GIJON, España.- Marita Lorenz fue la primera novia del personaje tras el triunfo de la Revolución en Cuba. El personaje, claro, es Fidel Castro Ruz. Marita Lorenz había llegado a La Habana desde Nueva York a bordo del barco de pasajeros Berlin, que capitaneaba su padre, un alemán llamado Heinrich Lorenz, y arribado al puerto habanero el 27 de febrero de 1959. Así lo cuenta Marita Lorenz en su último libro: “Yo fui la espía que amó al Comandante”.
Fue en la tarde del 28 de febrero de ese año. Dos lanchas cargadas de hombres uniformados se acercaron al barco. El Capitán estaba echando la siesta, así que Marita tomó el mando por su cuenta y riesgo y recibió a pie de borda a los “barbudos”, como llamaban a los revolucionarios de Sierra Maestra. Según narra ella: “barbudos y armados, vestidos con ropas militares, mi atención se fijó especialmente en uno de ellos, el más alto de todos. Realmente me gustó lo que vi, me cautivó su rostro”.
Aquel rostro cautivador era de Fidel Castro. Por aquel entonces un personaje que salía en los medios todo el tiempo por su guerra revolucionaria para derrocar a Batista en Cuba. El mito ya estaba en sus inicios. Y su empuje, demostrado. Él, sabedor de su capacidad de atracción tanto entre hombres como entre mujeres aunque por distintos motivos, pronto comenzó a seducir a Marita Lorenz seguro de que no sería rechazado. Ella en aquel momento tenía 19 años.
Algunas breves frases que se intercambiaron ya denotaban el carácter y empuje del revolucionario y su sentimiento de propiedad: “Yo soy Cuba. Cuba es mía”, le dijo a una ingenua y osada adolescente que cayó en sus brazos en su camarote tras un recorrido por las distintas partes del barco. Ya durante el tiempo que compartieron en la nave con el Capitán Lorenz, padre de Marita, todos los pasajeros se le acercaban a pedirle un autógrafo como si de un “souvenir” más se tratara. Incluso el recién nombrado embajador de Cuba ante las Naciones Unidas, Raúl Roa Kourí, se acercó al hermano de Marita, Joe, para darle un mensaje personal de Fidel: “Tu hermana es siempre bienvenida en Cuba como invitada del Estado. Cuidaremos de ella lo mejor posible”. Era lo que podríamos llamar celestinazgo de estado.
Marita Lorenz describe el encuentro con Fidel como un flechazo irresistible. Tanto, que le deja el número del teléfono de su casa en Nueva York para verse de nuevo. Tan sólo unos días después, continúa narrando Marita, sonó el teléfono en línea directa con Fidel, diciéndole que le mandaba un avión para que regresara a Cuba. Era el 4 de marzo de 1959 cuando se encaminó de nuevo a La Habana acompañada por tres cubanos que la condujeron justo hasta la habitación que Fidel usaba como despacho de jefatura del estado en el hotel Habana Hilton –luego Habana Libre– de la capital cubana.
Tras el primer encuentro sexual, Fidel muestra la ciudad desde la altura del hotel repitiéndole: “Todo lo que ves es mi Cuba. Yo soy Cuba. Tú eres la primera dama de Cuba”. A una adolescente de 19 años y un poco loquilla, que se dejaba guiar por sus impulsos ayudada por el empuje del personaje, eso debía sonarle a música celestial. Pero en los días siguientes, tantas horas de soledad en la habitación esperando la llegada de su amante convirtieron a Marita Lorenz en secretaria de la abundante correspondencia que llegaba dirigida al personaje. De modo que Fidel empezó a firmar con una gran F en papeles oficiales en blanco, y era Celia Sánchez, e incluso ella, quienes decidían los asuntos que le solicitaban.
Fidel Castro viajó a los EE.UU. en abril de 1959. Y Marita Lorenz le acompañó. En realidad Fidel no fue invitado por el gobierno americano, sino por la Asociación de Editores de Prensa. Se celebró una comida en su honor en la que se entrevistó con varios personajes de la política, pero el presidente Eisenhower no se presentó; es más, se fue a jugar al golf. Fue en su representación el vicepresidente Richard Nixon, a lo que Fidel respondió: “Yo soy Fidel. ¿Cómo me pueden hacer esto a mí?”
En aquel periplo, Fidel se fue a la Argentina. El empuje del personaje se manifiesta un vez más cuando un emisario llegado de La Habana se presenta en Buenos Aires diciéndole que su hermano Raúl está repartiendo las tierras entre los campesinos sin su permiso. A lo que él contesta diciendo: “Los fusilo a todos, a mi hermano también”. Esto lo refiere Guillermo Cabrera Infante como periodista presente en el momento.
De regreso a La Habana, el hermano de Marita Lorenz, Jojo, convenció a un amigo para que fuera a Cuba detrás de ella. Era El Sayed El–Reedy, un diplomático que trabajaba en las Naciones Unidas, que luego sería embajador de Egipto ante la ONU. El empuje del personaje se manifestó una vez más. Enterado de la presencia del diplomático en una habitación cercana a la de él. Fue allá, golpeó la puerta hasta que el joven diplomático salió en pijama. Fidel lo zarandeó de un lado a otro, según narra Marita en su libro, gritándole: “¡Qué quieres de la Alemanita!”, como él llamaba a Marita. “¡Soy un diplomático! ¿No puedes hacerme esto!” De poco le sirvieron las protestas al joven emisario, vestido sólo con el pijama fue expulsado de Cuba en un avión que lo llevó de nuevo a los EE.UU.
Aquellos primeros meses de revolución el empuje del personaje estaba desbordado. Fidel había encarcelado a uno de los más conocido mafiosos que todavía pululaban por la capital, Meyer Lansky, apodado “Little Man” por su corta estatura, que era el propietario del hotel Riviera. A través de Frank Fiorini, agente doble, de la revolución y de la mafia, sabedor de que Marita era la novia de Fidel, empezó a mandarle cartas solicitando la excarcelación de Jake Landsky, hermano menor del mafioso “Little Man”. Marita, cansada de la insistencia, cogió una de las hojas firmadas en blanco por Fidel y la rellenó con varios nombres de mafiosos que quedaron en libertad al instante.
Era complicado que esta relación entre Fidel y Marita Lorenz tuviera un final feliz, a pesar de que Marita por aquellos días ya mostraba un avanzado embarazo. Un día, tras el desayuno, cuenta Marita, empezó a sentirse mal y se quedó adormilada. Durante ese tiempo de amodorramiento había sentido una serie de sensaciones que apuntaban a un parto provocado. Poco tiempo después, se encontró en una habitación del hotel, dolorida, mareada y sin muestras de embarazo. Apareció por allí el comandante Camilo Cienfuegos, que se mostró alarmado al ver su aspecto, la atendió, buscó ayuda y facilitó su salida de Cuba en un avión hacia los EE. UU. Poco después fue cuando el avión que llevaba a Camilo desde Camagüey a La Habana cayó con él dentro, en un accidente lleno de incógnitas.
Fue a primeros de 1961 cuando el FBI y la CIA encargaron a Marita Lorenz asesinar a Fidel. Marita se había establecido en Miami. Tras sus dudas iniciales, acepta, más con la intención de poder reencontrase con él y saber de su hijo, que de asesinarlo. Llega a La Habana y entra en la habitación del hotel de la que todavía conserva la llave. Cuando aparece Fidel, éste, lo primero que le pregunta es si viene a matarlo. Ella le dice que no. Él se acuesta sobre la cama, saca su pistola de la cartuchera y se la entrega a Marita. Haciendo gala de su empuje le dice: “Nadie puede matarme”, como una premonición que se ha prolongado en el tiempo. Marita empuñó la pistola que él le había dado convencida que de que era incapaz de hacerle ningún daño. El empuje del personaje había hecho efecto una vez más. Ella quería saber de su hijo, y Fidel le dijo que todo estaba bien. “Lo arreglé todo”.
Fue años después, cuando Marita se encontró con Andrés en Cuba, un estudiante de medicina, hijo de ella y de Fidel. Tres personajes que todavía siguen escribiendo algún tipo de historia. Así lo contó Marita Lorenz en su libro “Yo fui la espía que amó al Comandante”.