PUERTO PADRE.- “El criminal siempre regresa al lugar del crimen”, reza un dicho popular. Y esta vez, la afirmación empírica tuvo carácter de axioma.
San Manuel es un aburrido villorrio con entorno rural, situado a unos cinco o seis kilómetros de la ciudad tunera de Puerto Padre, en el Oriente cubano. Pero en la madrugada de este 9 de febrero, la modorra nocturna se transformó en barahúnda cuando no pocos vecinos despertaron con los alborotadores gritos de “¡ladrones!”
La Caprichosa, una tienda de productos normados por la cartilla de racionamiento, estaba siendo saqueada, y aunque con mucho sigilo iba desarrollándose el atraco, vecinos cercanos despertaron, y a las voces de alarma, los malhechores emprendieron la fuga.
Parecía que los ladrones habían escapado; mientras, al grupo de vecinos que animadamente comentaban pormenores del robo, se sumó un individuo conocido, visiblemente sofocado; según él, también había corrido tras los asaltantes.
Pero según el recién llegado contaba sus peripecias tras los ladrones, la atención de los vecinos, en silencio sospechoso, iba prestando mayor interés al relato: puntos cardinales de aquella historia no guardaban relación con los hechos.
Aunque incrédulos, nada alegaron los vecinos; el intríngulis vino a desenredarlo un sereno poco después: quien decía haber corrido tras los forajidos, en realidad era uno de los ladrones que poco antes habían pasado a escape bajo el alumbrado público, a pocos pasos del guardián.
“¿Quiénes roban las tiendas en Cuba, si las TRD (Tiendas Recaudadoras de Divisas) se encuentran protegidas con alarmas y rondas de guardias armados?”, se preguntará el lector menos enterado.
La respuesta es: cualquiera, el menos pensado; pueden delinquir desde un administrador simulando un robo con fuerza para encubrir una malversación, hasta un ladrón principiante para hacerse de ron, cigarros, café, azúcar, leche o arroz.
Los robos en las TRD son acontecimientos raros, no así en las tiendas de barrios, otrora comercios privados estatizados, donde comercializan los productos de la cartilla de racionamiento desde su instauración en 1962, que son a fin de cuentas mercancías de inferior calidad pero situadas en tenduchos deteriorados por el tiempo y sin protección.
Sólo en el municipio de Puerto Padre, una fuente conocedora asegura que en 2017 se dio el caso de una misma tienda ser robada en dos ocasiones, sumando decenas los atracos, “y ya en estos días de 2018 suman cuatro los robos”, dijo.
Según me cuenta un antiguo comerciante, en Cuba antes de 1959 los robos en tiendas eran poco menos que desconocidos. “Los dueños eran dependientes, administradores y vigilantes, compartían la casa con el comercio, vivían al lado o encima. ¿Así quién va a robar?”, dice.
Parece ser una historia cierta las quejas entre pequeños comerciantes de víveres. Según ellos, quienes los ponían en aprietos no eran los ladrones, sino sus propios familiares y amigos, quienes llevando mercancías al fiado, demoraban en pagar o simplemente no pagaban.
Las murmuraciones no carecen de fundamento. El mismo Fidel Castro confesó que en 1955 debía dinero a su tendero. La deuda resultó ser de 50 pesos, cifra estimable para la época.
Pero ya siendo Primer Ministro, mediante la Ley No. 1076 del 4 de diciembre de 1962, Fidel Castro expropió los comercios privados dedicados a la venta de ropa, calzado, ferretería y poco después, se “invitaría” a los bodegueros (comerciantes de víveres) a traspasar sus propiedades al Estado.
De un plumazo nacía el ladrón de tiendas en Cuba. La carencia de mercancías en los comercios, o su racionamiento, se encargaría de desarrollar una tipicidad delincuencial que, por el modus operandi y los objetos robados, poca o ninguna similitud guarda con otros delitos contra la propiedad.
Un septuagenario que fuera un muy competente investigador policial me hizo la historia de cómo, allá por el ya lejano 1977, debió investigar e instruir de cargos a un grupo de personas que, de forma organizada, habían cometido una cadena de robos con fuerza en tiendas rurales.
Según el viejo policía, cuando fue a practicar registro en el domicilio del jefe de la banda de ladrones —sin informar a sus propios jefes, pues sabía que éstos, aunque con la debida orden judicial, sin autorización política superior se opondrían a operar contra ese individuo—, dijo al investigado: “Vengo a hacerle un registro”, pero éste, tocándose un carné rojo en el bolsillo dijo:
“Usted no puede registrarme, yo soy militante del PCC (Partido Comunista de Cuba).
“¡Eras!”, me cuenta el policía dijo al militante en aquella ocasión, diciéndome ahora: “Imagínate… Las mercancías de todas las tiendas robadas las tenía él y sus compinches. ¡Un almacén tenía el tipo aquel con su carné del PCC…! ¡Con un carné igual al mío!”, dijo, con mirada triste, el viejo investigador de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), recordando lo dicho por un antiguo vigilante de la Policía Nacional (vigente hasta el 5 de enero de 1959): “No recuerdo que nosotros investigáramos robos en tiendas, ese delito no existía en Cuba; había desfalcadores del erario público como los hay ahora, pero no ladrones de vacas ni de tiendas”.
Y pensar que ahora en Cuba, por ineficacia policial, son los vecinos quienes deben ir tras los ladrones, porque en no pocas ocasiones los ladrones se hacen pasar por vecinos o militantes comunistas.