LA HABANA, Cuba.- Al día siguiente de que la Seguridad del Estado intentara frustrar el estreno de Los enemigos del pueblo, CubaNet conversó con Luis Trápaga, anfitrión, junto a Lía Villares, de la presentación de ese monólogo teatral con dramaturgia e interpretación de Lynn Cruz, asesoría general de Rafael Alcides y Regina Coyula y dirección y puesta en escena de Miguel Coyula.
Trápaga y Villares, artistas y activistas, convirtieron hace unos años su apartamento en la calle 10 de El Vedado en la galería El Círculo, donde se han realizado exposiciones de artes plásticas, poesía visual y fotografía, entre otros eventos culturales. No es la primera vez que la policía política amenaza o prohíbe un proyecto acogido en ese espacio independiente.
“Los que participaban en la obra llegaron por la tarde para los preparativos”, relata Luis Trápaga. Alrededor de las 7 de la noche cayó un aguacero que, afortunadamente, no duró mucho. Cuando escampó, supusieron los organizadores que pronto comenzarían a llegar los invitados, pero eso no ocurría y entonces supieron que en la esquina había un carro patrullero, que pronto se parqueó ante el edificio. Luego aparecieron otros autos y agentes de civil.
Cuando vieron que había ya un grupo de personas a la entrada, impedidos de pasar por los policías, Lynn Cruz, Miguel Coyula y Lía Villares bajaron a la acera. Ante la negativa de los agentes de Seguridad apoyados por policías uniformados, los tres se enzarzaron en una larga conversación —si así pudiera llamársele— en la que ellos exigían que se dejara pasar a los invitados a la casa y los agentes se negaban porque se trataba de una obra subversiva.
Trápaga bajó también e intentó imponer argumentos racionales: “Esta es mi casa y lo que queremos hacer es una pequeña actividad. No una cosa grande. Y tenemos todo el derecho de hacerlo”. Como los agentes insistían en su acusación, él les dejó claro que no era un espacio público: “Sea lo que sea la obra, esta es mi casa y dejo entrar en ella a quien yo quiera”.
Tomando del brazo a una muchacha recién llegada, se abrió paso entre los agentes y logró hacerla entrar antes de que ellos bloquearan la puerta de la escalera hacia el apartamento, advirtiendo que “aquí no entra más nadie”. Aunque intentaron impedir que Coyula y Lynn volvieran a subir, finalmente los dejaron pasar.
“No quisimos poner a los invitados en una situación violenta y delicada”, confiesa Trápaga, “y por eso preferimos entrar nosotros y realizar el monólogo aunque fuera solamente ante media docena de personas. No era lo que hubiéramos preferido, pero tampoco pudieron impedir el estreno”.
En los videos tomados desde las ventanas de la casa, aunque la imagen no es muy clara, sí se puede escuchar gran parte de lo que se habló. Los agentes debieron aguantar palabras indignadas, como las de Lía Villares: “¿Qué somos nosotros? ¿Una amenaza, un peligro para la sociedad?” Mientras, Lynn se les encaraba: “¿Cómo no les da vergüenza hacer esto?”
Por su parte, Miguel Coyula —director de filmes como Cucarachas rojas y Memorias del desarrollo, y de la puesta en escena del monólogo— no entendía cómo podían juzgar los agentes una obra que “no ha salido de nuestras manos, que nadie ha leído y que hoy es que se estrena”.
Uno de los oficiales de civil señaló como prueba subversiva el cartel pegado en la puerta de la escalera, donde se leía el nombre de la pieza, y preguntó a quiénes se referían con “enemigos del pueblo”. Los organizadores se echaron a reír a coro, exclamando: “¿Cómo que no saben quiénes son los enemigos del pueblo? ¡Son ustedes mismos!”
Y culparon a los agentes, además, de ser los protagonistas, como verdaderos enemigos del pueblo. Y los organizadores, junto con los invitados a los que no dejaban entrar, rompieron en un acusador aplauso, ante el que uno de los esbirros se inclinó cínicamente. Poco después, Lynn, con pluma y papel, comenzó a preguntar el nombre a cada uno de los agentes, en vano: “¿Ustedes no dan el nombre? ¿Son delincuentes entonces? Las personas que no cometen delitos no tienen por qué esconder su nombre”.
La “nota de los autores” ayuda a entender el espíritu que anima esta pieza: “Los nacidos en los años 70 constituyen en Cuba la generación de los sin futuro. En plena adolescencia ocurrió el desmoronamiento del campo socialista. Con él, los sueños del paraíso prometido a los pioneros comunistas, de un sistema cada vez más justo y de igualdad social, se desvanecieron”.
Sobre Carlota Corday —conocida como “el ángel del asesinato” después de que diera muerte a Marat— leemos: “Una figura histórica que adquiere un poder mítico y ubicuo, viaja en el tiempo y reencarna en Cuba”. La vigorosa girondina llega nada menos que junto al lecho donde agoniza Fidel Castro.
Apoyándose en ideas del “teatro pobre” —tan rico para el trabajo del actor— del polaco Jerzy Grotowski, el colectivo Teatro Kairós busca la supervivencia de su arte fuera de la institución, convirtiendo cualquier lugar en escenario “donde se recupere su sentido de tribuna, su poder de confrontación y su libertad no solo de forma, sino de contenido”.
El huidizo concepto de kairós en la filosofía griega —algo así como “el momento oportuno” o el tiempo de “naturaleza cuantitativa”—, mezclado con el impulso de la estética de Grotowski, debe generar una verdad teatral muy pertinente para nuestro aquí y nuestro ahora tan necesitado de valentía artística y de coraje ciudadano en una sola pieza, como parece traerlos el colectivo Teatro Kairós.
La Seguridad del Estado, defendiendo el despotismo del victimario, no quería que todo el cotorreo laudatorio por el primer aniversario de su muerte fuera contrastado por un evento de virtuoso minimalismo, por un recordatorio firme de sus víctimas. Pero no resultó un fracaso la obra, sino la operación represiva para acallarla. Ya no hay gritos pequeños.