LA HABANA, Cuba:– A una pareja de jóvenes habaneros que concluyó con buenas notas el bachillerato, sus padres los premiaron con un fin de semana en la Playa de Varadero. La pasaban de maravillas, hasta que se sintieron aplastados por la discriminación. Había servicios solo para extranjeros. Los muchachos sufrieron por el único delito de ser cubanos.
Bajo los nombres de Yisel y Ricardo, por temor a represalias, los muchachos decidieron hablar para Cubanet. Nos contaron que sus padres no son ricos, que exprimieron sus ahorros para pagarles el fin de semana en Varadero. Ricardo es hijo de un dependiente del Hotel Habana Libre y madre dentista, el papá de Yisel es abogado.
“Llevábamos dos años sin visitar la Playa Azul –cuentan los jóvenes– Entramos en shock cuando nadamos en ese mar transparente, frente al Hotel Internacional (cerrado y fuera de servicio). De la arena, nos fuimos al restaurante Baracoa, donde almorzamos bistec de pechuga de pollo y enchilado de camarones, delicia rara en nuestras casas, ausente en los mercados en moneda nacional y hasta en la red en divisas”.
“Del almuerzo nos fuimos al Complejo Recreativo La Punta. –narran los muchachos– Nos habían dicho que era una pequeña ciudad paraíso y al paraíso fuimos: “Circundada por áreas de seguridad, pero con acceso libre comenzamos nuestro paseo sin perder el asombro, todo cuidado, jardines, tiendas, vidrieras, como para no salir nunca de ese lugar”.
“Caminamos de tienda en tienda. Mirábamos sin poder comprar. –relata Yisel– Pero en “Nautilus”, cuya especialidad es el calzado playero, cedimosa la tentación y nos compramos unas chanclas hawaianas por 15 dólares, caras sí, pero saciamos las ansias de comprar. Nos tomamos unos helados “Amarena”, deliciosos, mezcla de fresa, uva, cereza, con la opción de escoger el sirope y los confites, que uno quisiera. En nada se parecían a los pobrecitos helados del Coppelia de La Habana, con su mísera variedad de sabores, entre falta de limpieza y mal servicio”.
“Recorrimos las bellas edificaciones del Hotel Marina Palace –recuerda Ricardo– el supermercado de alimentos, las tiendas de perfumerías, artículos deportivos, peleterías, hasta caímos por la bolera con acceso gratis y un costo de 10 dólares por persona para jugar (no jugamos). Visitamos la sala de la música, la casa del café, la del chocolate; y restaurantes de comida italiana, mexicana, argentina, queríamos verlos todos, aunque no pudiéramos comer en ninguno. Varadero era como viajar fuera de Cuba, sin salir de Cuba”.
“En el restaurante “KIKE-KCho”, del artista plástico Alexis Leiva Machado conocido como Kcho, nos quedamos con la boca abierta – afirma Yisel– no por los cuadros del pintor, sino por los precios del menú. Nos fuimos corriendo de ese restaurante no apto para cubanos”.
¿Varadero los desilusionó?
“La desilusión ocurrió en la última parada. La que realizamos en las instalaciones náuticas de La Punta –cuenta Ricardo… Nuestra visita a Varadero había sido un paseo que, sin darnos cuenta, nos llevó al desengaño. Se nos vinieron encima los lujosos yates de pescas y los paseos que ofrecían solo para los visitantes”.
“Anunciaban un viaje en el Crucero del Sol, todo incluído que nos llevaría a un cayo de nuestra Isla, con comida y barra abierta, por 109 dólares por persona, casi lo que nos quedaba, pero acordamos tomarlo. –dicen los dos jóvenes– Estábamos muy embullados. Pero cuando íbamos hacer la reservación un custodio, nos dijo que los nacidos en Cuba, no podían abordar el velero”.
“Regresamos a La Habana el domingo 19, víspera de las elecciones para Delegados del Poder Popular, en las que como cubanos debíamos participar –cuentan Yasiel y Ricardo—Nos venían a la cabeza los jóvenes compatriotas que ni siquiera conocen Varadero, nos veíamos frente al Crucero del Sol, y escuchábamos al guardia repetirnos, “solo para extranjeros”, y tomamos conciencia de cómo este gobierno nos discrimina por el solo hecho de ser cubanos. Y decidimos no votar en unas elecciones que no nos representan.