GUANTÁNAMO, Cuba.- No había visto ni escuchado nunca un discurso de Barack Obama. Quizás por eso todavía estoy impresionado. Su alocución me resultó extraordinaria por la profundidad de su exposición y por la congruencia de su lenguaje gestual, donde sus ojos varias veces me parecieron humedecidos por la emoción.
Tuve la intuición de que su discurso iba a ser extraordinario por el contexto donde lo haría, por las personas que ocuparían las lunetas del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, previamente escogidas por el gobierno y porque Obama sabía que sus palabras serían transmitidas a todo el pueblo cubano, aunque nunca se informó cuándo sería su intervención ni por qué medios sería transmitida.
Y desde que comenzó a hablar tuve la convicción de es un hombre muy inteligente, carismático, pero sobre todo —y para mí lo más importante—, muy honesto. Pocas veces en mi vida he escuchado en tan breve tiempo un discurso tan impactante como éste de Obama, por su hondo contenido humano y su franqueza, por sus reiterados mensajes de esperanza y reconciliación. Se requiere mucha humildad para que el presidente del país más poderoso de la tierra venga a una de las naciones más pequeñas y pobres del planeta a hablar en esos términos.
La historia entre los dos países tiene sus lados oscuros, pero Barack Obama dijo claramente que ha venido a Cuba con la rosa blanca de José Martí en sus manos, para ofrecer al pueblo cubano, como presidente de los EE. UU., un saludo de paz; para “enterrar el último vestigio de la Guerra Fría” y dejar sentado que cree profundamente en el pueblo cubano como depositario natural y único de los cambios que deben ocurrir en Cuba. Fue más allá al dirigirse personalmente a Raúl Castro en estos términos: “Presidente Castro: Le agradezco su presencia y quiero que sepa que yo he venido acá y le he demostrado que no debe temer una amenaza de nuestro país. Le he dado nuestro compromiso de respeto a la soberanía y autodeterminación de su país y tengo la confianza de que Ud. no debe temer a las diferencias de opiniones de los ciudadanos ni a su capacidad de expresarse y votar por sus líderes”
Obama mencionó su historia familiar y personal y la entrelazó con la historia reciente del pueblo norteamericano para ilustrar cómo un hombre afrodescendiente, hijo de una familia pobre, pudo ascender socialmente gracias a las oportunidades de esa democracia y ocupar el cargo más alto de los EE. UU. No hay dudas de que tal momento constituyó uno de los puntos más fuertes e irrebatibles de su discurso.
Pero al defender la democracia como la vía natural que tienen los hombres para luchar civilizadamente y mejorar la sociedad, también reconoció que en su país hay problemas y mencionó algunos de ellos para ratificar su esperanza de que también serán resueltos. Porque, como afirmó, “los ideales que son el punto de partida en toda revolución tienen su expresión cabal en la democracia. No porque nuestra democracia sea perfecta, no, justamente porque no lo es requerimos el espacio que nos da la democracia para cambiar”.
Con absoluto dominio de un escenario donde al parecer los ocupantes de la platea fueron instruidos de que aplaudieran lo menos posible al presidente, Obama fue interrumpido en múltiples ocasiones. No podía ser de otra forma ante un discurso inteligente, objetivo y extremadamente honesto.
Ya hay quien en Telesur está buscándole la quinta pata al gato. Como bien dijo Obama, citando a Martin Luther King, no hay que tenerle miedo al cambio sino buscar el cambio, pero en Cuba hay muchos interesados en las coimas de las cornucopias del poder que temen demasiado al cambio, al empoderamiento del pueblo y a que éste pueda ejercer legítimos derechos hasta ahora conculcados. Para justificar su posición echan mano a la defensa de la soberanía desconociendo vulgarmente que la soberanía radica en el pueblo y que ningún país es soberano si el pueblo no tiene vías efectivas para expresar su voluntad.
Obama no desconoce la historia reciente de ambos países, plagada de violencia, distorsiones, y distanciamientos, marcada por la geopolítica y las personalidades, según dijo. Pero aseguró que Estados Unidos no tiene la capacidad ni la intención de imponer cambios en Cuba porque confía en que el cambio va a venir del propio pueblo cubano.
Y aunque se refirió a lo que une a ambos pueblos también mencionó lo que distancia a ambos gobiernos e hizo énfasis en la necesidad de que en Cuba sean respetados derechos humanos esenciales como son la libertad de asociación y de expresión y de que nadie sea detenido ni condenado arbitrariamente por hacer uso de tales derechos. Confirmó esas ideas citando a Martí: “La libertad es el derecho de cada persona de ser honesto, de pensar y hablar sin hipocresía”.
No intentó convencer a ninguno de los ceñudos ocupantes de la platea de que la razón estuviera de su parte, sólo expuso sus ideas. No hacía falta imponer nada cuando su propia historia personal es la prueba más irrefutable de la superioridad de la democracia.
A pesar de ser un público enemigo del embargo declaró tajantemente que estaba convencido de que si mañana mismo se levantara, los cubanos nunca podrán mostrar su potencial si no hay una mayor apertura en Cuba. Y apuntó que en el mundo contemporáneo la prosperidad sustentable depende de la educación, la salud y el cuidado al medio ambiente pero también del libre intercambio de las ideas y del libre acceso a Internet, a la cual calificó como uno de los motores más importantes que la humanidad ha creado.
Sin embargo, lo que más me impactó fueron sus reiterados llamados a la reconciliación entre los cubanos y entre ambos pueblos, un mensaje que también alcanza a la necesaria tolerancia del gobierno para con los ciudadanos que tienen otro proyecto de país. Se le notó emocionado al hablar del exilio cubano, de sus logros inobjetables y también de la separación entre las familias, un distanciamiento demasiado largo y cruel. No en balde estamos en Semana Santa.
El presidente de EE. UU. ha venido a tenderle la rama de olivo a los dirigentes castristas y lo ha hecho con incuestionable humildad. La pelota está ahora en la cancha del gobierno cubano, que muy pronto en el congreso del partido comunista tendrá la oportunidad de cerrar un ciclo histórico iniciado en 1953 con el asalto al Moncada, no para establecer una dictadura totalitaria sino para restablecer la Constitución de 1940 y la democracia, un sueño pospuesto por las amenazas imperialistas, según el decir de la dirigencia histórica de lo que un día fue revolución cubana.
Ahora que Obama ha dicho claramente que su gobierno no es una amenaza para Cuba, el obsoleto discurso castrista ha sido desmantelado. Ahora esos dirigentes tienen la oportunidad de demostrar si cumplirán con las promesas que le hicieron al pueblo antes de 1959 o si buscarán otro enemigo para continuar justificando el totalitarismo.