LA HABANA, Cuba.- Dos no han sido suficientes. Tal vez con otro más se termine obrando el milagro que algunos esperan por aquello de que a la tercera va la vencida pero, según las personas en las calles, que después de las bendiciones de Juan Pablo II y Benedicto XVI parecen haber comprendido que la definitiva solución a la cuestión cubana llevará más de esfuerzo humano que de auxilio divino, ya no importa cuántos más visiten a Cuba porque “lo importante no es que vengan los que quieran venir sino que se larguen los que pusieron la cosa mala”.
Así piensa un residente de la calle Reina que no oculta su indignación por la operación de maquillaje que acontece en esa avenida, debido a la próxima visita del Papa Francisco.
Uno de los principales templos católicos de la capital, la iglesia de los Jesuitas, se alza al inicio de esa vía por donde pudiera transitar el Santo Padre. A todos los edificios aledaños se les ha renovado la pintura, algo que no sucedía desde la visita del Papa anterior:
“Aquí llevan varios días pintando las fachadas de los edificios pero por dentro siguen derrumbándose. Esto es como el dicho, hasta donde la suegra ve”, dice Agustín, un vecino de la zona.
“No se ha reparado ni un techo, todo ha sido dar colorete para que el Papa salga bien en las fotos si pasa por aquí”, es la opinión de Joaquín, otro vecino de la calle Reina, que además agrega: “Cada vez que viene un Papa es lo mismo, con la diferencia de que ahora hay menos que pintar porque hay más edificios derrumbados. (…) Que Dios no lo quiera pero debería derrumbarse un edificio mientras pasa el Papa, para que los camajanes de aquí no le canten más Cuba que linda es Cuba”.
“Hace falta que vengan más Papas, pero que los lleven por toda la isla, para allá para los campos donde se pasa más trabajo que aquí. Que los metan por todas las calles de La Habana para ver si así las reparan”, dice Yaser, un bicitaxista que sabe mejor que nadie de lo dificultoso de transitar por cualquier vía de la capital.
“Hay que aprovechar ahora porque desde hace algunos días están sacando cosas en los mercaditos, parece que no quieren que la gente se desmaye en la Plaza”, comenta una mujer que hace cola en un establecimiento comercial de Centro Habana al que, casualmente, han abastecido con algo más de lo usual y hasta le han colocado carteles celebratorios, algunos de ellos en combinación con otros letreros que ironizan la visita de Su Santidad.
“Ya han venido tantos Papas que habrá que ponerlos por la libreta”, dice Rubén, vendedor en una cafetería de Belazcoaín. Además remata su chiste con otro que revela sus ansias de cambio y la inconformidad con las gestiones del gobierno cubano: “¿No dice que volverá a la iglesia y que se pondrá a rezar? Pues que se lleven a Raúl para el Vaticano y que pongan al Papa en el Capitolio y a Obama en el Consejo de Estado”.
A juzgar por el manejo de la noticia en los medios de prensa oficiales de Cuba, la visita del Papa Francisco, así como la del Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, son actos diplomáticos cuyo único fin ha sido dar el visto bueno a la “construcción del socialismo”, sin embargo, el despliegue policial, las medidas de seguridad en torno a los lugares que visitará el Sumo Pontífice y su comitiva, el estado de alerta lanzado al interior de las instituciones represivas, el aumento de las detenciones a opositores son una muestra del temor a que el entusiasmo o el descontento de las personas sobrepasen el límite de lo permitido.
“Cuando [la visita de] Kerry vinieron a darnos charlas de lo que había que hacer si la gente salía para la calle. Nos mandaron a formar como una especie de cordón, sin que la gente se diera cuenta, por si acaso pasaba algo pero no pasó nada”, nos dice un trabajador de una brigada constructora de la Habana Vieja. Por razones obvias no revelamos su identidad:
“Estuvimos parados por toda la Avenida del Puerto pero no pasó nada. (…) En el televisor no pusieron las mejores partes porque no les gustó lo que pasó. (…) hay gente que se puso a aplaudir a Kerry cuando llegó. (…) Todos los que estaban conmigo también se pusieron a aplaudir, ¡qué íbamos a estar cuidando nada!, si la gente está contentísima con los americanos, hasta aplaudieron cuando izaron la bandera, yo me ericé. (…) Con el Papa van a hacer lo mismo, ya nos dijeron que el día 20 [de septiembre] nos van a llevar para la Plaza pero ya verás que va a ser igual. Nadie va a hacer nada, todo eso es cuento. La gente va a estar contenta porque es otra cosa y no lo mismo con lo mismo. La gente está obstinada [harta, cansada, es el sentido que tiene el término en Cuba] y cualquiera que venga les viene bien, es aire fresco, sean creyente o no. Eso lo saben todos ellos y por eso se ponen rabiosos porque quisieran que la gente los aplaudiera igual, sin que tengan que mandar a hacerlo o sin que tengan que amenazar con descontarles el salario o quitarles la jaba del mes. (…) Para ir a la Plaza por el Primero de Mayo hay que dar banderitas por los CDR y la gente después las bota en la basura, pero para recibir a Kerry, sin que se las dieran, las gentes sacaron las banderas [se refiere a la norteamericana] no se sabe de dónde, las tenían escondidas debajo del colchón, esperando el momento. (…) Ahora con el Papa, tú verás a la gente vestida de blanco, como las Damas de Blanco. Eso los pone furioso”.
Al gobierno cubano, urgido de legitimación, es decir, de apoyo exterior, la visita del Papa Francisco le hará pasar unos cuantos sofocones y le causará gastos enormes en concepto de maquillaje y seguridad pero le proporcionará algunos meses de vanagloria que empleará en lo que mejor sabe hacer: inyectar hormigón en sus agrietados cimientos.
Faltan solo unas horas para que el Jefe del Estado Vaticano arribe a una isla donde palabras como fe, misericordia, esperanza solo resuenan en los oídos de las personas con el estricto sentido de cambio.