TAMPA, Florida.- Yuma, estar Yuma, o en la Yuma (residir en USA), en lengua cubana, valga decir cubiche, significa estupendo, súper bien, excelente. Pero, en determinados momentos, se puede vivir en los Estados Unidos y, en lugar de estar en la Yuma, la gente puede encontrarse en la llama; y, cuando digo llama, no es metáfora, porque específicamente, me estoy refiriendo al puro y genuino fuego.
Dos o tres veces, el hermano de mi mujer se había lanzado al mar procurando llegar a Florida allá por la década del 90. Luego de muchos avatares, consiguió llegar legalmente a este país, en el ya lejano abril de 2000, y, desde entonces, no nos veíamos. Pero ahora estaba esperándome en el aeropuerto de Miami con su mujer y el hijo de ambos, un “americanito”.
Radicados en Tampa, la esposa de mi cuñado había estado en la Isla tiempo atrás, para que la familia cubana conociera a su nuevo integrante, ahora, un chico de 10 años que, acabado de llegar yo, de buenas a primeras, me preguntó si me gustaría conocer a San Agustín, donde vivió y murió el padre Félix Varela, el cubano que por estos días todavía nos enseña a pensar.
-Quiero conocer los Estados Unidos, quiero conocer cómo viven y producen los granjeros y los rancheros estadounidenses-, dije a mis parientes.
Mi cuñado se pasa meses viajando por todos los Estados Unidos, transportando mercancías en su truck tráiler (camión con remolque) y que yo quería vivir esa experiencia.
Pues sí, mi cuñado y su familia, que me habían recibido en el aeropuerto de Miami el miércoles 17 con abrazos y sonrisas únicas; que me habían alimentado, vestido, calzado, hospedado y que me habían asistido para que mis compromisos profesionales se cumplieran debidamente, al punto de los de Martí calificarlos de “hermosa familia”, tenían un grave asunto por solucionar: el del sustento de la familia.
No había ya truck tráiler. Procedente de Indiana, con destino a Lakeland, Florida, en Georgia, mientras mi cuñado dormía dentro del camión, un cortocircuito transformó al vehículo en hoguera, según reportaron las autoridades que, al despertarlo, lo salvaron de una muerte atroz.
Mi cuñado y su esposa acababan de pagar el camión justo al momento de incendiarse. Todo estaba perdido, menos su fe, su valor personal y su amor por la familia que, en tan grande aprieto, me recibieron como si nada hubiera sucedido. Cuando la dirección, los periodistas, los técnicos, incluso los custodios de Radio y TV Martí me recibieron, no podían imaginar que aquel hombre sonriente, que junto a su mujer y su hijo me acompañaban, era un hombre que, a bordo de un camión incendiado, había estado a punto de perder la vida y la mayor parte de sus ahorros.
Se habla de reconciliación entre cubanos. Pero el término no es exacto. La familia cubana es una sola, divergencias tendrá, pero es una sola aunque la separe el Estrecho de la Florida y el régimen que ya por más de medio siglo ha tratado de quebrarla, a sabiendas de que, precisamente, la familia es la base de la sociedad.
Como otras tantas, mi familia me confirma que entre nosotros los cubanos existe unidad, sólo que a quienes dividen les conviene la palabra odio. Dejémosles que se harten con ella, mientras los que buscamos la confraternidad dentro y fuera de Cuba cultivamos la palabra amor, con todo y que con frecuencia, a veces con demasiada frecuencia, la yuma, o lo yuma, se nos transforma en llamas.
Nota de la Redacción: Alberto Méndez es un periodista independiente que reside en Puerto Padre, Cuba, y se encuentra de visita en Estados Unidos