LA HABANA, Cuba. – Entre los oficios más antiguos del mundo, está el de limpiabotas. Se sabe que la Atenas de Pericles en el siglo V (A.C.) contaba con personas dedicadas a lustrar pieles y sandalias, así como la existencia de talleres para el curtido y la talabartería.
También la historia de la fotografía recoge la imagen en daguerrotipo, hecha por su inventor, Louis Daguerre en París, que lleva por título Boulevard du Temple, año 1838, del primer retrato de dos seres humanos. En dicha foto se puede apreciar en la parte inferior izquierda: una escena-miniatura. Se trata de un hombre con la pierna ligeramente levantada, mientras le lustran el calzado en la acera, casi en la misma esquina de la calle.
Aquí en la Isla a partir de 1959, los cubanos fueron perdiendo el hábito de vestir elegante, y especialmente, el de conservar los zapatos limpios y brillantes. Ya casi nadie puede recordar con nostalgia aquella Habana llena de estos personajes, dedicados a la humilde tarea del lustre del calzado, casi siempre ubicados en los portales de las bodegas, bares y cafetines.
En estos tiempos se ha reducido la dependencia hacia el limpiabotas, y sobre este punto se le echa la culpa a la moda con su avalancha de tenis, sandalias, y calzados diversos, elaborados con las pieles sintéticas, así como a la aparición de productos líquidos, muy prácticos, cuyo objetivo es dar color, abrillantar rápidamente, y sin tener que ensuciarse los dedos.
Ahora bien, el proceso de extinción del limpiabotas cubano, y de tantos otros oficios, está ligado al año 1968, cuando, de la mano de la llamada Ofensiva Revolucionaria, el régimen destruyó los últimos reductos del trabajador privado, y así desaparecieron del mapa de Cuba los tradicionales y útiles servicios del limpiabotas.
Más tarde, a partir del año 1980 se autorizó la licencia (exclusivamente) a los jubilados para el ejercicio de tal actividad. El pago al gobierno comenzaría por diez pesos, y en los años 90 se elevó a veinte, luego a cincuenta, y ahora con las reformas del modelo económico raulista, ya anda por los cien pesos, a los que se suman otros pagos extorsionistas como los contenidos en la Declaración jurada a través de la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT).
Cubanet salió a buscar testimonios en la barriada del Vedado, y pudo encontrar, a duras penas, a dos hombres de la tercera edad que aún ejercen dicha actividad por cuenta propia como medio de sobrevivencia, porque el cobro de la jubilación no les alcanza.
Uno de ellos, de apellido Alcántara, que a sus casi 80 años realiza este trabajo en las inmediaciones de la calle Zapata, muy cerca de la Estación de Policía, al preguntarle el porqué han desaparecido los limpiabotas habaneros, dijo poniéndose serio: “Mira, eso tienes que preguntárselo al Presidente del Poder Popular y al Consejo de la Administración bajo su mando en este municipio”.
Al decirle que era periodista y que mi objetivo era escribir sobre las dificultades que enfrentan para ejercer este trabajo, dijo: “Mira ‘mijo’ esto está muy jodido. Antes del 59 esto no era así, tú hablabas con cualquier comerciante para poner tu sillón de limpiabotas y todos te decían que sí, ya que era normal ver a los clientes, que después de pulirse los zapatos, pasaban a consumir. En aquella época no se les exigía como ahora que pagaran impuestos, y eso que hasta se vendían al pie de los ‘sillones de limpieza’: periódicos, revistas, cancioneros, y los célebres muñequitos”.
El otro caso es el de René, de 79 años, que reside en la calle 25, donde en la salita de su vivienda armó el salón de limpieza de calzados: “Tuve que montar el negocio en la casa, porque arrendar un local al Estado cuesta 40 pesos diarios, a lo que se une el costo de la licencia mensual que asciende a 100 pesos.”
Según cuenta este maestro del lustre, quien limpia y tiñe zapatos de cualquier color, en las tiendas cubanas no hay desde hace mucho tiempo los materiales para la limpieza del calzado, y son sus hijos, que residen en el extranjero, quienes le suministran todo lo necesario para el desempeño de su labor.
Actualmente y a pesar del renacimiento del sector cuentapropista bajo el reformismo de Raúl Castro, los dirigentes no dudan en poner obstáculos a los emprendedores, multas por cualquier motivo, e incluso botarlos del lugar que escogieron para lograr con éxito la eficiencia de su servicio. Tampoco les interesa inspeccionar el mal trabajo de todas las instituciones estatales. Al final, no resuelven los graves problemas sociales que aquejan a la comunidad, ni desean que un ciudadano pueda brindar un servicio útil para el prójimo.
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