HARVARD.- En Cuba hay una democracia y no lo dice quien escribe estas líneas, sino los funcionarios de la Unión Europea que hicieron el reciente informe anual sobre derechos humanos alrededor del mundo.
Para los sesudos del bloque comunitario, la dictadura insular cuenta con el voto casi unánime de quienes habitan en sus dominios, el proceso no está viciado por las corruptelas y no existen evidencias que indiquen el ejercicio de la violencia tanto en las elecciones generales programadas para llevarse a cabo cada cinco años como en las parciales que tienen lugar cada dos años y medio.
En el documento se generaliza y simplifica un complejo entramado de reglamentos, a menudo interpretados a conveniencia por quienes los inventaron, y también quedan fuera del escrutinio un sinnúmero de decisiones personales e institucionales sin viso alguno de legalidad.
Al parecer, basta con los altos índices de participación en las urnas y con las multitudinarias concentraciones en cualquiera de los actos de reafirmación revolucionaria, para definir al modelo cubano como una democracia de partido único.
Este es el término que se usó para validar un modelo sin nada en común con los códigos de un Estado de Derecho, lo que más allá de su peculiaridad semántica, demuestra un grosero relativismo que enajena las posibilidades de una evolución, en el futuro cercano, hacia un ejercicio del poder, respetuoso de las libertades consignadas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La escurridiza mención a los episodios represivos, expresa una intencionalidad cada vez más a tono con la conservación del status quo dentro de la Isla.
El objetivo es consumar una relación que privilegie los intereses a largo plazo, entre los que habría que mencionar, la mano de obra barata, el control social y la estabilidad política.
Frente a hechos consumados e irreversibles, es razonable la duda en que puede revertirse en el corto plazo lo que a la postre refleja una continuidad del socialismo real con sus dogmatismos y disparates.
Lo que se anuncia no son parches sino apuntalamientos de lujo que incluyen cooperación económica, contactos políticos al más alto nivel y extrema cautela a la hora de criticar los deslices, si es que la opción no se decanta por el silencio u otros disimulos que eviten el enojo de los mandamases.
Cuba, según estima la Unión Europea, está en el camino correcto.
Las multitudes aplauden a su gobierno unipartidista con total desenfado, la gente acepta su pobreza crónica con gallardía, porque le han dicho que la culpa es del embargo norteamericano y hacia allá los obligan a enviar sus denuestos, y por último el tema de la represión contra los opositores pacíficos y los activistas de la sociedad civil independiente es algo esporádico, minoritario y sin bajas mortales, suficiente para lanzarlo al fondo de las prioridades.
Esas interpretaciones desnaturalizan la realidad cubana, marcada por el abuso y la indefensión de poco más de once millones de personas.
El poder nunca ha estado ni estará en manos del pueblo.
Un partido determina sin consulta popular o con gestos que simulen algo parecido, lo que convenga a sus intereses.
Si eso es democracia como asegura el informe europeo, yo puedo decir que soy cosmonauta con tan solo mirar las estrellas desde la ventana.