LA HABANA, Cuba.- Hace pocos años en el programa estelar musical televisivo 23 y M, la presentadora Edith Massola se encontraba, como de costumbre, rodeada de jóvenes músicos y cantantes. Esa tarde, a su siniestra, se sentaba Juan Guillermo Almeida, joven cantante de muy poca afinación y menos simpatía (para más señas uno de los hijos menores del extinto comandante de la revolución Juan Almeida Bosque). En un momento de la conversación se le ocurre preguntar a la actriz y presentadora que cómo llevaban los invitados el asunto del verano, la playa y el sol. Sin que nadie pudiera imaginarlo, como un fusilazo, “JG”, como él mismo se hace llamar, aseguró con desenfado y obviamente sin pensar: “para ser blanco no puedo coger sol”.
Como es de esperar, ante tal tremendismo nadie de los presentes se dio por enterado y continuó la conversación. Huelga comentar que tal afirmación resulta fatal para cualquier persona, pero si se trata de un personaje público, que trabaja especialmente para la juventud y además es hijo del más alto integrante afrodescendiente de la élite castrista, el muy infeliz planteamiento se torna aún más deplorable.
Pero como nada sucede por gusto, un fragmento de documental de la realizadora norteamericana Estela Bravo, reconocida apologeta del régimen, reproducido en la noche del miércoles en la emisión estelar del noticiero de la televisión cubana con motivo del noventa cumpleaños de Fidel Castro, nos trajo la imagen del comandante Almeida elogiando a su máximo líder y en un acto de proverbial sumisión y nula autoestima aseguró que “ante Fidel yo no me sentía negro”. Queda la inquietud por saber de qué color se veía el guerrillero y compositor ante su comandante en jefe, acaso verde como su uniforme, tal vez rosadito o blanco como si el “mesías” le irradiara luz para cambiarlo de tono.
Resulta llamativo que una persona como Juan Almeida, quien en una situación límite, con inminente peligro para la vida, en el combate de Alegría de Pio, aquel fatídico 5 de diciembre de 1956, después del desembarco del yate Granma, tuvo el valor de negarse con vehemencia a la rendición y después por veinte años demostró la enorme modestia de callar la verdad sobre el hecho, el cual, por cierto, se atribuía a otro personaje, demostrara tan poco orgullo y tan pobre sentido de identidad.
Reconocer que ante Fidel no se veía “negro” demuestra un enorme complejo de inferioridad y explica el por qué su vástago asume con tanta naturalidad que “tiene que ser blanco”.
Estas actitudes de padre e hijo, que obviamente se interrelacionan, constituyen una muestra de la mentalidad colonizada y subalterna que prevalece en muchos afrodescendientes, en especial en los ambientes de poder. No por gusto los siete cubanos negros y mestizos que en este más de medio siglo, en algún momento, han ascendido a la cumbre de la nomenclatura castrista, entiéndase Buro Político del partido gobernante y vicepresidencia del Consejo de Estado (Juan Almeida, Blas Roca, Esteban Lazo, Pedro Ross, Pedro Sáez, Juan C. Robinson y Salvador Valdés) nunca han dicho en público una sola palabra sobre la problemática racial, los traumas y retrasos que en este tema subsisten y que solo, muy de tarde en tarde, personajes del alto liderazgo “blanco” se permiten mencionar o aceptar.
¿Dónde estaba el comandante Almeida cuando su líder e ídolo político sometió a humillaciones racistas al expedicionario afrodescendiente de la Brigada 2506 Erneido Oliva, que invadió la isla por Playa Girón en abril de 1961? ¿Dónde estaba el comandante Almeida cuando fueron represaliados los jóvenes intelectuales y diplomáticos afrodescendientes que en los primeros lustros de poder castrista se mostraban inquietos y críticos con las desigualdades reales que se distanciaban del discurso igualitarista? No se percató nunca el comandante Almeida de la manera en que su amigo Eusebio Leal, por mucho tiempo súper poderoso historiador de La Habana y en este momento enfermo y desahuciado, llenó el Centro histórico de la ciudad de monumentos y homenajes a multiples personajes, algunos tan ajenos como el líder turco de hace cien años Mustafá Kemal Atatturk o tan inmotos como Hasecura Suhenague Rocaemon, supuesto súbdito japonés que pasó por Cuba a principios del siglo XVI, sin que nunca encontraran un espacio de justo reconocimiento para la grandeza del primer líder independentista José Antonio Aponte, el amigo y colaborador de Martí Juan Gualberto Gómez, el excepcional violinista Claudio J. Domingo Brindis de Salas, el paradigma de la música caribeña Bob Marley o los líderes políticos y antirracistas, premios Nobel de la Paz Nelson Mandela y Martin Luther King.
Resulta lacerante ver cómo el comandante Almeida y muchos otros han sido incapaces de apreciar que antes de Fidel Castro llegar al poder, los africanos y sus descendientes en Cuba, con su esfuerzo y sacrificio, crearon parte fundamental de la riqueza de este país, fueron la vanguardia de las luchas por la independencia, hicieron aportes trascendentales a la conformación cultural de la nación. Sin embargo lo más lamentable es notar cuántos cubanos no se han percatado que Fidel Castro y su revolución privaron a los afrodescendientes de la voz pública y cívica con la que habían luchado durante muchos años por sus derechos en muy difíciles condiciones. Porque aunque está claro que el castrismo no inventó el racismo, que es un problema social histórico en Cuba, sí suprimió esa voz pública e independiente, que era junto a las asociaciones fraternales los principales instrumentos para luchar contra la exclusión y el menosprecio de las víctimas de siempre.
Cuando estrenaron el documental de marras, muchas personas quedaron indignadas ante el servilismo y la sumisión del comandante Almeida. Ahora no podemos menos que lamentar la mala elección de los realizadores del Noticiero Estelar de la Televisión, quienes para enaltecer la imagen del autócrata en jefe no tienen reparo en humillar a todos los demás cubanos.