LA HABANA, Cuba – Entre las últimas acciones emprendidas por Fidel Castro antes de abandonar por enfermedad el poder en el año 2006 fue el cambio de los tradicionales bombillos por otros ahorradores, así como la repartición a los núcleos familiares de las ollas de presión, y por último, la sustitución de los antiguos refrigeradores que tenían los cubanos por los de fabricación china, marca Haier, con el objetivo de disminuir el consumo de electricidad en el país.
Transcurridos ya nueve años a partir de la intensa campaña para sustituir el viejo refrigerador norteamericano por el Haier Chino, muchos cubanos no han podido saldar aquella deuda bancaria adquirida con el estado que ascendía a los seis mil pesos, y lo consideran una estafa. Al respecto, comenta Catalina, una anciana de 91 años, viuda y residente en el Vedado: “Recuerdo aquellas caras jóvenes de los trabajadores sociales, que vinieron a cambiar los bombillos, y posteriormente nuestros refrigeradores. Jamás imaginé que tendría tanta preocupación por la deficiente iluminación de la casa con la instalación de los nuevos bombillos ahorradores que se funden rápidamente, y la constante revisión del depósito de agua en estos equipos. Tampoco enfrían como el que yo tenía, un Westinghouse adquirido en 1954 al precio de 217 pesos, y por la compra recibí gratis una caja de arroz El Gallo, y otra de malta, y jamás tuve que repararlo”.
Tras fallecer su esposo en 1996, Catalina heredó su chequera de 225 pesos. A esta anciana desde el 2005 le descuentan mensualmente 59 pesos y aún debe veintitrés plazos para saldar su deuda, unos mil trecientos cincuenta y siete pesos por lo que confesó que posiblemente no le alcance lo que le queda por vivir para pagarlo totalmente.
Otro caso es el de Jorge Ignacio, de 64 años, vecino de La Timba, a quien por poco le da un segundo infarto cuando su Haier chino, apodado por el pueblo como El lloviznita, dejó de arrancar tras padecer uno de los tantos apagones que acontecen en esa zona del municipio Plaza. “Mi padre compró al contado en el año 1957 un refrigerador yuma, que estuvo trabajando veinte años seguidos sin problemas. Se le cambió la máquina por una alemana, de la antigua R.D.A, que funcionó bien otros quince años. Después le instalaron otra de uso, y al poco tiempo tuve que comprarla carísima en la tienda en divisas, con un dinerito que le enviaron del Norte a mi esposa. Nunca hubo que reparar la chapa externa, y con volverlo a pintar ya resolvía”.
Continúa Jorge Ignacio: “Decidimos cambiarlo por el chino, que continuamos pagándolo por descuento salarial. Hace poco se tupió el refrigerador, y no enfriaba abajo. Después se quedó sin gas. Un mecánico particular hizo el trabajo. Pero a los pocos días el motor no arrancaba, tras ocurrir un apagón. Por suerte, era el termostato. Porque si es el compresor no hay alambre para enrollarlo en los predios capitalinos; sin embargo, los particulares del campo dicen que sí tienen recursos para arreglarlo. Aquí en La Habana, el estado no posee los motores para sustituirlo, y dice el cartel de la Reparadora de Equipos, sita en 22 y Zapata, en el Vedado, que cuando lo hay cuesta 840 pesos un motocompresor Haier 183. Y donde un condensador importará 407 pesos. En el caso del Haier 08, poner una puerta de conservación vale 212 pesos, la mitad del salario promedio de un trabajador en Cuba”.
De igual manera se expresó Gerardo, residente en la calle 18, entre Línea y Calzada, en el Vedado, a quien hace seis meses se le rompió el tristemente célebre Lloviznita. “Imagínate, tengo dos niños pequeños, y el hogar sin refrigerador es una de las peores desgracias para las familias pobres. Inmediatamente lo reporté al único taller que hay en el municipio Plaza. Y cuando vino el técnico estatal dictaminó que la máquina se quemó. Me dijo que debía ser paciente, como los asiáticos, porque había una inmensa cola de espera por esta causa. En estos momentos no se puede hacer otra cosa. Y yo le respondí que al final, hemos cambiado la vaca por la chiva con los refrigeradores chinos”.
Cubanet también entrevistó a un hombre sentado en una esquina de la calle 1ra y Paseo, en el Vedado, con un cartel que decía “Compro un frío”. “Adquiero estos equipos para cortarlos al medio y convertirlos en neveras para después venderlas en el campo”, apuntó.
Varias preguntas se hacen actualmente los cubanos de a pie: ¿Por qué no hay moto-compresores para los refrigeradores chinos? ¿Acaso no están garantizadas todas las piezas de repuesto? ¿Qué pasará en el futuro cuando se incremente el número de roturas? ¿A quién se le vendieron las toneladas de chatarra en que se convirtieron los viejos equipos que el gobierno recibió gratis?
Ya incluso se ha puesto de moda en las calles habaneras este pregón: ¡Compro refrigeradores rotos, o funcionando! Cualquier marca. No te molestes más. ¡Dale, que me voy!
@leonlibredecuba