LA HABANA, Cuba.- La propaganda oficialista ha destacado últimamente el libro Cuba: ¿fin de la Historia?, de la autoría de Ernesto Limia, miembro de la Unión de Historiadores de Cuba. El libro fue presentado en días pasados en la sede de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) por Abel Prieto, ministro de Cultura. En esa ocasión el ministro lo definió como un texto idóneo para ahondar en el diferendo histórico entre Cuba y Estados Unidos.
No he podido acceder aún al libro de Limia, pero la lectura de un artículo suyo aparecido en el periódico Granma (“Cuba: una vieja página en la agenda política de Estados Unidos”, edición del 3 de noviembre), permitió apreciar las ideas del historiador sobre tan polémico tema.
Lo primero que resalta es la omisión de determinados acontecimientos históricos. Por supuesto, son los mismos sucesos que generalmente ignoran los colegas de Limia adscriptos a la Unión de Historiadores de Cuba.
Por ejemplo, el autor lamenta que Estados Unidos nunca reconociese al gobierno de la República en Armas. Incluso, señala que los norteamericanos trabajaron, desde Ulysses Grant hasta William Mckinley, de conjunto con España para frustrar la revolución. Y al referirse al acto de declaración de guerra a la metrópoli española, Limia declara que “Washington encubrió su interés expansionista bajo el disfraz de un acto justiciero”.
Sin embargo, el autor no menciona la Resolución Conjunta del Congreso norteamericano, de abril de 1898, que reconocía la futura soberanía de Cuba, precisamente, al tomar en cuenta la lucha de nuestros mambises por la independencia de la isla.
El señor Limia no se aparta de la gastada tesis de la historiografía castrista, en el sentido de que el poder colonial español estaba completamente derrotado antes de la intervención de Estados Unidos. Mas, tampoco menciona la batalla naval de Santiago de Cuba, donde la marina estadounidense derrotó a la escuadra naval española, después de lo cual Madrid solicitó la rendición.
Al avanzar en su recuento, Limia nada dijo acerca de las confiscaciones cubanas a las propiedades norteamericanas, ni de la responsabilidad de Fidel Castro por el desatamiento de la Crisis de Octubre en 1962. Y casi como el momento culminante de nuestra historia, el autor calificó “el júbilo tras el triunfo del 1ro de enero de 1959, que desbordó las calles de todo el país”. El historiador obvió la apoteosis con que los cubanos acogieron el advenimiento de la República el 20 de mayo de 1902, y la desbordante alegría con que recibieron al presidente Tomás Estrada Palma al arribar a la isla procedente de Estados Unidos.
Siguiendo la costumbre castrista de denostar la etapa republicana, el señor Limia afirma que “en las tres primeras décadas de la República, los cubanos tuvieron himno y bandera, pero eran parias en su propio país”. Serían “parias”, pero nunca tuvieron que arriesgar sus vidas en el estrecho de la Florida con tal de huir de la isla, tal y como sucedió después, a pesar de las “bondades” de la revolución.
Limia censura “los abusos de las empresas latifundistas estadounidenses, los privilegios que gozaban sus compañías, y la usurpación que hacían de nuestros recursos” antes de 1959. Pero, señor Limia, algo parecido podría suceder ahora. Solo que ya desaparecerían los conceptos de abuso y usurpación. En lo adelante se verían como facilidades brindadas a los inversores extranjeros en el contexto de la actualización del modelo económico del gobernante Raúl Castro. ¡Cómo cambian los tiempos!