LA HABANA, Cuba.- Luis Daniel tiene 11 años y no le gusta el béisbol. Los únicos peloteros cuyos nombres “le suenan” son Yoenis Céspedes y Víctor Mesa. El primero porque lo mencionan en la “antena”, el otro porque se faja con todo el mundo. Nunca ha ido al Latino a ver a Industriales y la posibilidad, al parecer, no le atrae. Pero cada día, después de la escuela, se pone la camiseta del Barça con el número 10, y sale a jugar fútbol en el medio de la calle, con una pelota de básquetbol.
Su interés coincide con el de casi todos los niños y adolescentes cubanos. Es imposible caminar dos cuadras sin ver algún grupo de chicos, de cualquier edad, correr tras un balón, a veces desafiando el tráfico. Se contentan con una pelota remendada y les da igual usar como portería la armazón de las mesas escolares o la cancela de un edificio público. El entusiasmo supera la pobreza de sus recursos, y es tanta la motivación que, si bien no saben cuál provincia ganó la pasada Serie Nacional de Béisbol, pueden decir de memoria quiénes son los titulares del FC Barcelona y cuáles posiciones juegan.
Para esta autora es difícil conciliar el actual escenario con lo vivido en su infancia, durante el Período Especial. Los chicos de entonces fabricaban su propia pelota con un corcho o un trompo despuntado, trozos de tela, calcetines metidos uno dentro del otro y el embrollo final bien apretado con muchas vueltas de esparadrapo. El bate podía ser desde un palo hasta una pata de los antiguos televisores Caribe.
Se consideraba afortunado al niño que tuviese una pelota de tenis para quitarle las pelusas, dejarla en el “casquito” y jugar a “la mano”, usando el puño como bate. Nunca hubo guantes ni otros accesorios, y ver al equipo Cuba arrasando con quien se le pusiera delante era la locura.
Veinte años después, han tenido que venir Obama y los Tampa Bay Rays para llenar el Latino, el equipo Cuba se ha convertido en el fantasma de lo que fue, y más de uno asegura que el remedio a tanta decadencia es preparar peloteros “desde la base”, o sea, desde la infancia. Pero es tan abismal la desconexión entre la perorata oficialista y la realidad de los cubanos, que basta entrar a una juguetería para dar la causa por perdida.
Obviamente, los que apuestan por la preparación “desde la base”, ignoran el costo. En la tienda “Arcoiris”, ubicada en el boulevard de Obispo, el set de guante y pelota vale 31,95 CUC, casi dos veces el salario promedio mensual en Cuba. En las escuelas primarias apenas se hace deporte, y la Educación Física se ha reducido a una rutina de calentamiento que dura diez minutos, para luego dedicar la restante media hora a corretear en el parque o la calle.
En las escuelas de deporte, donde se supone hay mejores condiciones, los insumos no alcanzan; por tanto, los padres deben comprar lo que sus hijos necesiten. Aún así, este esfuerzo no garantiza resultados alentadores. Según se aprecia en la actual Serie Sub-23, la “base” necesita más que buenas intenciones.
La otrora santísima trinidad bate-guante-pelota no significa nada para los niños cubanos de hoy, que prefieren un solo balón a disposición de varios jugadores y no tienen el menor reparo en “tomar las calles”, a falta de parques o canchas donde jugar. Ellos son tan felices con el fútbol como lo fueron otras generaciones con el béisbol. La diferencia es que no quieren oír hablar de nada más.
Como si no bastara con que la pelota cubana esté en su peor momento y el sistema educacional no logre proveer enseres deportivos para las escuelas, los precios en las tiendas son otra barrera de contención para cualquier niño que quiera jugar béisbol en serio. La alta competitividad del fútbol y las continuas referencias a peloteros cubanos que triunfan en Grandes Ligas han consolidado la percepción del deporte como una actividad profesional.
Los muchachos se sentirían más atraídos por el béisbol si pudieran acceder al equipo básico para armar una novena. La realidad es que resulta más barato adquirir un balón y una camiseta del Barça o el Madrid. En una frase sencilla lo resumió Luis Daniel: “Con un balón podemos jugar todos, pero que cada uno tenga por lo menos un guante, un bate y una pelota de las de verdad, es difícil”.
Pensando en su ilustrativa sinceridad, lo peor es que se hace tarde incluso para intentarlo. Algo en la expresión del niño revela que aunque las tres cosas le cayeran del cielo, seguiría vistiendo su camiseta de Messi para salir cada tarde a golear, junto a sus amigos del barrio, las rejas de los vecinos.