LA HABANA, Cuba – Antes de 1959, los anuncios de compra y venta de solares aparecían en los clasificados de los periódicos de la época; y sus precios, según lo leído, oscilaban entre cuatro y ocho pesos por metro cuadrado, en dependencia de la zona donde estuvieran ubicados. Pero a partir de 1959 la venta de terrenos fue prohibida.
Muchos habían comprado su terrenito con la idea de ir fabricando poco a poco su casa, y otros, más previsores, pensaban en construir para alquilar y así asegurar su vejez. Tal es el caso de Gerardo García, que trabajaba como chofer de ómnibus en Lawton, Diez de Octubre. Con sus ahorros compró un terreno en el reparto San Matías, municipio San Miguel del Padrón, y allí fabricó una casa de dos cuartos que alquiló para, con el dinero de la renta, hacer poco a poco su casa, sencilla, pero al gusto de la familia.
Cuando ya tenía levantada la cocina comedor, un cuarto y el baño, se instaló en ella para no seguir pagando alquiler y así tener más recursos para terminar la vivienda. Pero lo sorprendió la ley de reforma urbana, y su sueño se convirtió en pesadilla: perdió la casa que tenía en alquiler, pues la nueva ley otorgaba a los inquilinos el derecho de propiedad. Tampoco pudo terminar la suya, porque ahora comprar materiales de construcción se había convertido en un delito.
Pero por desgracia estas personas no fueron las únicas que vieron su esfuerzo perdido y sus sueños destrozados de la noche a la mañana. Algunos han sido utilizados y luego desechados sin siquiera una mísera indemnización por el esfuerzo de décadas.
Tal es el caso de Jorge García Fernández, un anciano de 82 años que limpió un solar estatal y pasó 16 años cultivándolo. Cuenta que, al no poder vender un terreno que tenía en San Miguel del Padrón, hizo múltiples gestiones para cambiarlo por este, aledaño a su casa, en Rodríguez Fuentes entre 12 y 13, en Lawton. En aquel entonces el delegado de la Agricultura en el municipio Diez de Octubre le ofreció entregárselo en usufructo, y aunque de momento no podía adjudicárselo, pensó “del lobo un pelo”, y aceptó.
El solar en cuestión nadie lo quería. Era un basurero lleno de escombros y animales muertos. “La peste, las ratas y los mosquitos hacían difícil la vida en nuestra casa”, recuerda Jorge. “Lo primero que hice fue cercarlo, y como necesitaba limpiarlo con urgencia, había días que botaba hasta veinte sacos de escombros. A veces terminaba tan cansado que no tenía fuerzas ni para bañarme o comer, y me tiraba en el piso hasta el otro día”.
Hace unos días, al ver el terreno lleno de malas hierbas, le pregunté si estaba enfermo, pues él siempre lo tenía bien cuidado. “Me lo quitaron”, fue su respuesta. Entonces contó que hace algo más de seis meses se presentó una pareja y le mostraron unos papeles de la adjudicación del terreno (según ellos, pues no los leyó). Le dijeron que debía presentarse en Planificación Física con el contrato que le dio Agricultura. Una vez allí, la abogada le pidió el documento “para estudiarlo”, con el pretexto de que estaba apurada y no podía atenderlo ese día. Como él no sospechó nada, se lo dejó, pero desde entonces no la ha visto más.
Según el anciano, la pareja de marras le cambió el candado. En los primeros días trajeron una cantidad de madera, porque “necesitaban fabricar con urgencia”. Pero luego se perdieron. “Solo vienen de vez en cuando a llevarse los plátanos, las calabazas y todo lo que he sembrado. Les dije que en este terreno no se puede construir, porque por aquí pasa un riachuelo. Lo sé porque no es la primera vez que me lo quieren quitar: en el 2002, después que ya lo tenía acondicionado, vinieron los de las microbrigadas, pero ni bien hicieron el primer hueco, a un metro de profundidad ya estaba lleno de agua”.
Otro tanto sucede en el terreno ubicado en Concepción entre 15 y 16, donde hace unos años se derrumbó una casa. Al ver que estaba abandonado, llenándose de escombros y basura, he indagado por el dueño con algunos vecinos. Unos me dicen que murió, otros, que se fue del país, pero nadie sabe con certeza. Un señor, que no me quiso dar su nombre, me dijo que hace un tiempo él cerró el frente como pudo, pero hace varios meses vinieron funcionarios de la Vivienda, quitaron el cercado, cortaron los árboles frutales y midieron el terreno.
Primero comentaban que iban a hacer seis apartamentos. Después, que cuatro, y por último, que dos. Pero se fueron y no han regresado. Como quitaron la cerca, se volvió a formar el vertedero.
Supe por un empleado de Vivienda que estos planes eran ciertos, pero que se comenta que como el terreno era pequeño el proyecto aprobado finalmente fue una casa para la jefa de aseguramiento de la ECOA 66. Pero como esta empresa se disolvió, “¿de dónde van a sacar los materiales?”.
Ocurre una situación parecida con el solar ubicado en Milagros y Acosta, en Lawton, que hace más de 40 años atiende la familia que vive junto al mismo. Uno de ellos refiere que a principios de los años cincuenta había allí un anciano paralítico, y que luego la familia se lo llevó a vivir con ellos. Pusieron en venta la casa pero no pudieron lograrlo, porque en eso llegó la ley de reforma urbana. Al final, la vivienda se derrumbó y el terreno, como de costumbre, se convirtió en un vertedero. Entonces estos vecinos decidieron limpiarlo y cerrarlo, e intentar contactar con alguno de los dueños a ver si podían comprárselo, pero nunca dieron con ellos.
Allí sembraron mangos, cocoteros, cítricos, guanábana. Hicieron una cisterna para aliviar sus problemas con el agua. Hace unos meses, el “jefe de núcleo” familiar fue citado al Departamento de Planificación Física de Mayía Rodríguez y Patrocinio, en La Víbora. La funcionaria que lo atendió le dijo que debía dejar el terreno limpio, porque había tres personas interesadas en comprarlo. Poco después fueron a medirlo. Entonces, una de sus hermanas, casi ciega y madre de tres hijos, les planteó su interés y derecho a comprarlo si los dueños lo quieren vender. La respuesta fue que no podía ser ese, que en todo caso le venderían otro. Esta absurda solución no le sirve, pues ella necesita estar cerca de su familia.
Es que, además de la liberación de materiales de construcción y el otorgamiento de créditos bancarios y subsidios, para resolver la escasez de viviendas corresponde al gobierno cubano urbanizar solares yermos para entregarlos a la población; en lugar de quitarles terrenos cultivados a quienes durante años los han cuidado y mejorado con su esfuerzo constante.