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“He ido hasta el Gobierno y nadie me hace caso”: otra familia cubana sepultada en la miseria

Rosa Ramírez Vázquez, Cuba, Vivienda, VIlla Clara

MIAMI, Estados Unidos. – “Yo no tengo na’, el dinero ni siquiera me alcanza para el diario y no sé cómo voy a ayudar a mi hijo”, dijo a CubaNet Rosa Ramírez Vázquez, una mujer de 64 años de edad, residente en Santa Clara.

Ramírez, madre de un hijo discapacitado, habita hace cuatro años en el “llega y pon” de La Loma de la Candela. Su precaria vivienda, de fabricación rústica, fue construida fundamentalmente con retazos de madera, zinc y otros materiales de deshecho.

En su empobrecido domicilio lo único aceptable es el techo, que fue vendido por el Gobierno hace varios años, pero resultó mal colocado. Cuando llueve, Rosa, su esposo y su hijo no pueden evitar mojarse.

“Me dieron 20 planchas para el techo después que pasó el ciclón Irma. Ahora hay que pagar 31 pesos todos los meses de la chequera de mi esposo”, cuenta la mujer.

El piso de la vivienda es de cemento en bruto, las paredes de palo. En la cocina improvisada Rosa cuece los alimentos con leña o carbón; el baño no tiene instalaciones sanitarias.

“Según la (Empresa) Forestal yo estoy aquí ilegal y por eso dicen que nunca me van a dar la propiedad de la casa, a pesar de yo he tratado de levantar poco a poco…”, lamenta.

“Sin embargo, sí me cobran la electricidad, el agua, las cuotas mensuales de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC)… Eso no lo entiendo”, añade.

Rosa laboró por muchos años en una empresa productora de café y luego en otra del Ministerio de las Fuerzas Armadas. Aun así no recibe pensión por esos años de trabajo.

Convive con su esposo, también de la tercera edad y enfermo. Además, tiene un hijo de 43 años, Yosvany Díaz Ramírez, con retraso mental fronterizo, dismetría de cadera, epilepsias y problemas en el corazón. La única asistencia que recibe es un pago de 380 pesos en CUP, alrededor de 15 CUC.

“Solo me dan una pequeña ayuda monetaria, y me la dan a mí como si me estuvieran pagando por cuidar a mi hijo. Solo eso, y de ahí tenemos que comer, comprar jabón, pasta, pagar los mandados de la bodega, la luz, el agua, todo”.

El día a día de Rosa es más difícil: además del temor de que los “cuatro palos que levantan la pequeña choza” les caiga encima a ella y su familia, sufre por la carencia de artículos de primera necesidad indispensables hasta para sostener el régimen de vida más austero.

“Algunos equipitos que he conseguido están viejos y casi rotos, una lavadora que casi no lava, un ventilador que no gira para los dos, un solo tanque de agua y los demás envases son tanquetas viejas que hasta se salen”.

Rosa ha acudido a todas las instituciones del Gobierno que podrían revertir su lamentable situación. Sin embargo, hasta el momento las respuestas han sido negativas o evasivas.

“¿Qué me queda a mí a esta edad? Tengo muchas enfermedades a causa de mi vejez, ya me cansé de correr tanto de un lado a otro. Yo quisiera estar tranquila sabiendo que voy a dejar a mi hijo un techo humilde, pero seguro. Pues ya no sé cómo lograr eso”, terminó Rosa.

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