LA HABANA, Cuba.- Se llama Moraima pero todo el mundo le dice “Ochuncita”. Aunque, por su peculiar forma de vestir y “por el espíritu de una gitana que siempre me acompaña”, según afirma, hay quien prefiere llamarla “Francisca Siete Sayas”.
Sentada en un banco, al amparo de la ceiba del Parque de la Fraternidad, en el centro de La Habana, hay mañanas en que podemos encontrar a esta cartomántica que, por los milagros que algunos le atribuyen, ya forma parte de la “mitología” habanera.
“Tienes que dejarte ver por Ochuncita” o “hay que preguntarle a Moraima” son frases que uno pudiera escuchar en las calles de la ciudad cuando alguien hable de sus tragedias cotidianas, de sus aspiraciones personales, de los miedos, de las encrucijadas.
“La gente viene a verme cuando se van [se refiere a las salidas ilegales por mar] para que yo calme las aguas. En octubre del año pasado estaba anunciado un fenómeno [mal tiempo] y nadie podía salir. Estaba andando el fenómeno cuando yo estaba dando Olokkun y lo que calmó el mar fue la carga que yo eché en el mar a las doce de la noche. Eso fue lo que calmó el mar y la gente pudo salir “, cuenta Moraima entre los tantos “milagros” que afirma realizar a diario.
Mientras la entrevisto, muchos se acercan para saludarla y recibir sus bendiciones. Otros esperan en las cercanías para “registrarse”, a pesar de que en ese mismo parque otras adivinas ofrecen sus servicios a un dólar por consulta pero “todas esas son unas farsantes, unas estafadoras”, dice Moraima que además cuenta cómo, a veces, ha tenido que esconderse porque le llaman a la policía para que la echen del lugar:
“Es que yo les hago competencia porque no cobro. […] Estoy obligada a hacer esto por mi muerto y no puedo cobrar. Yo llevo aquí años, pero han llegado gente que me han hecho la guerra. Hay una mujer que trabajaba en el otro parque y, cuando me vio trabajando en este, vino para acá para tratar de hacerme la competencia. Ahora vengo de Pascua a San Juan porque me llaman a la policía”.
Ochuncita dice no soportar las injusticias, y como sabe en carne propia lo que es el desamparo, intercede por aquellos que lo necesitan sin medir las consecuencias: “Yo me le he encarado a los policías porque yo tengo un muerto muy poderoso. Aquí una vez detuvieron a un muchacho del campo, le dieron golpes, y el muchachito no estaba haciendo nada. El policía le comenzó a dar golpes y le dije al policía: tú le estás dando golpe a ese muchachito pero tú no sabes que ese niño es hijo legítimo de San Lázaro y ten cuidado de que no te maten aquí. Yo tengo un muerto de temer… y al poco tiempo lo matan aquí. […] El muchacho no estaba haciendo nada, simplemente se acostó un rato en un banco porque estaba cansado y no tenía dónde dormir. […] Aquí en este lugar [Parque de la Fraternidad] hay más de cuatro cosas malas que se hacen todo el tiempo y ellos entonces se meten con la cartomántica, con las personas que se acuestan a dormir”.
Francisca Siete Sayas dice tener remedios para todos los males. Los bálsamos mágicos que prepara, denominados por ella como “perfumes chinos”, pueden “cambiarle la vida a la personas, enderezarles el camino”, según asegura esta pitonisa criolla que se confiesa destinada a ayudar a los demás pero condenada a padecer las peores desdichas.
“A mí me han querido hacer muchísimo daño y yo sigo aquí. No me han dado nada. Cuando se derrumbó mi casa, me dieron un colchón nada más, y yo con una hija enferma de la cabeza. Todo el mundo viene a que yo les dé suerte pero nadie sabe lo que he pasado yo, tienen que saberlo. A mi hija, que tiene retraso mental severo, la tengo en estos momentos presa en Bandera Roja [una cárcel para mujeres] y no he podido ir a verla porque me quitaron la chequera”, dice Moraima que aparenta muchos más años que los cumplidos.
“Tengo 42 años y he pasado mucho trabajo. Pero yo tengo muerto. Yo tengo a la Caridad del Cobre y ella me ha dado pruebas en ese pueblo de Regla donde todos me conocen. Ayudo mucho a la gente. Yo tengo una ahijada que se le dio Olokkun. Cuando ella vino ahora de México me preguntó cuánto me debía y le dije: Ponme lo que tú puedas, y quién te dice que recibiendo Olokkun, mi ahijada recibió 5000 dólares por la bolita [lotería]. Sin embargo, yo no tengo ni televisor, ni frío [refrigerador], solo un colchón. Me dieron un local pero hay que repararlo. El delegado de mi zona me ha ayudado pero él no puede hacer más. El local que me dio, la parte de adelante se está cayendo. Entonces yo tengo que vivir atrás, donde no me mojo. Y él me dijo, yo me retiro de delegado porque he visto que a las personas que necesitan de verdad no las ayudan. Y porque hay mucha corrupción”.
Conversar con Ochuncita es agradable pero difícil porque no puede dejar de hacer predicciones. Habla de sus necesidades aunque solo porque le pregunto e insisto en que me cuente con detalles pero ella lo hace mientras lanza las cáscaras de coco o revuelve su mazo de cartas, las lee, me “registra” sin yo pedírselo y entonces tengo que reiterarle la pregunta sobre su vida, sobre su hija presa para que deje de hablar sobre mi futuro:
“A veces tú ayudas, adviertes y no te hacen caso. Y los hijos siempre vuelven locos a uno. A mi hija la metieron presa sin motivo. Ella tuvo que ir a una escuela especial en Casablanca por su retraso pero ella es muy bonita. Es preciosa y esa ha sido su desgracia, y ella no ha hecho nada. La metieron presa porque se iba a caminar por ahí, para el Vedado, con las amigas, pero se encarnaron en ella. […] Tengo que sacarla de la cárcel. […] Cuando mi casa se cayó nos tuvimos que ir para la calle y mi hija dormía en la calle, no tenía dónde bañarse. Entonces comenzó a reunirse con las amistades en el Vedado. Nadie nunca ha preguntado cuál era la vida de ella, dónde dormía ni lo que hacía para comer. […] El techo de mi casa se cayó mientras estábamos durmiendo. A mi hija le cayeron pedazos en los pies. No me la mató de milagro. […] Entonces la meten presa y por eso me quitaron la chequera. He tenido que ir al Supremo como diez veces para nada. Los maestros de la escuela especial me dieron una carta donde reconocen que mi hija tiene retraso mental pero no he logrado nada y no me gusta pedir. Yo prefiero estar por las calles recogiendo con una cesta antes de dejarme humillar”.
Moraima nos cuenta su odisea de viajar desde La Habana hasta Pinar del Río con solo diez centavos en la cartera: “No tenía dónde dormir, ni qué comer pero tenía el deseo de salir por ahí, de caminar, y no tener dinero no me lo iba a impedir. Llegué hasta Pinar del Río, con una canasta, recogiendo lo que podía, ayudando a la gente, y eso fue lo que me dio el techo que hoy tengo porque se me acercaron mucha gente, me hicieron fotos, me hicieron un documental, y hasta vino un periodista y me dijo: Hasta hoy usted va a dormir aquí. Le tengo que agradecer mucho a ese periodista que publicó lo que yo estaba pasando, entonces fue que me dieron el local. Por él yo tengo mi casa”.
Al despedirme de Moraima, pienso que hará como todas esas personas que en las calles de La Habana y como parte del color local y de la picaresca insular, viven de la adivinación. Espero a que me haga un cuento sobre lo que pide el santo o el muerto por hablarme de mi futuro o por rociarme con ese “perfume chino” que fabrica con hierbas y palos del monte. Me preparo a sacar algún dinero del bolsillo esperando esas frases que los cubanos conocemos y que encierran algo de pillaje: “dame lo que tu entiendas”, o “sálvame con lo que tu creas”, sin embargo, Ochuncita me previene: “Yo no cobro. Me hace falta el dinero pero yo no puedo cobrar. Un don siempre viene acompañado de sus desdichas”.