LA HABANA.- “Disculpa pero no tengo jabitas”, se justifica la dependienta mientras coloca las mercancías en las manos del cliente.
Si no fuera porque a la entrada de la tienda alguien le vendió un par de bolsas de nylon —quizás las mismas que, en condiciones normales, habría recibido gratuitamente—, hubiera tenido que hacer malabares para llegar a la casa con toda la compra a salvo.
La anomalía con los años se ha convertido en norma y pocos esperan una situación diferente a pesar de que la producción de bolsas de nylon, según divulgan los medios oficiales, se anuncia en crecimiento con la adquisición y puesta en marcha de nuevas maquinarias.
No obstante, el noticiero de la televisión estatal informa como algo curioso que en un comercio de la provincia de Cienfuegos se venden los productos envasados y no a granel. Mientras que en los hogares cubanos se continúan reutilizando una y otra vez las mismas bolsas porque pagarlas en el mercado negro no resulta sostenible para quienes viven de un salario estatal.
Pero en el resto de la isla no sucede como en esa “rara avis” de Cienfuegos.
Las bolsas de nylon hace muchos años que dejaron de ser una “cortesía” de la red estatal del comercio en divisas para ingresar como producto de alta demanda en el mercado subterráneo donde su precio al menudeo suele oscilar entre 1 y 3 pesos, en un contexto donde el salario promedio mensual ronda los 500 CUP, es decir, menos de un dólar al día.
Sorprende incluso que la “solución” del Gobierno para enfrentar el “contrabando” no haya sido implementar métodos de control y supervisión a las existencias en su propia red comercial sino, por el contrario, dejar que el desbarajuste fluya o venderlas al mismo precio que los comerciantes clandestinos, al parecer apelando a intermediarios dentro de la propia economía informal.
Doraima, una vendedora de “jabitas” (bolsas de plástico), asegura que su trabajo no es ilegal porque, aunque no paga impuestos ni posee una licencia de la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT), el suministrador del producto que ella vende en los portales de varias tiendas de Centro Habana es, paradójicamente, la propia red de comercio estatal.
“A mí nadie puede decomisarme nada porque yo le compro al Estado (…), no me dan recibo pero una vez a la semana yo voy hasta la empresa y compro (…) a veces cien, otras veces quinientas, depende (…), eso queda en Neptuno, después que pasas La Época (una conocida tienda de La Habana), allí no le venden a todo el mundo, solo a los que vamos siempre (…). Nos las venden a cincuenta centavos y nosotros la vendemos a peso”, explica la vendedora.
Vicente, un vendedor ambulante de Centro Habana, dice comprar las bolsas en la red de comercio minorista (en moneda nacional) de la zona pero que, por no ser este un suministrador estable, termina adquiriéndolas directamente en las propias tiendas de la red comercial en divisa, donde siempre están ausentes.
“Cuando las sacan a cincuenta centavos (CUP) yo compro pero eso no es todas las veces, hay días que sacan pero son los menos (…) entonces las compro a sesenta centavos en la misma tienda cuando son menos de cien (…) si compro doscientas o mil me salen a cuarenta y hasta treinta centavos pero eso no es siempre, eso lo hago cuando sé que me las van a comprar (…) la gente que tiene tarimas de viandas, en las panaderías, me las compra a setenta y hasta a peso porque después las revenden a 1,50 o a dos pesos (…), los mismos dependientes te las venden, vas y hablas con ellos (…). No te van a vender una o dos pero si les dices que les compras doscientas, trescientas, lo hacen, por eso nunca hay”, afirma Vicente.
Empleados de las cadenas TRD y Panamericana aseguran que el suministro de bolsas de nylon por parte de los almacenes centrales no es constante y que, en algunos casos, ha sido suspendido de modo radical pero sin explicación alguna.
Una dependienta del Centro Comercial La Puntilla, en el municipio Playa, alega que la cantidad de bolsas que reciben es insuficiente, aunque asevera que una buena cantidad ni siquiera llega a los almacenes sino que van directamente de la fábrica al mercado negro.
“Hay meses en que sobran, las mandan por cientos de miles de todos tipos y tamaños pero después pasamos meses en cero, pasando la pena de decirles a los clientes que se vayan con las cosas en las manos o en una caja de cartón que uno busca por ahí pero últimamente no las mandan, sencillamente no hay y ya (…), claro también he visto que entran y no las veo pasar por las cajas, se van directo a la calle, de la fábrica a la calle. La gente les echa la culpa a las cajeras que son la que ponen la cara pero eso desaparece en el mismo almacén o quizás mucho antes”, afirma la trabajadora de La Puntilla.
Por el contrario, un empleado del establecimiento Yumurí, en Centro Habana, admite que las bolsas sí pasan del almacén al piso de la tienda y que es en las cajas y departamentos donde desaparecen.
“Esta tienda abre a diario con unas mil jabas por cada departamento y ya al mediodía no hay ni una (…). Cuando uno mira las ventas no se explica por qué no hay jabas si no se ha vendido tanto como para gastarlas todas pero, como son gratis, la cajera no tiene que justificar nada, las vende porque ya tiene sus contactos (…). Imagínate que si las vende todas de un palo (a la vez) se echa casi 20 o 30 dólares diarios, mucho más que su salario (mensual)”, dice este empleado.
“Además de las búsquedas que puedas tener por aquí y por allá, las jabitas es lo único que no se echa a ver”, comenta un almacenero de una importante tienda en divisas de La Habana: “no hay control sobre eso porque son gratis y cada tienda va y compra las que necesita, eso no entra ni siquiera en las auditorías porque es algo que se regala con la compra (…), un refrigerador tienes que justificarlo, una lata de atún, todo eso aunque lleva papeleo se hace, es más difícil pero se hace; las jabas no hay que justificar nada, es dinero limpio que te entra todos los días, son doscientos, mil dólares que no tienes que justificar y por eso nadie se preocupa (…), el gobierno no se preocupa porque ya la tienda le pagó su parte en la fábrica, lo demás es problema de la gente”.
Durante años, la ausencia de jabas o bolsas de nylon en los comercios, en apariencias un asunto insignificante, no ha preocupado a quienes deberían ofrecer una respuesta a tales misterios.
La indiferencia no solo describe un escenario económico absurdo donde poco importan la satisfacción del cliente o los obstáculos que afectan la saludable competencia entre comerciantes sino que, además, genera interrogantes sobre cuánto beneficio pudiera aportar y a quiénes esa realidad caótica que ha pasado a transformarse en regla de juego aceptada por todos.