LA HABANA, Cuba. -¿Cuántas y cuáles propiedades privadas de las que se apoderó el régimen podrían ser devueltas a sus dueños o descendientes, o cuántas indemnizaciones tendrían lugar cuando al fin sea levantado el embargo estadounidense? El tema ha vuelto a ocupar un espacio en nuestras tertulias (ciberespaciales o callejeras), y una vez más nos damos a especular sobre todo alrededor de las grandes empresas o los latifundios norteamericanos y nacionales.
Curiosamente, se habla menos sobre los pequeños negocios, aquellos cuyos dueños se rompieron el lomo trabajando durante toda la vida, sin sospechar el irrespeto y la cruel frialdad con que el gobierno revolucionario iba a expropiarlos, obligándoles incluso a que no se llevaran de sus establecimientos más que la ropa que tenían puesta. Con el perdón de los grandes inversionistas que sufrieron usurpación, a mí me parece mucho más digna de atención la tragedia de estos pequeños negociantes. Y considero que ahora que “nuestra” dictadura puja por hacerse un sitio entre la concurrencia de gobiernos “normales”, debiera empezar por el intento de atenuar, ya que no puede borrar tan bochornoso capítulo, indemnizando al menos a sus descendientes.
Deben ser cientos de miles, si se tiene presente que en cada pueblo, en cada barrio y con frecuencia en cada calle pululaban los pequeños negocios de gente humilde, la cual los levantó ahorrando centavo a centavo con el sudor de su frente.
Para ilustrar tamaño drama quizá bastaría con citar el ejemplo de los honrados y laboriosos negociantes del Barrio Chino de La Habana, sólo un caso entre millones, pero que facilita la ilustración por estar concentrado en un pequeño espacio.
En 1959 había transcurrido poco más de un siglo desde la llegada de los chinos a Cuba en condición de cuasi esclavos. La única propiedad de todos y cada uno de ellos al desembarcar aquí era el nombre que le pusieron sus padres, pero también a eso debieron renunciar. Sin embargo, cuando Fidel Castro tomó el poder, el Barrio Chino habanero era probablemente el más importante del continente.
Contaba con su propio Banco de China, provisto de un capital de 10 millones de pesos, auténtica fortuna para aquellos tiempos. Disponía de una red de casas que importaban directamente productos asiáticos para ser comercializados aquí. Poseía su propia Cámara de Comercio, unida a un muy considerable número de asociaciones empresariales, como la Unión de Detallistas del Comercio. Sería agotador relacionar la enorme cantidad de instalaciones gastronómicas, algunas famosas a nivel internacional, y de otros establecimientos destinados a los más diversos servicios, con que contaba el barrio.
Poseían los chinos de La Habana su propio sistema de atención a la salud, dotado de centro de consultas y laboratorios, así como de una clínica plenamente equipada y con pabellones para pacientes, además de amplia cadena de farmacias. Contaban con tres periódicos independientes, tres emisoras de radio, cuatro cines, un teatro, un club atlético, un asilo para ancianos, un cementerio, múltiples sociedades y casas de recreo… En fin, como he dicho, la lista sería demasiada larga. Sólo en una pequeña cuadra, en la calle San Nicolás, entre Zanja y Dragones, era posible apreciar una mayor actividad comercial que la que se observa actualmente en todo el barrio. Y huelga añadir que parte el alma el espectáculo que hoy brinda ese tramo de San Nicolás.
En 1960, Alfonso Chiong, presidente de la Colonia China y además director de uno de sus periódicos (el Man-Set-Ya-Po), fue obligado por el régimen a renunciar a su cargo. Y al negarse, debió huir rumbo a Miami para que no lo enviaran a la cárcel. Según declararía en esos días al periódico Avance Criollo(*), cuando llegó al aeropuerto miamense llevaba -como único capital- cinco pesos en el bolsillo. Con todo, menos suerte tuvo Mario Chiu, Secretario de la Colonia China, quien, por negarse a firmar su renuncia, terminó en las mazmorras de La Cabaña.
La tragedia estaba en marcha, sería imparable y muy posiblemente definitoria. Pronto el floreciente Barrio Chino habanero quedó convertido en ruinas, mientras toda la pobre vecindad se mostraba tan perdida, desprotegida y asustada como sus ascendientes cuando, un siglo atrás, arribaron a nuestras costas.
* Periódico Avance Criollo, Miami, viernes 18 de noviembre, de 1960.
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