LA HABANA, Cuba.- Faltaban 15 minutos para las nueve de la noche cuando se apagaron las luces y el súper clásico Jumping Jack Flash cortó la densa atmósfera tras horas de espera. El respetable aulló por encima de más de mil kilos de audio y comenzó la gran fiesta habanera, al compás de la banda de rock con más swing de todos los tiempos.
A pesar de la escasa publicidad que se le dio al concierto —limitada a unos afiches que nadie vio y un spot que pasaban en la tv una vez al día, si acaso— desde la noche del 24 de marzo había público acampando en zonas aledañas a la Ciudad Deportiva. Casas de campaña, mantas, almohadas, sombrillas y bultos de todo tipo convirtieron varios pasajes de las calles Vía Blanca, Primelles y Santa Catalina en un efímero “llega y pon”, donde pernoctaron holguineros, camagüeyanos, espirituanos, villaclareños, cienfuegueros y hasta matanceros impacientes que no quisieron esperar al día siguiente para asegurarse un puesto lo más próximo posible al lugar de los hechos.
Ante un escenario como jamás se ha visto en Cuba, flanqueado por dos pantallas que hicieron del directo una experiencia arrolladora, decenas de miles de cubanos —y cientos de extranjeros— corearon un repertorio antológico, espléndidamente defendido por un Mick Jagger bailón, gozador, reventando de carisma como hace medio siglo, cuando los Rolling Stones eran, para muchos, la contraparte divertida de los Beatles. Corrían los años sesenta y el mundo se dividía entre el cuarteto de Liverpool y los magnéticos rebeldes liderados por Jagger y Richards.
Anoche, en una Cuba que según Silvio Rodríguez es “beatleriana”, se dieron cita hombres y mujeres cuya mocedad transcurrió en las décadas de 1960 y 1970; pero también jóvenes, adolescentes muy conectados con lo que estaban escuchando, e incluso niños que no pararon de brincar y aplaudir durante todo el espectáculo. Y es que hablar de los Rolling Stones es mencionar a muchas generaciones; es un hecho cultural llamado a trascender todas las fronteras, los silencios, las ideologías.
Uno tras otro se sucedieron los clásicos que han dado la vuelta al mundo; pero a la altura de Honky Tonk Woman se produjo uno de los momentos álgidos de la velada, con todo el respetable en perfecta sintonía, electrizado por la marcha de un blues-rock inmortal. Elásticos y ligeros como adolescentes, los cuatro integrantes de la legendaria agrupación y los músicos de primera línea que les acompañan, desgranaron canciones entrañables: Simpathy for the Devil, Brown Sugar, Paint it Black, Miss you y una arrebatadora Gimme Shelter que Jagger cantó a dúo con Sasha Allan, dueña de una voz poderosa que redondea los coros con la mejor tradición del blues, el gospel y el jazz.
En una de sus charlas dirigidas al público, Mick Jagger declaró haberse enterado de que la música de los Stones estuvo prohibida en Cuba hace algunos años. La sola rememoración de aquella época sombría, iluminada por la primera visita de la banda a la Isla, estremeció en su contraste a tantos hippies tardíos que hace cuatro décadas debían transportar un vinilo de los Rolling Stones, los Beatles, Led Zeppelin o Deep Purple, en la caja de un disco de Elena Burke, para evitarse una noche en la unidad de policía, la confiscación del preciado tesoro y un acoso interminable por “diversionismo ideológico”. Más allá de lo que representó el concierto para todos los fans de la banda, el impacto mayor recayó, sin dudas, en esas generaciones escamoteadas. La noche del 25 de marzo significó el saldo de una deuda que en modo alguno había sido resuelta con el emplazamiento de una escultura de John Lennon en un parque de la capital.
En los compases finales del show subió a escena el coro “Entrevoces”, dirigido por la maestra Digna Guerra, para interpretar junto a los ingleses el tema You can´t always get what you want. El honor —según una fuente anónima del Instituto Cubano de la Música— debió haber correspondido a la Schola Cantorum “Coralina” que, bajo la batuta de la maestra Alina Orraca, se había preparado con anticipación para cantar junto a los Rolling Stones. Pero como suele suceder, una imposición de última hora cambió el curso de los acontecimientos, lo cual resultó en la participación —sin penas ni glorias— de “Entrevoces”, una de las mejores agrupaciones corales de Cuba que, pese a toda su excelencia, no estuvo ni remotamente cerca de lo requerido en esta cita excepcional.
La tímida intromisión del coro fue rápidamente eclipsada por el riff más conocido y el estribillo más provocador de la historia del rock. Con broche de oro cerró el infaltable canto de los irreverentes: I can´t get no satisfaction, para que un auditorio emocionado, agradecido y muy disciplinado se alzara una vez más coreando un himno que apela, sin medias tintas, al cambio.
Los Rolling Stones, con su histórica actuación, re-significaron la Ciudad Deportiva. En lo sucesivo será imposible desplazarse alrededor del “Bidel de Paulina” sin recordar, con la emoción de la primera vez, que allí tocó la banda de rock más grande y perdurable de todos los tiempos.