LA HABANA, Cuba – La comunidad costera de Santa Fe está situada en la periferia de capital del país. Su mejor cara comienza a partir de la Avenida Séptima, continuación de la Quinta Avenida de Miramar, con algunas casas ahora bien restauradas gracias a las remesas familiares que reciben sus moradores desde Estados Unidos. También hay otras, antiguas, que se mantienen en pie, y una misteriosa y arbolada mansión con más de cien metros de extensión, del Comandante Ramiro Valdés, uno de los jefes del gobierno cubano.
Luego comienzan a verse escuelas primarias en desuso por falta de reparación, como “Fe del Valle” y “Camilo Torres”; ancianos que requieren de sillas de ruedas, como Josefa, Luis Guerrero y otros, asomados a las puertas de sus casas; un cine que dejó de existir, calles sin arreglar y centros de cultura cerrados sabe Dios por qué.
Unas cuadras después, entre intrincados y estrechos callejones, zanjas malolientes, lagunas artificiales que se desbordan cuando sube el nivel del mar y calles sin asfaltar, está el famoso barrio “El Bajo”, la cara más fea de Santa Fe.
En “El Bajo”, según sus moradores, viven “más de quinientas familias” compuestas casi todas por varias generaciones: padres, hijos, nietos y abuelos. La fuente principal de ingresos de sus hombres es manejar bacitaxis sin licencia, o la pesca, prohibida en ocasiones según lo estime la Policía, que impone multas y hasta decomisos de simples ensartas de pequeños pescados.
En ese barrio, muchos de sus habitantes son inmigrantes, principalmente del Oriente del país, que sufren el regreso obligatorio a sus lugares de origen con frecuencia, según el anticonstitucional Decreto 211.
Si a esto se le puede llamar viviendas…
Lo único que ha hecho el gobierno castrista para favorecer a las familias que viven en “El Bajo”, una zona muy vulnerable e insalubre, es suprimirles el pago mensual de sus viviendas (los que la tienen en “usufructo”) a aquellas que llevan más de diez años en el lugar.
Todos sin excepción viven en la extrema pobreza. Inclusive hay muchos casos de discapacitados en la indigencia y todos carecen de medios económicos para la reparación de las casas, cuando son afectadas por el mar.
Prácticamente todas las viviendas de “El Bajo” carecen de servicio sanitario. Los vecinos siempre están expuestos a que las aguas albañales y las heces fecales se desborden durante las crecidas del mar.
El gobierno castrista, que en su prensa se refiere con frecuencia a la pobreza de otros pueblos y el desempleo que se produce bajo el capitalismo, jamás refleja la vida de los cubanos en los barrios insalubres del país. Nunca ha dado la cifra de los que viven en situación de extrema pobreza.
Divulga planes en su prensa, que no se realizan para mejorar la economía de la nación, mientras crece la emigración ilegal de jóvenes por el Estrecho de la Florida o hacia regiones latinoamericanas.
Y recientemente insistió en planes para “fortalecer las capacidades y estructuras de los actores culturales de Santa Fe”, un proyecto al que calificó de “una ventana abierta a una nueva etapa para continuar el desarrollo de la cultura comunitaria”.
Pero antes que entretenimiento, los pobres necesitan comida y techo.
Carmen y Frómeta, compañeros en la pobreza
La señora Carmen Henry, vecina de “El Bajo”, nunca ha sido una persona feliz. Hace seis años vio partir a su único hijo, de dieciséis años, por las mismas aguas del mar que tiene a unos metros de su casa.
Recuerda los días que pasó entonces, pensando que su hijo no llegaría vivo a su destino. Luego recibió la noticia de que él y sus amigos estaban sanos y salvos en tierras de Estados Unidos. Jorgito Machado –así se llama el hijo– se iba a trabajar como gastronómico a Nueva York, donde reside desde entonces.
Al fondo de su casita, cuyas ruinas ha levantado del piso en más de una ocasión, está armando otra, con desechos de maderas viejas y pedazos de cinc, para que su hija menor y su nieta de un año gocen de más espacio.
Su compañero, Roberto Frómeta, ex constructor de obras del Ministerio del Interior, es quien la ayuda económicamente con su bicitaxi el día entero. Un hombre fuerte y trabajador que por estos días no para de dar pedal. Tiene que reunir mil pesos para pagar la multa que le impuso la Policía, por carecer de licencia para trabajar el bicitaxi.
Jorge prefiere el ron
Jorge Machado, ex esposo de Carmen, parece un anciano y no lo es. La bebida lo ha envejecido. Prefiere estar en el limbo que en la realidad. Cuando lo saludé, me dijo a gritos que no se puede perder la esperanza, porque sin esperanza la vida es como una botella vacía. Me dio gracia y pena ese hombre, que, igual que Carmen, también perdió a su único hijo, porque lo tiene demasiado lejos.
¿Desde entonces bebe? –pregunto, pero no me responde.
También perdió a su última mujer. Se pasa el día en la calle con su botellita de ron a granel, el más barato y dañino que se vende en Cuba para los más pobres. Como él, viven muchos así, en este poblado costero de Santa Fe, que en nada se diferencia a todos los que existen en la Cuba de Fidel.
Al que le dicen Papo
Papo no vive exactamente en “El Bajo”, pero lo frecuenta casi a diario por motivos familiares.
Nos encontramos en la calle 1ra y se detuvo para saludarnos. No sé por qué surge una conversación en la que sale a relucir Fidel Castro, por los días en que, según la prensa, el canal de TV Al Mayadeen le concedió al ex gobernante el Premio del Mérito a la Vida, porque lo aman millones de árabes y es considerado “un paradigma de las causas justas de Cuba”.
–Y tú, Papo, ¿también lo amas? –le pregunto.
–Pues claro. Tanto, que a besos lo mataría. A puros besos.
Así son los cubanos. Ni en las peores situaciones pierden su buen humor con los chistes de doble sentido.