SANTA CLARA.- La firma de Leonardo Montiel está esparcida por toda Santa Clara: en los parques, en El Mejunje. Sus esculturas de hierro son sumo conocidas por el gigantesco tamaño que alcanzan y la excelente factura con que las fabrica. Montiel es un artista que ha sabido sobresalir en una generación dedicada a vender en serie estatuillas de madera, ceniceros de barro o bocetos de almendrones para ganarse la vida, ante el panorama poco comercial que alcanzan las artes plásticas en Cuba.
Hace poco y, aprovechando las bondades de la apertura al trabajo por cuenta propia, creó junto a un grupo de amigos el bazar-galería “Necios y locos”, que se ha tornado muy popular por las piezas personalizadas que exhibe y vende de la mano de creadores y artesanos que no encuentran otro sitio para mostrarlas y comercializarlas.
El propio Montiel cuenta que soñó siempre con una tienda en la que se promocionaran elementos en todo el sentido del diseño de interiores y que, a la vez, expusiera las obras de quienes se dedican a la confección de estos elementos decorativos diferentes.
“Si viene alguna persona interesada en hacer un proyecto de decoración de su casa nosotros le facilitamos un arquitecto en función para que diseñe según el pedido del cliente —apunta Leo, con la certeza de que nunca tendrá competencia por parte del Estado—. Además, ofrecemos una producción artesanal y artística vinculada con la idea conceptual del proyecto. Desde la tienda y el taller se ejecutan los muebles y demás elementos ornamentales”.
“Necios y locos” es un bazar en el que convergen confecciones de muchos artistas y artesanos, algunos de los que ni siquiera pertenecen a instituciones o empresas del Estado que los ayuden a venderse como tales. En Cuba, el Fondo Cubano de Bienes Culturales, a través del Registro del Creador, y la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas son las dos entidades encargadas de representar y comercializar la obra de un selecto grupo de creadores, al tiempo en que les cobra una comisión por dicho cometido. Hay quienes han optado por hacerse de una mesa en los hoteles de la cayería norte porque obtienen mayores ganancias en el sector turístico y, como acuñan muchos de ellos, “no solo de arte vive el hombre. También hay que comer”.
La tienda de Leonardo impulsa a los que aún no cuentan con una patente o una carpa en el parque de Santa Clara para lanzarse al mercado.
“Yo no soy de las personas que establecen diferencias entre los artesanos y los artistas en concepto de producción. Toda obra que marque una estética diferente en sus elementos formales y conceptuales constituye para mí un producto artístico de excelente categoría que puede estar en las paredes de nuestro local”.
Aunque en La Habana existen establecimientos parecidos, Villa Clara aún no contaba con un negocio particular como este, que sirviera de alternativa a los artículos que expenden las tiendas recaudadoras de divisa en las que, a precios exorbitantes, exhiben en sus vidrieras pequeños muñecos de porcelana, paisajes con nieve ajenos al contexto tropical y en marcos dorados de mal gusto, o muebles forrados de terciopelo que calientan las entrañas de quien se atreva a ocuparlos en el mes de agosto si no se cuenta con un aire acondicionado en casa. He ahí, según Leonardo, la causa del nombre del bazar, porque, al principio nunca creyeron que pudieran concretar la ambiciosa idea.
“El espacio personaliza el hecho de que vendemos precisamente lo que se encuentra en las tiendas. Tenemos al productor de la mano y los muebles de madera o mimbre, por ejemplo, se hacen al gusto del cliente y se ajustan más al clima de la Isla. La idea es que cada cual se lleve a casa un producto único. No se trata de una candonga en la que encuentras negritas con tabacos o cuadros de almendrones”.
Además, Leonardo Montiel recibe visitas en su taller de un turismo especializado que busca estudiar y visualizar el trabajo del artista en su medio. “Muestran interés en fenómenos de desarrollo que están sucediendo en Cuba. Han venido de muchos países porque se han interesado en el proyecto y quieren valorar el contexto actual del cuentapropismo en el país. Es la posibilidad que tienen los artistas de expandir un poco más su trabajo en negocios propios. Los que nos visitan se identifican con este tipo de gestión. Al final, en todos los países lo hacen perfectamente e, incluso, son dueños de sus galerías y sus tiendas. Tal vez en Cuba pudiéramos lograr eso también”.