LA HABANA, Cuba.- La unificación del comercio minorista cubano bajo el control de las TRD (Tiendas Recaudadoras de Divisas) ha provocado que la cotidiana actividad de comprar cualquier producto necesario, se convierta en motivo de injustificada espera y disgusto para los clientes. Desde que fuera implementado el proyecto de centralización comercial, la ineficiencia y el desorden han alcanzado un nivel inaceptable, provocando que las personas empleen no menos de una hora haciendo fila en los mercados.
La atrofia del sistema militar que pretende transformar la economía se ha hecho más evidente luego de que tras el azote del huracán Irma, en algunos establecimientos aparecieran -misteriosamente- productos que durante el pasado mes de septiembre podían considerarse intermitentes.
Esta repentina “abundancia” parece un ardid del Gobierno para apaciguar el hambre, el descontento y la ira de la ciudadanía, que espontáneamente protagonizó pequeños focos de rebelión en algunas localidades de la capital donde el impacto del meteoro generó una prolongada ausencia de electricidad, gas y agua.
Aunque el papel higiénico continúa desaparecido, la variedad de quesos, embutidos, enlatados, jugos, leche condensada, pechuga de pollo y hasta tortillas mexicanas son la mejor prueba de que los militares saben “aflojar” cuando hace falta, para que el pueblo se concentre en satisfacer las necesidades más perentorias y dejen la protesta para mañana.
Pero este moderado y temporal alivio del desabastecimiento resalta los muchos defectos del conglomerado TRD. Basta que se bloquee una caja registradora para que un establecimiento deje de funcionar. Nunca antes las tiendas estuvieron tan desorganizadas y sucias, con mercancía amontonada en los pasillos, obstaculizando la circulación. El funcionamiento de las neveras es tan defectuoso que los productos comienzan a destilar pocos minutos después de haber sido puestos en venta.
En la Plaza Carlos III, por ejemplo, el grado de abandono e insalubridad en el departamento de Cárnicos fue motivo de queja para varios clientes que, habiendo ido a comprar hígado de pollo, encontraron los paquetes anegados en un charco de agua sanguinolenta al fondo de una nevera averiada, junto a la cual pasaban los dependientes sin inmutarse.
La crisis de salubridad se ha agravado al punto de que los propios trabajadores no son conscientes de ella. En las fotos se observa el momento en que un empleado, ante la mirada de los clientes, limpia la nevera del yogurt con el agua mezclada a residuos de los envases reventados. En un ambiente mal climatizado, esta clase de soluciones propician el mal olor, aceleran cualquier proceso de putrefacción y atraen nubes de cucarachas.
La tienda Harris Brothers, en la Habana Vieja, debe ser fumigada con sistematicidad; especialmente el área de los cárnicos donde las cucarachas se pasean, a la vista de todos, sobre el cuchillo de cortar el queso que se vende a los clientes. La dejadez ha llegado a tal extremo que, en dos ocasiones, los bomberos han decidido cerrar el local debido a que las salidas de emergencia están obstruidas por mercancía mal colocada; algo que sucede en todos los comercios pues la mentalidad organizativa de los militares responde al esquema de trinchera.
El más elemental sentido común lleva a las personas a preguntarse cómo el país puede avanzar si, además de la deficiente producción y el costo de las importaciones, el Gobierno ha congelado al sector privado; mientras basa su propia gestión en alternativas signadas por el desorden, el despilfarro de recursos y la mala calidad de los servicios.
Hacer de las TRD un emporio comercial cabe entre los mayores desaciertos en la implementación del eufemísticamente denominado “nuevo modelo económico”; en primer lugar porque la militarización de la economía interna fue interpretada como un síntoma de que las cosas iban a empeorar.
Desde que la casta verde olivo asumiera la totalidad del comercio minorista, cientos de empleados han solicitado la baja, provocando un déficit considerable de personal calificado. A menudo ni siquiera hay trabajadores para estibar la mercancía, y esta queda expuesta al sol durante horas, a pesar del riesgo que supone para la salud humana la prolongada exposición de las bebidas en envases plásticos a los rayos ultravioleta.
Aplicar a la catastrófica economía insular un sistema que agudiza todos los efectos de la crisis, entorpece las relaciones comerciales desde su estrato más simple: el servicio a los ciudadanos. El proceso de transformación económica es demasiado lento para un país tan necesitado, y las TRD no han hecho más que ilustrar la admirable capacidad de retroceso del Gobierno cubano.