LA HABANA, Cuba.- “Un país en el que toda miseria es banal: a nadie le importa el Gran Faltante”. Un breve texto como este ejemplifica qué podremos leer en la Revista de la vagancia en Cuba (RVC). “Un país «Siempre-la-Perra-de-Alguien»…” Como vemos, «el país» es uno de los objetos sobre los que se enfocan los textos, sobre todo en «Quejestorio». “Un país cuya gerontocracia daría palmaditas en el hombro al Emperador Amarillo.” Pero la RVC no se detiene ahí.
Obviamente, el nombre nace de la Memoria de la vagancia en la Isla de Cuba, publicado en 1832, donde José Antonio Saco llamaba la atención sobre las graves “enfermedades morales que padece la isla de Cuba”, intentando “buscarles el remedio y llamando la atención pública hacia un objeto de tanto interés”. Pero, más allá de esa relación seria y jocosa a la vez, esta revista no quiere hacer sociología, sino literatura.
Y, si bien por su asunto el estudio de Saco fue un suceso en su día, habría que ver la repercusión que tendrá la RVC, teniendo en cuenta que solo se imprime en blanco y negro, con pocos ejemplares y que todavía no está en Internet. Pero de seguro habrá quienes hallarán en sus páginas una creatividad y una independencia muy inusitadas.
La portada muestra el conocido rostro que aparece entre los celebrantes del cuadro El triunfo de Baco, más conocido como Los borrachos, de Velázquez. Aunque se anuncia como tercer número, Se botó el guarapo —de acuerdo con el aire burlesco y corrosivo del proyecto—, en verdad este es el número inaugural.
Abren dos textos de Optimista Taladro, Larvario habanero y Huronear en Recicladas, seguidos por una muestra de fotografías de Juan Pablo Estrada, descrito como “camagüeyano de oficio. Uno de los pocos fotógrafos cubanos a quien no se le aplicaría la greguería de Ramón Gómez de la Serna: «el ideal del joven aspirante a fotógrafo es comprarse la mejor cámara para hacer fotografías de miserables». Nuestro camagüeyano no hace de la miseria otra vaquita lechera. Es vegetariano. No encontró otra solución para el problema de la carne. Estudia en el ISA. Se aburre como un candado en ese pantano de las artes”.
Continúan varias viñetas de Arsenio Rodríguez Petersen, donde hallamos piezas como Juego de sangre: “Un intelectual puede firmar una sentencia de muerte por fusilamiento, escrita correctamente según la gramática de la lengua. (…) Pero ¿qué sucedería con el lector del supuesto fallo? Al ver la firma no sabrá distinguir si se trata de un gesto cercano a lo artístico o a lo jurídico. Se preguntaría si la firma de la persona es para acuñar la validez de lo escrito desde lo jurídico, desde lo estético o desde ambos saberes. O si solo se trata de dejar claro la autoría del veredicto y, a la vez, si dicho veredicto pertenece al reino de la ficción o no”. Y disparos como Currículum: “Escribió la mejor nota de suicidio de los últimos cincuenta años en el país”.
Vienen los cuentos Un personaje cioranesco, de Optimista Taladro, Cancerbero, de Rodríguez Petersen; el texto S/T (muerto el perro), de Julio Llópiz-Casal, Quememos las librerías de La Habana, de Optimista Taladro; Microfonazo, sano intercambio entre nos… (Entrevista con Julio Llópiz-Casal), de Raquel Cruz —“Vivimos en un país en el que los protagonistas de la vanguardia histórica terminaron dando a la cultura nacional una lección de disciplina que contradijo sus programas, independientemente de sus aportes”—; Belleza de Flaubert (del Estupidario (Sottisier), de Bouvard y Pécuchet.
Lo último es Quejestorio (selección), también de Optimista Taladro, una colección de sentencias demoledoras, como las que cité al principio y como: “Un país en el que un asalto parece un saludo y un saludo un asalto”. O: “Un país cuyos intelectuales (esas perras de Congreso) son capaces de adular a cualquiera… por una croqueta”. O: “Un país en el que toda vida es vivida como una enfermedad venérea en tiempos de carnaval”.
El cierre es una nota: “Cualquier semejanza entre la realidad y la ficción se debe a la desfachatez de la primera y no a los golpes de acierto de la segunda.”
En la contraportada tenemos información sobre los autores: “Santiago Díaz M. Optimista Taladro. Sentencioso filodoxo entregado a profundas reflexiones sobre el ‘female sport’, la pasmadera y todo lo demás. Es autor de Notas para unos cuentos del cansancio. Julio Llópiz-Casal. Un gamo suelto. Seguramente el único «joven valor de la plástica» capaz de asociar en una misma idea a Lezama Lima, Virgilio y Piero Manzoni. Su obra es lo más auténtico de la isla: no excluye el reggaetón, la política ni lo que vino después de Warhol. Arsenio Rodríguez Petersen. Il Monstruo. Conversador expansivo que ha alcanzado los chispazos de un auténtico maestro del grotesco. Es autor de gran número de viñetas de feroz contundencia”.
RVC es lo que ocurre cuando varios amigos deciden publicar una revista según su propio criterio, con escasos recursos, pero sin flojera. Aunque acierten en que ser joven no otorga ningún mérito artístico, hay que anotar que son jóvenes por la sencilla razón de que un proyecto así no se le ocurre a ningún cincuentón.
RVC es una revista que solo quiere expresarse, más que imponer nada o arrasar algo. No es posmoderna, no es contestataria, ni siquiera pretende ser revolucionaria. No ensaya ser valiente, porque, como Evtuchenko, no considera que hablar honestamente deba considerarse un acto de coraje. Ni siquiera aboga por la libertad de expresión: sencillamente la practica.