LA HABANA, Cuba.- El 21 de marzo de 2016, en el Palacio de la Revolución, a una pregunta de la periodista de NBC Andrea Mitchell sobre el cumplimiento de los derechos humanos en Cuba, Raúl Castro repuso: “¿Usted quiere un derecho más sagrado que el derecho a la salud?”
Es cierto que en el país existen varias instituciones de salud. Sin embargo, la calidad de sus servicios suele ser bastante baja, no solo por el mal estado en que se encuentran las mismas instalaciones, sino también por la falta de sensibilidad, compasión y humanidad de gran parte del personal que en ellas labora.
La comida es mala allí; y no es que su sabor sea insípido, como se supone que ocurra en un hospital, sino que está mal elaborada. Hay escasez de camas y casi todas están rotas, con colchones manchados de residuos humanos. Tampoco hay ropa. Las instalaciones sanitarias tienen tupiciones, y la falta de agua es otro problema presente en casi todos los hospitales a los que puede ir el pueblo.
Mientras, en los destinados a extranjeros y a la cúpula gobernante la atención y los recursos son de primera calidad.
Una de las víctimas de esta situación es José Francisco Hernández, quien padece de cáncer en la garganta. El día que debía operarse en el Calixto García hubo una rotura eléctrica y la operación tuvo que ser reprogramada, pero por esos días debutó como diabético, cogió gangrena en un dedo del pie y hubo que amputárselo, por lo que la operación quedó pospuesta. Hace días tenía mucha falta de aire y hubo que hacerle una traqueotomía de urgencia en el Oncológico. A pesar de ser diabético, le dieron de alta a la mañana siguiente. Enseguida comenzó a hincharse y no podía respirar. La hermana llamó al SIUM alrededor de las 10 p.m., pero –después de varias reclamaciones– la ambulancia no llegó hasta las 2 a.m.
Lo atendieron de urgencia en el Hospital Calixto García, pues en la ambulancia le aseguraron erróneamente que en el Oncológico no había cuerpo de guardia. Resultó que la cánula estaba mal colocada y tenía infección, pero como está en etapa terminal lo mandaron para la casa. Ahora la familia debe asumir cualquier urgencia que se presente. Su hermana se lamenta: “En la TV te cansas de ver cómo los médicos y enfermeras cruzan ríos y montañas, en bote, en mula o a caballo, para atender pacientes de zonas lejanas. ¡¿Cómo es posible entonces que ninguno pueda venir a mi casa, que les queda a pocas cuadras?!”
Algo similar le ocurre a la esposa de un vecino, que padece una insuficiencia renal terminal. Deben inyectarla todos los días, pero él se cansó de buscar ayuda de consultorio en consultorio. Hace poco me dijo: “Mi hija ‘resolvió’ una enfermera que no falla”, mientras me hacía con una mano la señal de dinero.
Por su parte Ana Sánchez, de 60 años, tiene cáncer de pulmón, también en etapa final. El médico le dio un certificado para tener un balón de oxígeno en la casa, pues lo necesita permanentemente. El esposo fue a solicitarlo a la farmacia principal de Diez de Octubre, donde le dijeron que debía apuntarse en una lista de espera, y que el regulador debía buscarlo en Guanabacoa. Hasta ahora, tienen que cargar con Ana, que apenas puede caminar, para el policlínico. Menos mal que una vecina les prestó una silla de ruedas. El esposo está preocupado por lo del balón de oxígeno, porque hace unos meses al vecino de enfrente se lo trajeron cuatro días después de haber muerto.
Ana también necesita una cama Fowler. Le dijeron que llamara todas las semanas a ver si se desocupa alguna para podérsela alquilar. Hace meses que descansa en un sillón, porque los dolores y la falta de aire no le permiten estar acostada. “Cada vez que voy a un hospital a intentar que la ingresen, los médicos me dicen que estos casos no los ingresan”, cuenta la hermana. “¡Qué duro es estarse muriendo y verse desamparado!”
Dura también es la realidad de Rafaela, quien tiene hace tiempo una úlcera en el pie. Viene a la posta médica a curarse. Pero las curas no son constantes, porque no siempre hay medicamentos. Ni siquiera para este caso relativamente sencillo hay una solución.
El 13 de marzo de 2014, en el periódico Juventud Rebelde el ministro de Salud Pública, Dr. Roberto Morales Ojeda, declaró: “No existe justificación alguna para que en nuestras instalaciones hospitalarias no concurran las condiciones mínimas indispensables para la estadía de un paciente y su acompañante, pues está garantizado el aseguramiento de sábanas, toallas, piyamas, jabón, tela verde y mobiliario, entre otros”.
Conozco la realidad, no puedo evitar preguntarme: ¿Es que acaso el ministro se confundió de hospital? ¿Y si se confundió de país?