LA HABANA, Cuba.- Entre los días 5 y 7 de diciembre se desarrollará en Miami el Congreso Cultural Internacional “Vínculos, continuidad y resistencia: tres rasgos de la cultura cubana”.
El presidente del Comité Organizador es el narrador, poeta y profesor universitario Rolando H. Morelli (Camagüey, 1953), quien reside en Filadelfia, Estados Unidos, desde 1980. Es autor de los libros de cuentos “Algo está pasando”, “Lo que te cuente es poco”, “Repaso de la sombra” y el poemario “Leve para el viento”, entre otros.
Sobre el congreso cultural y temas relacionados con la literatura cubana, Morelli tuvo la amabilidad de conversar con Cubanet a través del correo electrónico.
¿Por qué este congreso?
Probablemente no habría que demostrar a estas alturas, que la cultura cubana —entendida como producto, reflejo y espejo de la nación que la origina— se halla en bancarrota. Nos lo revela a las primeras la imagen que está a la vista, y no es sólo de absoluta dispersión, sino de caótica desbandada, de desfachatez y pesimismo generalizados.
Hemos regresado a los peores momentos del siglo XIX. La patria ha desaparecido virtualmente de la conciencia nacional, borrada por el continuo ejercicio de la despersonalización colectiva desde el poder.
La patria, si algo va quedando de ésta en ese feudo que de ella han hecho los Castro, se resume en esgrimir agresivamente unas banderitas y consignas vergonzantes, y en atacar a todo el que ose pensar en sus predios. Se ha impuesto en vastos sectores de la población aquello tan retrógrado del “¡Vivan las cadenas!” de la España del rey felón, Fernando VII, y constituye desde hace mucho el santo y seña de la sociedad cubana bajo la tiranía de los Castro y su régimen de oprobio. “Esta calle es de Fidel” es apenas una variante actual de la otra.
Este proceso de despersonalización colectiva, de “despatriación” de todos los cubanos —si me permites un neologismo— no está representado únicamente por los iletrados (supuestos proletarios) sino sobre todo por la misma clase que constituye, según la definición del comunista Gramsci: “los intelectuales orgánicos”, bien sean estos generados o cooptados por el poder.
Abel Prieto, el ex ministro de Cultura, lo expresó sucintamente ante el auditorio que en Madrid participaba de una llamada “Conferencia en Solidaridad con Cuba” al declarar con jactancia ante sus anfitriones: “Nosotros tenemos una ventaja que no tienen Uds. aquí [en España]. Es que los medios nuestros son estatales. Nosotros no tenemos enseñanza privada. Todo el sistema es público. Las instituciones culturales son públicas”. Por público, naturalmente, se entiende: controlados de arriba abajo por el estado absolutista y totalitario.
Prieto exhibía ante los ojos deslumbrados de todos los reunidos, los instrumentos mismos del crimen, que han servido para consolidar el sometimiento de los cubanos. Expuestos por él, quedaron trazados los confines impuestos por el régimen para estrangular sistemáticamente al individuo, a la colectividad, y en consecuencia, a la cultura cubana.
Lo milagroso, resulta, que a pesar de lo exitoso de la fórmula represiva, la cultura cubana aún dé muestras de resistencia dentro y fuera de Cuba.
Los cubanos hemos padecido, y continuamos padeciendo cárcel, torturas y muertes innúmeras, y un exilio que constituye hoy uno de los más altos del mundo en cualquier época, por enfrentarnos a la tiranía y a sus adláteres.
No podríamos sobrestimar en modo alguno el papel que juegan al interior y al exterior la propaganda del régimen, en la que los intelectuales y artistas sometidos, y al servicio de la tiranía juegan un papel de inestimable importancia.
Desde el exilio, lo menos que podemos hacer los intelectuales, artistas, escritores, y muchos otros que vivimos en libertad —habiendo elegido aquello tan martiano de, “sin patria, pero sin amo”, es defender una idea de cultura para Cuba, enfrentada a los presupuestos catastróficos del tardo-fidelismo, hoy encarnado por el hermanito. De ahí la necesidad de no rendirnos ni claudicar ante las componendas de los Castro, y las insólitas alianzas con algunas de las élites del mundo libre, embriagadas todavía por la borrachera trasnochada de la Revolución y el socialismo, eso sí, sin renunciar a sus prebendas.
De ahí, también, la urgencia de este congreso en el que pasaremos revista pública a nuestra historia, y a nuestra actualidad, pondremos sobre la mesa nuestras cartas, proponiendo estrategias desde la cultura, pero también desde la política, para desenmascarar la tiranía que oprime a nuestro pueblo, y cohesionar nuevas estrategias de actuación colectiva.
Aunque pueda parecernos innecesario hacerlo, se trata de reafirmar en voz alta —despejando malos entendidos diseminados por la propaganda de la tiranía— que existe un vínculo inquebrantable entre todos los cubanos de buena voluntad, vivamos donde vivamos; que nuestra cultura es un continuum no interrumpido por el exilio, lugar donde la resistencia a la opresión, al chantaje y los contubernios puede expresarse en franca libertad frente a quienes edulcoran la naturaleza del régimen en defensa del mismo.
Entonces, ¿hablamos de la cultura cubana como una sola, la que se hace en la isla y la que se hace en el exterior?
Tenemos una concepción abarcadora de esa cultura. Mencionaré como ejemplos y expresión de la misma, dentro de Cuba, desde las Damas de blanco al periodismo independiente, y desde el escritor Ángel Santisteban al grafitero Danilo Maldonado, El Sexto. Fuera de Cuba, la nómina de los que resisten en nombre de la libertad, y a la vez constituyen un vínculo y dan continuidad a la idea de nuestra cultura, va desde los ya fallecidos Gastón Baquero, Reinaldo Arenas, Cabrera Infante y Severo Sarduy, al actor, escritor, dramaturgo y ensayista Julio Matas, hoy muy viejecito, pasando por una extensa lista en todas las esferas del quehacer artístico en activo: Zoé Valdés, Sergio Giral, Fausto Canel, Montes Huidobro, Luis de la Paz, Mireya Robles, Gladys Triana, Carlos Alberto Montaner, Orlando Rossardi, Pepe Triana, José Abreu Felippe, Teresa Dovalpage, Juan Abreu, Nivaria Tejera, Paquito D’Rivera, Carlos Eiri, Andy García… La relación verdaderamente daría para componer una enciclopedia, pues comprende lo mejor de la cultura cubana en una variedad de campos.
¿Está prevista la participación de artistas e intelectuales residentes en Cuba, del arte oficial o disidentes?
Los representantes del arte y la literatura oficiales ya cuentan con numerosos foros propiciados por el régimen, o sus adictos fuera de Cuba, para difundir sus mentiras y justificar su sometimiento, atribuyéndose un ideal patriótico que no resistiría un verdadero examen. Sus figuras estelares son, como es bien sabido, el propio Abel Prieto, Miguel Barnet, y tres o cuatro más, pero la lista de aspirantes puede a cada vuelta nutrirse de nuevos nombres que mañana nadie recordará sino con desprecio. No vamos a ofrecerles a estos agentes intelectuales de la opresión nuestra plataforma para que regurgiten sus veleidades e insensateces. El régimen, responsable en primer lugar por la miseria a que ha llevado a la sociedad cubana, dispone sin embargo de prebendas para comprar y pagar las lealtades y entusiasmos de sus incondicionales. Ellos no nos necesitan, y nosotros no los queremos, porque no nos representan como pueblo.
En cuanto a los independientes sin compromisos con la tiranía, la invitación ni siquiera es necesaria, aunque la hayamos extendido desde el principio.
Lamentablemente, no está en nuestras manos de momento, facilitar o hacer posible que estos viajen desde Cuba, y participen del congreso. No contamos aún con una estructura y recursos que nos permitan sufragar tales gastos. Tal vez habría que destacar en este punto, que los numerosos gastos que tenemos para llevar adelante nuestro encuentro, se sufragan exclusivamente con donaciones individuales de los organizadores y otros, y con el costo de inscripción al mismo, que es mínimo si se compara con lo que cuestan en general otros congresos y reuniones de esta índole. Éste, sin embargo no será el último de su clase. ¡A lo mejor conseguimos que el próximo se celebre en una Cuba libre!
Eres un escritor de la llamada Generación del Mariel. ¿Dicha generación ejemplifica esos rasgos de la cultura cubana que tratará el Congreso?
Creo que sí. Reinaldo Arenas, desde la revista Mariel, de la que fue el principal gestor, dedicó números a exaltar las figuras de Carlos Montenegro, Lydia Cabrera o Lino Novás Calvo, entre otros. Esos escritores y artistas que ya estaban en el exilio al momento de producirse el aluvión del Mariel, también nos acogieron con los brazos abiertos. Entre los jóvenes nacidos en el exilio, los llamados cubano-americanos, que venían a ser nuestros contemporáneos, se producía el mismo fenómeno de integración natural. Es cuando menos curioso, que en el exilio, el enfrentamiento generacional no ocurriera hasta hace relativamente poco, y eso tampoco de manera álgida o preponderante.
Me explico. La llegada de nuevas generaciones, formadas enteramente en el castrismo, ha traído a veces a estas playas, a creadores a quienes tomará algún tiempo todavía modificar sus esquemas mentales. “Son pocos, pero son”, como diría Vallejo en su poema inmortal. Estos son los que acusan de intransigencia a todos los demás que no concebimos entendimientos con el régimen de los Castro.
El Congreso Cultural conmemorará el 7 de diciembre los 25 años de la muerte de Reinaldo Arenas…
El congreso constituye, entre otras cosas, un homenaje a la memoria de Reinaldo Arenas.
El exilio, como es sabido, presupone un alejamiento forzoso del medio natural de un creador, pero al mismo tiempo, puede constituir ese espacio óptimo para la creación. Cuando se vive, como fue el caso de Arenas, sometido a una constante vigilancia y acoso, de los que no se permite escapar, haberlo logrado es ya una victoria.
Arenas consiguió verdaderamente realizarse como individuo y como creador en el exilio. Recuperó por la constancia y dedicación que concedió a su quehacer, la obra que había hecho en Cuba, pero no se limitó a esto, sino que nos dio una obra cuya verdadera evaluación corresponde al futuro. Anticipo que será muy favorable.
Arenas es uno de esos originales que no puede duplicarse ni imitarse. Sufrió la censura más absoluta en Cuba, y luego, cuando consiguió escapar por Mariel, tuvo su momento de reconocimiento y fama. Las mismas editoriales, españolas o iberoamericanas, favorables a la izquierda, o temerosas de ellas, lo elevaron en la cresta de la ola del momento, para dejarlo caer poco después, porque Reinaldo les resultó incorruptible, pero él, que no había sucumbido a cosas peores, no se estrelló en las rocas del ninguneo, como esperaban muchos que ocurriera. Luego, su muerte en condiciones tremendamente trágicas, la publicación de sus memorias, y la película que hiciera Julian Schnabel, contribuyeron a la divulgación de su nombre.
Resulta cuando menos irónico, que el actor que tan convincentemente encarna el personaje de Reinaldo en esa película, se haya sentido atraído por él, pese a ser un ferviente adorador del régimen cubano —a la distancia, claro—. Es algo parecido a lo que sucede con la comercialización de la figura del comunista Che Guevara, salvo que en el caso de Reinaldo, situado en las antípodas de éste, ser encarnado por alguien de la izquierda cerril española no constituye un descrédito para sus ideas y principios, como sí es patente que ocurre en el caso de Guevara, sino un triunfo sobre ellos y sus presupuestos ideológicos.
Has dedicado gran parte de tu trabajo al estudio de la obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda y José María Heredia. ¿Por qué?
No sólo a la Avellaneda y a Heredia les he dedicado tiempo y empeños, sino a numerosos otros escritores cubanos del siglo XIX y del XX. Ellos son el principio visible de un camino que hemos transitado para llegar a la idea de Cuba.
Incluso la Avellaneda, tan desacreditada en algunos círculos, es imprescindible a la hora de evaluar nuestra historia literaria. Siendo Cuba española, ella lo fue, pero no habría que quedarse en esta aparente dicotomía. Su obra nos situó en el mapa de la literatura occidental en lo alto de una cumbre. El romanticismo español no se concibe sin ella, ni el romanticismo cubano sería lo mismo sin su nombre. A pesar del carácter no estrictamente político de su alejamiento físico de Cuba, la Avellaneda fue en cierto modo una exiliada temprana en suelo español.
Heredia lo fue en tierra norteamericana primeramente, y mexicana después. Y aunque en su caso primó la motivación política, no pudo ser menos que un exiliado toda su vida, incluso cuando se hallaba en Cuba todavía. La obra de Heredia, a pesar de haber sido altamente valorada, es hoy desconocida en Cuba. Hace unos años, investigué y reuní luego en un volumen sus cuentos y relatos publicados en periódicos mexicanos que dirigió o en los que colaboró activamente. ¿Quiénes en Cuba conocen hoy al Heredia narrador? ¿Al poeta? ¿Al patriota? En cierto momento, al principio, el régimen se apoderó de nombres como el suyo para sus fines propagandísticos, pero desde hace mucho a nadie le interesa. El nombre de Heredia ha quedado reducido al nombre de una calle en Santiago de Cuba.
Trabajamos de un modo u otro para ganar tiempo al tiempo perdido, a la distorsión y a la preterición, con vistas al futuro de Cuba y para beneficio de las nuevas generaciones.
Además de Heredia y la Avellaneda, muchos otros autores cubanos, desde Martí y Villaverde hasta Cabrera Infante y Zoé Valdés, han tenido que escribir la mayor parte de su obra en el exterior. Todos han tenido que enfrentar la disyuntiva de irse o no ser. ¿Cómo fue en tu caso? ¿Qué ha significado para ti este exilio de más de 35 años?
No se trató de una disyuntiva. He mencionado el caso de Arenas, que fue el mío y el de muchos de mi generación. La opción de irse ni siquiera se planteaba, como sucede ahora por diferentes razones que en ningún caso suponen una liberalización del régimen. Entonces no era ni remotamente concebible. Ahí está el caso del narrador Nelson Rodríguez Leyva, fusilado por intento de salida ilegal del país, a manera de ejemplo de lo que hubiera sucedido a cualquiera que intentara escapar de la isla-prisión en que vivíamos. Ser, por otra parte, tampoco era concebible. De ahí que tantos de mi generación se suicidaran o se alcoholizaran. Aún cuando en Cuba, oficialmente, las drogas no constituían un problema, muchos se empastillaban. Los psiquiatras prescribían generosamente toda clase de pastillas “para los nervios” (existe un poema tardío de Virgilio Piñera donde se refiere a esto), y muchos eran víctimas de ese mal. No creo que haya estudios sobre eso, igual que faltan sobre tantas otras cosas. Muchos se “alcoholizaban” por otra vía, ideológicamente, pues se trata de una adicción más, de la que salirse cuesta Dios y ayuda, si acaso se consigue.
He citado alguna vez lo que me dijera en conversación Lydia Cabrera, de que “antes que ser artistas, escritores y todo eso, había que ser persona decente”. Es decir, que había que encontrar el espacio elemental donde ser persona fuera una posibilidad. Si para cualquier persona es vital disponer de una atmósfera propicia, respirable, para un creador esta necesidad -que Arenas llamara “necesidad de libertad”- es imprescindible.
Ahí están, ya que me preguntas por mi experiencia, mis libros de relatos, las investigaciones que me han llevado a Heredia, a Ofelia Rodríguez Acosta y a muchos otros, pero ante todo, haciéndolo posible, está mi vida. Fui el primero de “los marielitos” ´-título que yo siempre tomé a gran honra- en recibir un doctorado de universidad alguna. He trabajado como profesor en distinguidos centros de enseñanza. No ha sido fácil resistir a veces las presiones de la izquierda de conveniencia que domina en muchos departamentos de lengua y literatura para que me sumara al coro, como si nada hubiera pasado ni pesado. He viajado con mis recursos, sin encomendarme a nadie, a donde he querido. Y hace unos días me he casado, en el aniversario del que fuera nuestro primer encuentro, con mi pareja de hace treinta y cuatro años.
Cuando peso las pérdidas, que han sido inevitablemente muchas, y las ganancias en el haber de mi vida, siento que he podido ser persona, en el concepto que Lydia Cabrera vindicaba, y ésa es una ganancia absoluta.
Percibo, como características de tu narrativa, la fragmentación y un ambiente tenebroso que no permite que olvidemos la situación cubana. ¿De qué forma se aviene tu literatura con esos vínculos, esa continuidad y esa resistencia?
Hay una parte de mi obra que refleja eso que tú señalas. Ya Montes Huidobro o Benítez Rojo, entre otros, lo han observado. Otra parte de ella se aparta, conscientemente, de todo eso, en busca de luminosidad, a veces por el recurso de la fantasía. Ciertos ambientes y memorias conectados con Cuba, sin embargo, dictan su propio lenguaje; sus claroscuros y fragmentación corresponden a una visión que no sería capaz de sacudirme, porque entre otras cosas, sería falsearlas.
No obstante, soy un incorregible optimista. Concedo al individuo, y a muchos de mis personajes, la posibilidad de redimirse o emanciparse mediante sus acciones. En ello influye también mi experiencia de Cuba. Los hijos de puta han sido muchos, pero en medio de la jauría, cuántas veces se abrió paso una persona valiente cuya intervención, independientemente de su efectividad, me sirvió para sostenerme y sostener como verdad absoluta que el ser humano, en sentido general, es bueno, y puede llegar a ser valiente en la defensa de esa bondad.
Lo vulgar, la mediocridad, lo repetitivo, han invadido una buena parte de la cultura cubana. ¿Ve Rolando Morelli motivos para el optimismo?
Por lo general, se trata de manifestaciones de rechazo a la cosificación que impone la cultura oficial.
Cuando era profesor en Cuba, trabajé mucho tiempo para el llamado Instituto de Perfeccionamiento Escolar que se proponía elevar el nivel de los profesores de primaria y secundaria. La constatación diaria de eso que luego se ha convertido en ese fenómeno que mencionas, era ya espeluznante.
Y recordaba lo bien educados que eran los guajiros camagüeyanos —supongo que sería así en todas partes— aunque fueran analfabetos, que no todos los campesinos lo eran, ésa es otra falacia que ha pasado a ser lugar común. En cambio, aquellos maestros y profesores que eran nuestros discípulos, aunaban a su garrafal desconocimiento de casi todo lo que era pertinente, un grado de desparpajo que naturalmente transmitían al estudiantado.
¿Qué eran las escuelas al campo y los pre-universitarios internos, lejos de la casa, sino verdaderos centros de deformación en todos los aspectos? En Miami me he encontrado con antiguos estudiantes que me confirman esta percepción, y con jóvenes formados en esa “nueva escuela” que cantaba Silvio Rodríguez, a los que se reconoce porque el lenguaje en ellos —eso a lo que no vacilan en llamar “hablar en cubano”— se ha transformado en una jerga incompresible, a la vez por la articulación y por el contenido, que bien corresponden al pensamiento que los caracteriza, o más bien, a la falta de él. La mayoría son buenos muchachos y muchachas que, en muchos casos han arriesgado la vida para salir de Cuba, pero que no logran con facilidad sacarse de dentro a esa Cuba de la que huyen.
La literatura, y sobre todo la cultura llamada popular, reflejan y cultivan esa tendencia chabacana, que al régimen le fastidia y al propio tiempo es la única manifestación auténtica capaz de producir.
Hay artistas que, conscientes de eso, se apropian un lenguaje y unas formas que todo el mundo comparte, gústeles o no, para dar otro mensaje, uno subversivo, validos de un medio que no se origina en ellos. Hay un componente vulgar en toda cultura popular, que tiene su sitio y su razón de ser.
Lo que ocurre en nuestro país es que en su afán igualador, el régimen acudió, primero a implementar a la fuerza la mala dicción, la desfachatez y ese tipo de conducta, como contraposición a la llamada cultura burguesa, y luego, por cuestiones de estrategia, impuso una marcha atrás y una “recuperación de valores en el socialismo”. Fue la época en que brilló Armando Hart al frente del Ministerio de Cultura. Pero no se desanda por decreto lo que se ha andado mal a conciencia.
Aún estábamos en eso de reconstruir normas sociales, un lenguaje comprensible y respetuoso cuando tuvo lugar el Mariel, y luego, la debacle del mundo socialista. El Mariel sacó a la calle nuevamente el lenguaje vulgar con patente de corso. El derrumbe del comunismo ya no permitió al régimen cubrir todos los frentes a la vez, y en última instancia, sacó a la luz la verdadera naturaleza y semblante que ocultaban las barbas de la Revolución.
El castrismo ha sido desde el principio, y es por naturaleza, la expresión no del pueblo, sino de la chusma. En esta última categoría coloco por derecho propio a Alicia Alonso y a Rosita Fornés, aunque estas señoras no utilicen malas palabras o un lenguaje soez.
Todo eso pasará. Cuando la mente y el pensamiento cubanos rebasen el estado de pesadilla actual —ése que produce monstruos de los que Goya se aterraría— y la escuela y los medios permitan la libre expresión del pensamiento sosegado y abierto, veremos un verdadero renacimiento de nuestra cultura. El talento, la aplicación y la habilidad del cubano se encargarán de eso. En un medio menos hostil como puede ser el del exilio, se ha probado. Por eso, el lema de nuestro congreso es “arte, inteligencia y esfuerzo”. Esta época aciaga por la que atravesamos, de tan larga duración, constituirá nuestra más oscura Edad Media.