LA HABANA, Cuba.- En los últimos 10 años, mientras la economía cubana ha mostrado mejor panorama con grandes inversiones extranjeras y altos ingresos por concepto de turismo y exportación de servicios, la construcción de viviendas ha decrecido notablemente.
Comparando los datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, tan solo entre el 2006 y el 2014, el número de viviendas construidas descendió de cerca de 112 mil a poco más de 25 mil por año, de modo que la tasa de unidades por cada mil habitantes descendió a 2,3, alcanzando un record negativo casi comparable con la peor etapa del llamado Período Especial que sucedió al desplome del campo socialista.
Aunque el gobierno sitúa el déficit de viviendas para la población en solo 600 mil, hay quienes hablan de una cifra muy superior al millón, teniendo en cuenta otros factores como el estado constructivo y la inhabitabilidad de aquellas construcciones que han sido ignoradas por las estadísticas oficiales.
Al parecer, los actuales planes de crecimiento han postergado los progresos en materia de vivienda para un futuro lejano que dependerá de que las fórmulas de crecimiento económico rindan frutos y no sean igual de erradas y erráticas que los experimentos anteriores, donde siempre el déficit habitacional terminó condicionado negativamente por las estrategias políticas en la dilatada construcción del socialismo.
“En los años 60 la construcción de la Escuela Nacional de Arte [actualmente Instituto Superior de Arte] y sobre todo las cúpulas de algunos de sus edificios, consumieron buena parte del cemento que estaba destinado a la construcción de viviendas”, explica el arquitecto y restaurador Reinaldo Pérez, y añade: “Muchas construcciones de aquella época fueron afectadas por esas y otras ‘tareas de choque’ (…) Hacía falta materiales y se afectaba el plan de viviendas, eso y que siempre ha existido el desvío de recursos porque lo que es de todos no es de nadie”.
“En los ochenta pasó lo mismo con la terquedad de hacer refugios antiaéreos por toda la isla”, continúa Pérez, “y desde antes con la planta electronuclear en Cienfuegos [Juraguá] (…) El domo del reactor se chupó todo el hormigón de los planes de vivienda y ahí deben estar las cifras de producción e importación [de materiales constructivos] para confirmarlo, y otras pruebas son sobre todo las chapucerías que hoy padecemos en Alamar, (…) el Reparto Eléctrico también, y todos los demás barrios mal construidos por aquella época”.
Según el especialista, “las instalaciones de los [Juegos] Panamericanos [en 1991] vinieron a empeorar la situación en medio del Período Especial. Lo más prudente hubiera sido suspenderlos pero ya sabemos cuál fue el trágico desenlace (…) Cuando no era Angola, era el aeropuerto de Granada o Nicaragua, si no cualquier otra aventura; pero siempre se ha relegado el asunto de la vivienda, y tengo que acotar: vivienda para los civiles, porque para los militares es otra la historia”.
Para algunos, aunque el tema de la vivienda siempre ha estado en el centro de los discursos de los principales dirigentes cubanos, no ha sido una expresión de un programa bien diseñado para resolver el asunto de una vez y por todas.
Un funcionario del Instituto de Planificación Física, que no desea revelar su identidad, explicó a CubaNet las dificultades a las que se enfrentan ellos como institución que regula los asuntos de la vivienda, así como las autoridades de los gobiernos provinciales y municipales encargadas de solucionar las necesidades de la población.
“Planes siempre ha habido, pero nunca hubo un verdadero programa, pensado no para salir del atolladero y ya, sino para que los resultados fueran duraderos y no provisionales”, refiere.
Añade que “hubo una explosión demográfica en los 70 que vino acompañada de planes con respecto a la vivienda pero, a la vez, de mucha improvisación y corrupción (…) Los planes de las microbrigadas, luego los contingentes y ahora más recientemente las brigaditas por ‘esfuerzo propio’ han profundizado más los problemas que resolverlos (…) Entregas el edificio hoy y ya mañana comienzan las quejas de la población por el mal acabado”.
“Algunas viviendas con dos o tres años de construidas ya están en peligro de derrumbe”, describe, antes de confesar que “en las oficinas municipales de la vivienda [en La Habana], y supongo que en los gobiernos, se recibe un promedio de unos 20 casos por día, tan solo relacionados con el mal estado constructivo de viviendas recién terminadas, ya no te hablo de las que tienen 50 o más de 100 años de construidas”.
“En la situación actual no hay solución a todo lo que se ha acumulado siempre que pensemos, desde el gobierno, el problema de la vivienda como asunto exclusivo del Estado (…) La solución es simple. En cuestiones de vivienda, hay que abrir las inversiones no solo al capital extranjero, que no tiene en cuenta nuestras necesidades, sino al capital nuestro y, otra cosa, no obstaculizar tanto al sector cuentapropista. Déjenlo crecer y actuar como empresas con todas las de la ley, y para siempre, no como paliativo de una época de crisis. Darles la confianza de que se acabó el experimento y que no hay vuelta a atrás”, considera.
Si bien es cierto que trabajadores de sectores favorecidos económicamente, como el de la Salud y el Turismo, han podido solucionar en gran medida sus dificultades personales con respecto a la vivienda, también lo es que la mejoría no responde a un incremento de las construcciones en el país y sólo ha repercutido en la reparación y reacondicionamiento de las viviendas que han heredado de familiares, una realidad que se refleja en la cifra decreciente en las estadísticas cuando, por lógica, debería notarse cierto despegue, sobre todo transcurridos varios años desde la autorización de las compraventas de casas, un mercado (al menos el registrado legalmente) cuyos actos de ventas ejecutados se reducen a apenas un 4% del total de las viviendas que existen en la isla.
Las personas que reciben remesas del exterior o que obtienen ganancias de negocios privados tampoco han hecho gran diferencia en las estadísticas. Los altos costos de construcción de una vivienda o de su adquisición, la ausencia de un mercado minorista para la venta de materiales constructivos, la imposibilidad del arrendamiento temporal a precios asequibles al salario estatal promedio, la inexistencia de un programa nacional de créditos inmobiliarios, así como los trámites burocráticos para legalizar una propiedad, son algunos de los principales frenos para los ciudadanos cubanos.
Sin embargo, para extranjeros la realidad es otra, aunque de acuerdo con las estadísticas oficiales, tampoco han repercutido de manera notable en un crecimiento constructivo, en tanto sus operaciones se limitan a comprar con fines de adquirir espacios para negocios privados o con intenciones especulativas en un futuro.
El total de las inversiones extranjeras, asociadas a las construcciones, se vincula exclusivamente con el desarrollo inmobiliario dirigido a atraer turismo pero, hasta el momento, y ya olvidados del programa de “petrocasas” promovido por Hugo Chávez en Venezuela y que parecía extenderse a Cuba, no existen proyectos similares para el desarrollo de planes de viviendas populares de calidad ni a corto ni mediano plazos.