estos han sido meses de despliegues policiales por toda la ciudad con al menos cuatro en cada esquina de las avenidas más céntricas.
A las siete de la mañana no había cola en los colegios electorales, pero tampoco la había a las diez, ni al mediodía.
“Voy cuando termine de lavar”, dice un ama de casa centrohabanera, pero es el pensamiento promedio: una tendera de San Rafael dice que irá a votar cuando termine de trabajar, por la tarde, y así mismo piensa otro que vende viandas en el agro de Blanco, al otro extremo de Centro Habana.
Las colas este domingo eran en el Tencent de Obispo porque sacaron refresco TuKola y huevo, o en las oficinas de Etecsa para recargar la cuenta Nauta, porque es día de conectarse con la familia que vive afuera.
“Es que hay muchos colegios, aquí mismo hay uno en el consultorio, otro allá al frente y al doblar otro”, aunque no se puede votar donde se quiera, la misma ama de casa que dice no interesarle la política, se burla: “y se salvaron de que no está lloviendo como anoche, porque esa hubiera sido la justificación perfecta”. Cree que su apatía es general: “Es que todo el mundo está para resolver lo suyo, por eso los religiosos de allá abajo no dejaron de hacer sus cantos hoy”, y señala a una de las casas de culto de denominación cristiana que proliferan en la Isla.
Mayra tiene casi 70 años y vive en una casona del Vedado. Cuando se le pregunta si ya votó, responde con una mueca y dice: “No te atrevas a comprar el puré de tomate que están vendiendo en la esquina”, e interrumpe la frase para seguir con la misma mueca.
La mitad del Vedado amaneció bajo un apagón. Según algunos vecinos, “la luz se fue desde la una y no volvió hasta casi las nueve de la mañana, por eso yo voy cuando se me quite el ‘empingue’”, dice la madre de un bebé de 10 meses que ha estado llorando toda la noche por el calor.
“Oye niña, eso fue contrarrevolución. ¿Tú sabes lo que es un día antes de las elecciones pasar una noche así?”, y le sale lo que le enseñaron en la escuela: “Cualquiera por unos pesos nos quita la luz pa’ joder”.
En un colegio electoral en la calle 18, donde también amanecieron a oscuras y estaban planificando recibir a los votantes con una lámpara, dicen que fue “una avería”, y el panadero de la esquina de 15 recibe a sus compañeros de trabajo a las siete de la mañana con un “no te voy a decir cómo me siento”, porque más que hacer pan ha tenido que transportarlo de un panadería a otra, porque las meriendas de los colegios “hay que garantizarlas”.
“Voy para no marcarme”. Es la recomendación que da uno que se identifica solamente por Andrés. “Si no vas, te señalas. La cosa es no hacer mucha resistencia y flotar para que no te ahogues”, con esto explica grosso modo su estrategia de supervivencia, porque cree que “esto no hay quien lo cambie, pero tampoco quien lo tumbe”, frase popular que marca el nivel de desaliento que ha caracterizado a los cubanos durante demasiados años ya.
Siempre hay quien va convencido, pero el entusiasmo se ve en la televisión, no en la calle. La gente va dócil, a veces sola o acompañada, y la cola nunca excede a las cuatro o cinco personas. Aunque no tengan puntos de comparación, ellos saben que solo están votando por los que tendrán el derecho a votar por los que dirigirán el país por quién sabe si 60 años más.
“Me enteré de muy buena tinta que están pidiendo en la televisión más visibilidad para Mercedes López Acea. ¿Tú crees que salga ella?”, comenta Juana, que lo escuchó en los pasillos de la emisora donde trabaja de guardia de seguridad. Dice que prefiere al primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel porque “es más de pueblo”.
El mismo Díaz-Canel estuvo esta semana en el Palacio de la Computación y hace meses salió entre rumberos y santeros. “Eso se llama baño de pueblo”, dicen algunos.
“Lo que tú ves en otros lugares que la gente hace tremendas colas porque tiene intereses políticos, aquí creo que nunca lo verás”, dice Roberto quien decidió ponerse serio porque “en bonche” había dicho antes: “Ya voté por mi revolución”.
Cuenta que siempre que ha habido votación, anula su boleta, como mismo lo hacen su pareja, su hermana, el marido de su hermana, su ahijada y su abuela y después, como una victoria personal, va a ver el conteo final y descubre que las anulaciones son menor que el número de familiares suyos que decidieron con una crayola poner cualquier frase menos una cruz al lado de algún candidato.
A diferencia de Roberto, que hace su propia revolución, o la señora de la zona wifi de la Habana Vieja que pone cruces y ya, otro prefieren no ir a las urnas y te dicen, sin muchas vueltas: “¿Votar? ¿Para qué?”